“El hoyo”, una novela corta, un relato largo, un libro-cuaderno autoeditado y disponible en Amazon, para mí sin duda una pequeña gran obra de culto que estaba esperando hacía tiempo. Yo, que sólo leo autores desaparecidos, firmas de peso ocultas en internet y/o miradas lejanas, de otras latitudes que a veces me son afines por tanto viaje pero que tienen otra música.
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Y esto se deja ver en su concepción literaria que le ha llevado a ser uno de los puntales en la regeneración de la narrativa de nuestro país. Una batidora donde mezcla, con un manejo del lenguaje endiablado, quarks y leptones con Borges, el cine americano, la cultura Pop y Punk y el jamón ibérico de pata negra.
Nada de lo que vaya a contar sobre este libro no se ha dicho ya. Y, sin lugar a duda, con más profundidad, belleza y conocimiento, teniendo en cuenta las numerosas críticas, comentarios y premios que ha tenido a lo largo de este año. Mario Vargas Llosa, Juan José Millas, Luis Alberto de Cuenca o Enric González son algunas de las personalidades que han mostrado su entusiasmo por este ensayo.
Hay que recuperar la libertad de expresión en un sentido real, que la gente deje de tener miedo a decir lo que piensa de verdad, y no esté tan preocupada de nadar sólo en las corrientes de opinión. Y también debemos ser lo suficientemente inteligentes como para aprender de quienes no piensan como nosotros y aceptar que habrá cosas en las que estén en lo cierto.
En noviembre de 1990 el escritor Paul Auster recibió un curioso encargo envenenado del New York Times, escribir un cuento de Navidad. Lo que en principio supuso una oportunidad y un reto para el escritor, se fue convirtiendo en un motivo de duda y angustia.
Otra cosa es que en el fondo de nuestra vanidad y nuestra miseria deseemos y empaticemos con dioses que nos recuerden a lo peor de nosotros mismos. Dioses populares que compartan nuestras debilidades. Que no sean ejemplares. A los que les baste su genialidad. A los que les gane su arte pero les pierda su vida. Nos resultan más fáciles de asimilar porque apaciguan nuestras flaquezas. Dioses humanos, demasiado humanos. Firmaría por ver a Nietzsche y a Galeano platicando sobre el tema.
Pocas personas más apasionantes que el “doctor” Hunter S. Thompson. Por su vida y por su obra. Por lo bueno y por lo malo. Vivió como escribió, al límite y sin censuras. No sé si un personaje como él hubiera sido posible en estos tiempos, donde lo políticamente correcto tiende a devorar cualquier amago de salirse del camino preestablecido.
En una jornada de pesca en 1939, Howard Hawks se lo espetó a Hemingway, tocando la fibra monetaria de un escritor siempre ávido de dinero para mantener su tren de vida:
“Ernest, eres un maldito estúpido. Necesitas dinero, ya sabes. No puedes hacer todas las cosas que te gustaría hacer. Si yo gano tres dólares en una película, tú te llevarías uno de ellos. Puedo hacer una película con tu peor historia”.
Y tal como afirmaba Viñó, este premio, y todo lo que le rodea, es el mascarón de proa de un panorama editorial, de una cultura, de una sociedad y de un país que hace mucho tiempo que convirtió el cinismo en moneda de cambio para la más precaria de las convivencias. Todo esto ya de por sí es malo, pero peor aún es ver la nómina de premiados y finalistas que se amontonan, década tras década. ¿Alguien se acuerda de alguno?
Hoy iniciamos una serie de entrevistas con diferentes personajes del mundo de la cultura.
Para ello nos basaremos en el cuestionario que realizó Marcel Proust y que grandes personajes de la historia han contestado, desde Oscar Wilde a David Bowie.
El blanco móvil fue adaptado, en 1966, para el cine por uno de los mejores guionistas de Hollywood, William Goldman. Este fue su primer guion y consiguió con él el Premio Edgar, lo que le abrió la puerta para escribir otros grandes guiones, entre ellos Dos hombres y un destino –también con Newman- por el que obtuvo su primer Óscar.
Y ya sabes
que a mí me gusta acabar los poemas
con el verso perfecto,
eso que empieza en un papel
y acaba en tu boca.