Mary, la huérfana. Mary, la medio hermana. Mary, el ojito derecho papá William Godwing (y también su seguro de vida económico una vez se escapa con Percy B. Shelley). Mary, la que gustaba de encerrase a leer en el cementerio junto a la tumba de su madre (Godwing la enseñó a leer siguiendo las letras de la lápida de Saint Pancras): “los cementerios le pertenecían por derecho de escritura, eran su zona literaria”. Mary, la amazona precursora de la sci-fi. Mary, la del respeto a la muerte desde el no-temor a la muerte.
amor
Encontrar el camino más corto a tus labios.
Esperar sentado en la antesala de tu alma.
Aguardar paciente que amanezca tu sonrisa.
Conservar tus enfados como flores secas.
Quise llevar a mi chica al desastre
Pero para cuando escuché a Van Morrison
Él ya se la había llevado
Con sus palabras y su tristeza
Con sus chaquetas de segunda mano
Y mi mirada quieta bajo la lluvia
“¿Conoce África una canción sobre mí?”
Hoy no escribo una reseña, ni una crítica, ni una crónica, ni un poema. Hoy escribo una carta de amor. Una carta de amor a Karen Blixen.
Llevo ya más de cuatro años viniendo aquí, desde que decidiste saltar desde lo más alto del trampolín, desnuda, realizando un salto mortal hacia lo más profundo del mar. Buscándote. Esperando verte aunque sólo sea un segundo. Aunque sólo sea el eco de tu sombra. O tus burbujas. Sería suficiente. Sentirte una vez más.
Liliana Torres (Vic, 1980), en su segundo largometraje «¿Qué hicimos mal?» tras la multipremiada «Family Tour» (Atlántida Film Fest, entre otros), regresa a sí misma en este true-life-docu-ficción en el que intenta responder a LA pregunta: ¿por qué desaparece el amor?¿Qué no nos contamos, qué no alimentamos, en qué (quién) nos convertimos al (des)amar? ¿Qué hicimos mal?
. Decidí esperar, dejar que fueras tú la que nadara en dirección a la gran ola, que te enfrentaras por ti sola a la cresta de más de treinta metros que amenazaba arrastrarte hasta la orilla no deseada. Porque eras capaz y, por encima de todo, valiente.
Hoy te escribo estas líneas
a falta del poema que te debo.
Ya sabes mis carencias:
las palabras rimadas
si estás lejos,
aunque sentada estés
en la cocina
leyéndote el corazón
de madrugada.
Nueve de agosto de 1945. Lleva ya tres días de viaje, la mayor parte a pie. Sólo ha comido un cuenco de arroz que alguien le ofreció. El cansancio y las imágenes que ha visto le pesan como fardos de arena en las espaldas. Le duelen los pies, y sobre todo los oídos. Pero no le importa.
El teatro Bellas Artes de Madrid nos regala este otoño el encuentro, una vez más desde hace cuarenta y dos años, entre el genial escritor Miguel Delibes, la leyenda del teatro Lola Herrera y sus «Cinco horas con Mario», que ya no se sabe si pertenece al autor, a la actriz o a todos nosotros.
Creía que el mundo se acababa en la noche
pero el mundo ardía en la mañana
y seguía allí después de todo
La música se va y nos quedará el silencio.
Tu silencio imposible.
Tú has sido el compás de un largo viaje.
El estribillo de nuestra canción….
La gente, tambaleándose los que consiguen ponerse en pie, emite gritos efervescentes para que les devuelvan su dinero mientras la señora muy delgada de la sexta fila —(y que conozco de la terapia)— planea sobre el público con cara de éxtasis y la falda y el moño alborotados.
Hoy os sugerimos un paseo por Valencia y Buenos Aires, en las esquinas de las ciudades que nunca veríais ni aun pisándolas, somos muy de Artista marciana y Facupoeta, jóvenes, poetas y con ganas de gritar. ¡Salud y abrazos!
a veces me sorprendo esperando
a que respires
y al fin lo haces
y empiezo a observarme
aguardando la próxima vez
esa terca balada de tus pulmones
cansados
En la radio, el locutor de voz rota dio paso a Mi gran noche de Raphael. Y Ana sintió algo cercano a lo que debía significar la felicidad completa. Sus pies, libres de la dictadura del tacón, bailaban al ritmo de las alegres notas que luchaban contra el sonido tribal que producía la lluvia torrencial al chocar con el techo.
José Sacristán se nos aparece barbilampiño, enfundado en un jersey rojo de cuello alto y americana de pana marrón, abajo vaqueros azules y zapatos de piel. Vaso de whisky. Tan setentero, tan en su modo y en el modo Delibes, tan urbano y alejado del mundo, tan banderas de nuestros padres a los que hemos querido… que nos alumbra y acongoja indistintamente a lo largo del monólogo en un escenario de muebles polvorientos y desastrados, grises azulados como la vida tras la pérdida física del verdadero amor.
Normalmente no hago prólogo a los poemas que publicamos porque no lo necesitan, pero estos dos de Freddy Santos García nos hablan de mujeres que abren los ojos al futuro y mujeres que ven la atrocidad como presente: las mismas y tan distintas, cuidémoslas.
Cuando lo miro
es como despertar de un sueño,
como hacer estallar
esa burbuja de seguridad
en la que me creía encerrado.
Llevo tiempo leyendo la poesía del joven bonaerense Facupoeta, alguien que te dice que no maneja el email […]