Mary, la huérfana. Mary, la medio hermana. Mary, el ojito derecho papá William Godwing (y también su seguro de vida económico una vez se escapa con Percy B. Shelley). Mary, la que gustaba de encerrase a leer en el cementerio junto a la tumba de su madre (Godwing la enseñó a leer siguiendo las letras de la lápida de Saint Pancras): “los cementerios le pertenecían por derecho de escritura, eran su zona literaria”. Mary, la amazona precursora de la sci-fi. Mary, la del respeto a la muerte desde el no-temor a la muerte.
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«Aquí se cuenta una resistencia llevada a cabo con la palabra como única artillería y dentro del perímetro […]
La animación para adultos alcanza cotas verdaderamente altas con esta obra sobre el amor, fruto del trabajo de Alberto Mielgo y Leo Sánchez durante los últimos siete años. Preciosa en forma y contenido, la película es de una modernidad y lirismo dignos de ser disfrutados.
Podéis verla en el siguiente enlace, que tengáis una gran semana.
¿Qué hace Yvan de Weil (Fabrizio Rongione), un banquero de la banca privada suiza, acompañado por su esposa Inés (Stéphanie Cléau) en la Argentina de los 80? Como dice el refrán, seguir al dinero.
“¿Conoce África una canción sobre mí?”
Hoy no escribo una reseña, ni una crítica, ni una crónica, ni un poema. Hoy escribo una carta de amor. Una carta de amor a Karen Blixen.
Como en la vida, en el tenis, los documentales y las películas biográficas, surgen mesías y diablos, McEnroe y su innovación conductual, introduciendo los gritos, lanzamiento de raquetas y gestos altivos a árbitros y público en un deporte que era de señoras y caballeros, y Williams, sobreponiéndose a todo tras ser madre para demostrar que es la mejor y lo ha sido después de un cambio tan radical en su cuerpo y vida.
Cerrar un libro y querer volver a empezarlo. En el mismo momento en que lo cierras. Decirte “ni hablar, yo de aquí no salgo”. Imaginar que todavía no conoces a Eileen, Cowboy y Jim (a Sandino sí, claro) y que vas a poder (re)descubrirlos poco a poco y otra vez.
Liliana Torres (Vic, 1980), en su segundo largometraje «¿Qué hicimos mal?» tras la multipremiada «Family Tour» (Atlántida Film Fest, entre otros), regresa a sí misma en este true-life-docu-ficción en el que intenta responder a LA pregunta: ¿por qué desaparece el amor?¿Qué no nos contamos, qué no alimentamos, en qué (quién) nos convertimos al (des)amar? ¿Qué hicimos mal?
(Me he enamorado de Sera, la prostituta de Las Vegas. Sera, que llegó a la ciudad de los neones huyendo de un chulo que la maltrataba y quien, Mercedes amarillo mediante, regresa para someterla de nuevo.)
Quizás la cuestión sea si el cine se debe adaptar a otros formatos de rápido mensaje como las series e incluso las redes sociales, intentando paupérrimamente mimetizarse para captar la atención de los jóvenes, o si puede hacerse esto sin renunciar a la pausa y calidad que lo hizo grande.
El mejor Offutt regresa a Kentucky, a las montañas de los Apalaches, al barro que succiona las botas, a las puertas mosquitera y las armas como prolongación natural de las manos. A las lechuzas, las serpientes, las zarigüeyas, las mulas como poste (sic) de un porche…
1925, un rancho en Montana, una familia disfuncional en lo emocional, una mujer alcohólica, un suicida ausente, un cowboy difunto, un adolescente casi andrógino, un paisaje entre la aridez extrema y la exuberancia sthendaliana, animales sexuales, vaqueros como animales, la contención y el trauma, la veneración y lo enfermizo. Y el erotismo.
Es difícil escribir sobre Petite maman (2021, Céline Sciamma) sin desvelar ningún misterio (no los llamaremos spoilers, aquí son misterios) y, lo que es más importante, sin mentir. Y es que en la mayoría de resúmenes o reseñas que he leído se miente flagrantemente.
La semana pasada se ha celebrado en Barcelona el Festival Internacional de Cine Documental Musical InEdit y por allí se ha pasado Gema Monlleo, que nos comparte su visión de «American Rapstar», probablemente la película más impactante de esta edición, historia de raperos en Florida, recién subidos a la industria musical y enganchados a los opiáceos, la última epidemia de drogas que consume Estados Unidos.
El teatro Bellas Artes de Madrid nos regala este otoño el encuentro, una vez más desde hace cuarenta y dos años, entre el genial escritor Miguel Delibes, la leyenda del teatro Lola Herrera y sus «Cinco horas con Mario», que ya no se sabe si pertenece al autor, a la actriz o a todos nosotros.
Desde el Puerto de Navacerrada, controlado por la República, hasta La Granja, en manos de los franquistas, se extiende una extensa tierra de nadie. Un grupo de guerrilleros dirigidos por el dinamitero norteamericano Robert Jordan, desde una cueva junto a Siete Picos, planea volar el Puente sobre el río Eresma para truncar el avance de los nacionales.
Filósofo, intelectual, deportista, cineasta, irreverente por vocación, comunista, homosexual, católico, escritor, poeta…
Un poliedro vital y profesional para el que no estaba preparada una sociedad uni o como mucho bidimensional,
Nacido en Belfast en 1946, George Best fue un alumno aplicado e inteligente que a los once años logró una beca en Gramática por su buen hacer en la Grosvenor Grammar School, lo que sin duda influyó en las gloriosas frases que acuñó a lo largo de su vida.
José Sacristán se nos aparece barbilampiño, enfundado en un jersey rojo de cuello alto y americana de pana marrón, abajo vaqueros azules y zapatos de piel. Vaso de whisky. Tan setentero, tan en su modo y en el modo Delibes, tan urbano y alejado del mundo, tan banderas de nuestros padres a los que hemos querido… que nos alumbra y acongoja indistintamente a lo largo del monólogo en un escenario de muebles polvorientos y desastrados, grises azulados como la vida tras la pérdida física del verdadero amor.
El caso es que como sucede en los sueños, de repente allí estaban el vocalista y el guitarrista de Héroes del Silencio marcándose un pequeño set electro-acústico. De la interpretación vocal de Enrique apenas recuerdo nada, pero recuerdo con nitidez la interpretación de la parte instrumental de «Entre dos tierras» del maestro Juan Valdivia. Difería ligeramente de la original pero tenía unos matices de una belleza sobrenatural, o eso creo recordar. El caso es que allí estaban los dos amenizando mis sueños nocturnos. La interpretación se interrumpió cuando alguien abrió la puerta de la cocina para esa costumbre tan sana y humana de preguntar qué tal estaba la gente de esa casa y dar la bienvenida al pueblo. No recuerdo qué pasó con los Héroes a continuación, en la vida real Bunbury seguramente habría empezado a echar pestes por la organización y Juan Valdivia habría seguido con su cigarro en la boca esperando acontecimientos.