Creo que los que estamos locos por los libros y las películas quisiéramos que no desapareciera nada de los libros y las películas que nos gustan. Nos gustaría que Rocinante estuviera vivo todavía y, si se conociera, que también estuviera en pie la casa en un lugar de la Mancha de donde salió Alonso Quijano. A veces se llega al extremo (cuando han pasado suficientes siglos de olvido) de señalar tal lugar como si fuera el lugar de tal libro, así ya no lo sea. Yo creo que tenemos razón cuando defendemos esas nostalgias, pero quizá otras gentes tengan razones mejores que las nuestras para no preservarlo todo.

Año 1996, frontera colombo-panameña, un estrecho pedazo de tierra muy codiciado por su posición geoestratégica denominada estrecho de Darién, tapón de Darién o sencillamente selva del Choco. Uno de esos sitios fronterizos donde bandidos, guerrilleros, colonos y retenes del ejército se enfrentan cada día en una lucha por la supervivencia muy alejada de nuestros valores occidentales de sociedad de bienestar.

Debian ser las cinco de la mañana y nuestro pequeño grupo fue interceptado en el parque de Laureles de la capital Antioqueña. Nosotros éramos tres, ellos al menos una decena. Nos cortó el paso un tipo grande con sombrero de finquero y bigote de galán; pistola al cinto, camisa a medio abotonar, el perfecto protagonista para una telenovela de grandes terratenientes y verdes pastos.

Bienvenido a la ciudad de la eterna primavera, con sus 21 grados perpetuos y su alegría contagiosa. Bienhallados en el valle del Vallenato y la cultura esgrimida como argumento subversivo y de resistencia pacífica al triste alegato de las armas y la sinrazón.  Eterna balacera ”huevón”, mal parío, hideputa …y se ríen de sus suertes, y las cantan , no sé en qué orden. También mueren, y huyen …tampoco sé bien el orden.