“Vives la vida hacia delante y la recuerdas sólo hacia atrás. Nada se vuelve a vivir, sólo se recuerda y eso de manera incompleta.”
Joyce Carol Oates
Aún estás cansado. Has conseguido golpear las teclas de una máquina de escribir eléctrica con un solo dedo. Dejas un puñado de poemas a medio escribir. Es un martes cinco de abril de 1994. Divagaciones acerca del curso de tu vida. Recibes la noticia que propagan los medios de comunicación acerca del suicidio de Kurt Cobain. Tienes el cabello largo y deseas regresar a la capital en busca de un breve respiro. Como siempre las mujeres en un costado del camino. Tu madre y Shirley. La universidad y los textos que escribes. En el mundo la sinrazón no cabe, cualquier diálogo queda sin remedio sepultado. Has perdido la fe momentáneamente. Se inaugura dentro de ti una especie de angustia y quedas sin roles en un mundo hambriento, sin obligaciones, sin permisos, sin prohibiciones y así de repente te conviertes en el personaje de tu propia vida, aturdido por las ganas de escribirlo todo, siempre enlazado a los recuerdos y esa necesidad imperante de dejar un registro, una constancia de que a todos nos ocurre el mundo en unos cuantos segundos y te reconoces fragmentado y disperso en las líneas de un poema de Jaime Gil de Biedma: Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante. Y al día siguiente tu madre vuelve a sonreír y sigue diligente con las cosas del hogar y la música suena lenta en la radio. No sabes para qué importa el tiempo, porque en las idas y venidas tuyas a la capital, en esas jornadas de introspección y búsqueda de ti, has logrado guardar en tu memoria el paso de los días sin recurrir a un calendario.
Te sientes como aquel personaje de una novela de Paul Auster titulada El país de las últimas cosas, pero luchas porque el pasado sea recobrado, porque no desaparezca del todo, que sea algo útil y funcional y comienzas a esbozar una especie de memoria particular que logre atravesar momentos de la historia universal y brinde un señalamiento a futuras generaciones. Sabes que tienes un fuerte compromiso con la humanidad y debes aportar tu grano de arena. No solamente ha sido Anna Blume, la mujer que ha partido al país de las últimas cosas en busca de su hermano, corresponsal de guerra desaparecido en ese lugar, han sido muchos personajes de la literatura y el cine que te han marcado y con quienes has relacionado ciertos aspectos de tu vida: Jonathan Noel, el personaje de la novela de Patrick Sûskind, La paloma, un guardia de banco en París, que lleva más de veinte años en aquel trabajo rutinario. Un hombre solitario, que ha tenido una infancia triste, huérfano de padres, recogido por un tío, que ha pasado por la guerra, que se casa alguna vez con una mujer que termina yéndose con otro. Es decir, una vida nada amable. Sin embargo, en un momento de su vida lleva buenos años bajo la quietud de aquel trabajo rutinario de guardia en el banco. Un trabajo que lo obliga a permanecer durante toda la jornada de pie frente a la puerta de entrada, y a estar pendiente del portón que debe abrir toda vez que el gerente entre o salga del banco en su flamante automóvil y un día todo se ve afectado por la simple aparición de una paloma. Luego está Holden Caulfield, el personaje ficticio creado por J.D. Salinger, quien es el protagonista adolescente de dieciséis años de la novela de 1951, El guardián entre el centeno, con su mirada tan particular de ver al mundo en que vive. Físicamente, es alto. Tiene cabellos grises en la parte derecha de su cabeza. Estas dos cualidades contribuyen a que él parezca más viejo de lo que es, pero su forma de actuar contradice esta impresión. Una de las características más notables de este personaje es su capacidad para detectar las cualidades más ridículas de las personas, como el narcisismo, la hipocresía y la superficialidad. Esto produce a su vez un efecto de desconfianza que llega hasta el cinismo por parte de él hacia los demás. Así pues, a pesar del enorme desdén de este personaje hacia estos comportamientos, exhibe paradójicamente los rasgos que desprecia, lo que le convierte, en cierto modo, en un personaje trágico. Holden se fuga de la residencia donde vive para completar sus estudios y así comienza un viaje en el que frecuenta bares y hoteles mientras conoce a un gran número de personajes, muchos de ellos ejemplifican los aspectos de la sociedad americana más detestados por el protagonista. No terminarías de enumerar a cada uno de los personajes con los que te sientes identificado, pero recordarlo te hace sentir bien, especial, diferente. Aunque tu madre siempre te ha reprochado que te sientas tan conmovido por estos seres abatidos, grises, planos en sus vidas, por estas historias donde la condición humana pende de un hilo. Lo mismo pasa cuando te escucha oír las canciones de Tom Waits, aunque ella no entienda nada de lo que dicen las letras de esas canciones, se preocupa por tu insistente forma de entregarte a ellas. Siempre te pregunta por qué repites tanto esas tres canciones: Waltzing Matilda (Tom Traubert’s Blues), All the World is Green y Hold on. Pero te quedas en silencio, contemplando su vejez serena y vas y la abrazas y el mundo entero vuelve a girar otra vez.
Y nace tu primer hijo el quince de enero del 2001 y al igual que en enero de 1969 la situación en catorce kilómetros del Estrecho de Gibraltar parecen ahora tan infranqueables para la diplomacia española y marroquí como para los miserables que, día tras día, se aventuran en un viaje indeterminado en busca del sueño europeo. Es como si la historia volviese a repetirse y otra vez vuelven las líneas del relato La flor amarilla de Cortázar a posarse dentro de tu mente y sientes miedo que tu hijo padezca en carne propia los avatares de una vida tan irregular como la que has vivido, pero sabes que cada hombre debe probar el sabor y el peso de la tragedia para tener algo que contar en días postreros. De igual manera se pone a rodar todo lo concerniente al proyecto de Wikipedia y el veinte de enero toma posesión en Estados Unidos George W. Bush. Te pones a pensar si cada una de estas situaciones no están ligadas a quienes somos y lo que proyectamos de nosotros mismo. Es, en cierta manera, tu forma de pasar el tiempo y colocar tus ideas en función de algo provechoso. William Arturo, así le colocas por nombre a tu primogénito y piensas en William Blake y Jean Arthur Rimbaud y todas las visiones del futuro que pueden caber en el corazón de un hombre. Y sigue la misma deshumanización a través de los actos violentos en cada rincón del mundo y te sientes asqueado. Mientras sostienes a tu hijo en brazos el veintiséis de enero en España, el grupo subversivo ETA asesina de manera violenta a un cocinero de cincuenta y un años, Ramón Díaz García, empleado en la Comandancia de Marina de San Sebastián y ese mismo día el planeta tierra nos devuelve el maltrato a la que la estamos sometiendo. En la India, un terremoto de magnitud 7,9 en la escala de Ritcher afecta el Estado de Guyarat y mueren veinte mil personas y doscientas mil resultan heridas. En horas de la noche te dedicas a escribirle un bello fragmento poetizado a tu hijo, a quien has designado como El pequeño rey de enero. Le recitas el poema al oído y luego colocas una escena especial de una película de Jim Jarmusch titulada Vaciones permanentes y notas que tu hijo observa con detenimiento las imágenes que ruedan en la pantalla del televisor. Tienes una colección respetable de cine independiente grabada en formato VHS. La escena en mención detalla cuando el personaje de esta cinta baila una canción para su novia dentro de una modesta habitación, la chica está sentada en una silla con las piernas colocadas en el marco de la ventana, mirando lo que sucede en la calle, el chico se agacha a sus espaldas y coloca a rodar un acetato en un tocadiscos que está en el suelo al igual que un colchón. La habitación está en desorden y te recuerda mucho las obras de Hopper, esa inmaculada luz que penetra por las ventanas, sillas vacías, hombres absortos en el horizonte colmado de silencio, estrechos espacios donde la vida rueda sin aspavientos. La canción comienza a rodar y hay un equilibrio vital en cada gesto, en cada paso, en cada movimiento, en el vaso colocado sobre el marco de la ventana, en el humo taciturno del cigarrillo en manos de ella y entiendes, en toda su dimensión, que incuestionables detalles, por mínimos que sean, llenan a ciertos animales tristes como tú y esos personajes de la película de Jarmusch. Y ahora te ves a ti mismo, sentado frente a una máquina de escribir Olivetti en un tranquilo fin de semana de octubre de 1992, dentro de un lujoso apartamento en la zona de la Calera en Bogotá y acompañado de una chica argentina llamada Martha Pastore, con quien tienes una relación sin ningún tipo de compromiso, pero intensa y profunda hasta más no decir. Se conocieron en un encuentro cultural con motivo a la celebración de los quinientos años del descubrimiento de América, en un recital poético en Casa de poesía Silva. Es la mañana de un sábado diez de octubre, estás tan concentrado en lo que escribes que la chica argentina para poder llamar tu atención coloca la canción Stand by me, en la versión de 1961 de Ben E. King y hace un performance particular dedicado a ti. La vida termina por mezclar cosas a su antojo y tú le respondes recitando de memoria las dolorosas frases de un poema de Julio Daniel Chaparro titulado Si una noche cualquiera me encuentran muerto en una calle, ese poeta admirado por ti y que esa violencia voraz de tantos nombres y tantos rostros, se lo llevó por delante como a muchos otros hombres de bien que han merecido muertes más dignas, si es que cabe decir que la muerte dignifica en cierta medida a los hombres. Y así, vuelves a sentir todo el peso de la vida y la muerte en cada respiro y al igual que tu hermano poeta asesinado, terminas por convencerte cada vez más que: aquí la vida no es el único verso interminable. La gente saluda con ojos sin pestañas entre el polvo y su ángelus es un pájaro puro ensangrentado en la mañana. Este país una caravana de enfermos, un mundo de huesos de disparos furibundos, reino de pechos. No hay muchachos: la juventud es un recuerdo, una dura nostalgia que se evita. Delicadamente, nos han ido trabajando la vejez y las arrugas, la sombra violácea de los ojos: nos han ido trabajando la estatura, este silencio nuestro puesto en el jardín de abril que no es el cielo. Ah, mi país hueco de rosas negras putrefactas, pantano de dioses adorables y de espinas.
Y así como los surfistas andan apegados a su tabla, tú andas con un libro de John Fante bajo el brazo, la novela Un año pésimo es tu nuevo talismán, corre el año 2006 y han diagnosticado a tu segundo hijo Daniel Esteban con autismo progresivo, algo denominado por los médicos especialistas como síndrome de Rett, pocos chicos varones lo padecen. Tu hijo está propenso al proceso degenerativo de su sistema nervioso a causa de esta afección, su carácter es fuertemente regresivo, pero tienes una fe a prueba de balas y deseas entregar lo mejor de ti a pesar de saber que no posees un elemento alentador a tu alrededor, pero luchas porque tu hijo te da ese valor necesario. Cómo vas a poder olvidar esa tarde, en que luego de salir de una cita de neuropediatría, van juntos a uno de los puntos de Tower Records a matar el tiempo y se dedican a escuchar música con los audífonos que colocan a disposición de los clientes. Estás derrotado a más no poder. Pero no deseas que tu hijo te note tan cabizbajo y buscas de cualquier forma hacerle la tarde entretenida y luego de escuchar y escuchar, algo sucede como una epifanía elemental, tu hijo se queda suspendido en el espacio y el tiempo, como transportado a otra dimensión y tú tomas los audífonos para escuchar lo que lo ha dejado en esa especie de trance y la piel se te eriza al escuchar la canción de Los Smashing Pumpkins, Disarm, que tú tanto repetías en las tardes en casa cuando Angélica estaba en proceso de gestación de Daniel y te das cuenta que a veces la vida son tantos puntos sucesivos que nos unen en la más sagrada naturaleza humana y te echas a llorar frente a tu hijo, quien acaricia tus cabellos con toda la delicadeza del mundo y sabes entonces que hay una fuerza poderosa que nos lleva a lugares sublimes donde la muerte y la tragedia no pueden dañarnos un solo hueso del cuerpo y ves la mirada transparente y heroica de tu hijo leyendo los renglones torcidos que la vida ha escrito en el fondo de tu corazón y te sientes ligero de penas y luego esa sonrisa eternizada en su rostro de niño y te sientes desarmado y deseas abrir tu mente y que tu hijo succione todos los buenos recuerdos que llevas allí y le dices que al igual que él, te gustan los zapatos converse, las camisetas estampadas y tener el cabello largo y vivir apegado a tu individualidad y disfrutar del profundo silencio donde siempre reina Dios y caes en cuenta que es el año internacional de Asperger, pero también el año en que se celebran los centenarios de Rembrandt y Mozart. Le dices a tu hijo que todos los hombres deben tener el valor de ser ellos mismos frente a cualquier eventualidad y que aquellos que se dicen ser partidarios de la felicidad son los que más tristes andan y él te abraza y le agradeces por este momento y le prometes nunca olvidarlo y le pides perdón por todas tus fallas como padre y como hombre porque sabes que vivir en un mundo en donde no se le perdona nada a nadie, donde nadie puede redimirse, es lo mismo que vivir en el infierno. Le recalcas que todas las situaciones básicas de la vida son sin retorno. Para que el hombre sea hombre, tiene que atravesar la imposibilidad de retorno con plena conciencia. Y hoy le has demostrado a tu hijo, lo consciente que estás de lo importante que son el uno para el otro. Que a pesar de tu escepticismo te ha quedado algo de superstición. Por ejemplo esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen además un sentido, significan algo. Que la vida, con su propia historia dice algo sobre sí misma, que te devela gradualmente alguno de sus secretos, que está ante ti como un acertijo que es necesario resolver. Y lo llevas a compartir contigo la caída de la tarde frente al mar. La marea ha bajado; la playa está desierta; el mar aún tibio bate perezosamente las olas. El sol cae implacable, ardiente e impetuoso sobre la fina arena, caldeando los objetos veteados de grises y azules y negros y blancos. Hay mucha basura a tu alrededor, pero no te importa en lo más mínimo. Se sientan sobre la arena de la playa y observan en silencio la poca gente que a medida que el atardecer avanza va llegando a tomar un corto baño de mar. La playa está sembrada de pequeños montoncitos de ropa y zapatos. Algunos montículos sujetos con piedras para que el viento no los arrastre. Es curioso, pero incluso el mar parece adoptar un sonido distinto cuando aquellas figuras vitales y risueñas entran en contacto con las olas haciendo todo tipo de malabares. Y aquella tarde perfecta al lado de tu hijo Daniel Esteban va avanzando lentamente, desvaneciéndose de manera gradual frente a tu mirada, como si estuviese cerrando calladamente sus pétalos. Así es como hay que vivir, piensas dentro de tu ser, de forma despreocupada, de manera temeraria aunque toque enfrentar la cruda realidad, entregándose del todo a estos placeres tan elementales. La felicidad de aquel momento es tanta, que no deseas seguir soñando. Te sientes pleno de ver en el rostro de tu hijo esa satisfacción de poder compartir contigo estos momentos que nunca olvidará. Lo abrazas y le hablas al oído: cuando pierdes contacto con la quietud interior, pierdes contacto contigo mismo. Cuando pierdes contacto contigo mismo, te pierdes en el mundo. Y con tu dedo índice escribes una frase sobre la arena de la playa para que algún alma vagabunda pueda leerla y sentir un poco de regocijo ante la incertidumbre del destino que llevamos a cuesta, una frase que memorizaste de la película Poderosa Afrodita de Woody Allen: La vida es increíble, milagrosa, triste, maravillosa. Por eso decimos: cuando sonríes, el mundo sonríe contigo.
Extracto de la novela “La vida se escribe todo el tiempo”, Robinson Quintero Ruiz – Barranquilla (Colombia)
Imagen : Water is warm, de Agapi Fidler