Entrevistamos al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, en el lanzamiento de “Salvo mi corazón, todo está bien”, y le aplicamos nuestro cuestionario Proust 1.0.
En la Feria del Libro de Toledo el pasado mayo tuvimos el privilegio de asistir a un café tertulia con Héctor Abad Faciolince, que atendió preguntas y conversó sobre su manera de afrontar la literatura, la evolución social y política de Colombia, su fascinación por el periodismo y la edición de nuevos autores y, por supuesto, el peso de “El olvido que seremos” en su carrera.
A mitad de octubre, el escritor colombiano presentó su nueva novela, “Salvo mi corazón, todo está bien”, una historia de sacerdotes humanistas inspirada en un religioso que dejó huella durante años en su Medellín natal.
Encuentros en un hotel boutique en la plaza de Zocodover, que hace siglos fue mercado de bestias como indica su nombre árabe –zouk– y dicen que también lugar de ejecución de herejes en las piras frente al público -alguna teoría no contrastada, como tantas cosas en ciudades de leyendas, apunta a que las figuras estilizadas del Greco derivan de la forma de las llamas apuntando al cielo- y posteriormente en la biblioteca pública de uno de los torreones del alcázar, completamente destruido, no por primera vez, durante la guerra civil.

Héctor Abad Faciolince es escritor de novela y cuentos, traductor, periodista y columnista en medios colombianos e internacionales como El Espectador y El País. Por último, aunque no menos importante, tiene una editorial independiente en la que publica nuevos autores y autoras que merecen un altavoz adecuado.
Nacido en Medellín en 1958, se convirtió en una estrella mundial de la literatura tras la publicación de “El olvido que seremos” (editorial Alfaguara, España, 2006), inolvidable obra dedicada a la memoria de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, insigne médico, profesor universitario e impulsor del acceso a la sanidad pública e infraestructuras básicas de la población más desfavorecida en Medellín durante los años 70 y 80.
El doctor Héctor Abad fundó la Escuela Nacional de Salud Pública.
Fue asesinado en 1987 en Medellín, ciudad que emprendía una loca carrera hacia la violencia institucionalizada y que la atormentaría, como a todo el país durante demasiados años.


Pero volvamos a hoy, final de 2022 y con Héctor Abad en gira promocional y habiéndonos dedicado también su última obra, “Salvo mi corazón, todo está bien”. En la dedicatoria de “El olvido que seremos” cambió el nombre a nuestro fundador y supuso que vive en Argel, al bromear con las sospechas de su suegro acerca de los viajes a Colombia, concluyendo que quizás debería ir más a menudo a Argelia (conversación unos días antes de la crisis diplomática y comercial entre España y Argelia).

Dejando al margen los consejos y las colinas de Argel sobre el Mediterráneo, en una de cuyas cuevas estuvo preso Miguel de Cervantes tan cerca y tan lejos del mar, José Félix González-Encabo y José Díaz de Cerio Jackson agradecen enormemente a Héctor Abad Faciolince su generosidad y os comparten esta entrevista, que sólo pretende ser una conversación con un Maestro, y nuestro consiguiente Cuestionario Proust 1.0.
Esperamos que lo disfrutéis.
Haciendo la introducción he reparado en que en los bajos del hotel donde nos conocimos hay un banco que antes fue el Café El Español, que aparece representado en la película Tristana, de Luis Buñuel, con Catherine Deneuve y Fernando Rey (finalmente se reprodujo el café en estudio, si bien el resto de la película se rodó en la ciudad de Toledo). Tristana es Pérez Galdós y Luis Buñuel y parte del patrimonio de Toledo, ¿qué piensa del cierre de espacios de alto interés cultural en ciudades que deberían preservarlos?, ¿cómo se lucha frente al olvido si gobernantes y propietarios carecen de conocimiento y sensibilidad?
Creo que los que estamos locos por los libros y las películas quisiéramos que no desapareciera nada de los libros y las películas que nos gustan. Nos gustaría que Rocinante estuviera vivo todavía y, si se conociera, que también estuviera en pie la casa en un lugar de la Mancha de donde salió Alonso Quijano. A veces se llega al extremo (cuando han pasado suficientes siglos de olvido) de señalar tal lugar como si fuera el lugar de tal libro, así ya no lo sea. Yo creo que tenemos razón cuando defendemos esas nostalgias, pero quizá otras gentes tengan razones mejores que las nuestras para no preservarlo todo. Italia es, sin duda, un país hermosísimo, quizá el más hermoso que existe, pero al mismo tiempo es un país museo, un país intocable, en el que todo es reliquia. Es imposible construir un metro subterráneo porque abres un hueco en cualquier parte y hay ruinas romanas o etruscas que lo detienen todo. Los arquitectos, en casi todas partes del país, no pueden hacer más que interiorismo. Hay que encontrar un balance entre conservación e innovación. No todo puede ser museo, de lo contrario toda Europa llegará a ser un museo.
Nuestro primer encuentro fue una semana antes de las elecciones colombianas, ¿cómo valora el primer semestre del señor Petro al frente del gobierno?, ¿cree que logrará consensos en materias importantes?
Cuando estoy en España, o cuando contesto una entrevista para España, lo que más me gusta es descansar de la política colombiana. Permítame no contestar a esta pregunta. Me desconsuela y desanima mucho pensar en la política colombiana. Brevemente: veo signos atroces de gran fracaso, y uno que otro síntoma de cosas buenas, pero son más los primeros que los segundos. Espero estar equivocado.
En la presentación de “Salvo mi corazón, todo está bien” dijo que su madre en ocasiones le repetía que no es necesario que recuerde en todas las entrevistas que es ateo. El sacerdote Luis Córdoba es un humanista que cuida y educa jóvenes, inspirado en un religioso que usted conoció, y que está en espera de un trasplante de corazón. Usted comenzó la novela antes de su intervención a corazón abierto el pasado invierno y la ha terminado este verano, una vez repuesto, ¿se ha congratulado con el catolicismo bien entendido?, ¿guardamos una morriña subyacente de las claves culturales y morales que nos insuflaron y a veces infligieron de niños?
Sigo siendo ateo, un ateo manso, se lo digo, aunque no me lo haya preguntado. Como no creo en la vida después de la muerte, no creo que mi madre esté sufriendo por esta respuesta. Creo, sí, que uno es lo que le inculcaron de niño en la familia y de joven en el grupo de amigos. A mí intentaron insuflarme cosas muy contradictorias, que no podían subsistir una con la otra en la misma mente. Mi madre, catolicismo y capitalismo; mi padre, agnosticismo y socialismo. Escogí tomar algo de mi madre, y creo en la libertad de empresa y en el esfuerzo individual (el mérito) como una forma eficiente de producir riqueza y obtener recompensas; también tomé algo de mi padre y acentué su agnosticismo hasta mi ateísmo manso, no militante, para no ofender a la gente que sí cree, como creía mi madre. Creo en el capitalismo moderado por los impuestos y por un estado que no sufra de gigantismo.
¿Ponerse en el lugar de ese sacerdote ha sido un ejercicio arduo, puesto que no comparte los postulados de la iglesia católica?, ¿cree que las sociedades actuales están lejos de ponerse en el filtro del otro o incluso ya desistieron de ese deber?
Supongo que el escritor incapaz de desdoblarse en otro (quizá no en todos, pero sí en muchos) está perdido. No veo otra manera de escribir novelas que meterse en el pellejo de personas muy distintas a nosotros mismos. No escribo sobre asesinos porque me cuesta mucho meterme en la mente del que mata, aunque reconozco que a veces sí me han dado ganas de matar a alguien (si bien unas ganas muy poco convencidas). El trabajo con los sacerdotes o el pensamiento católico no fue tan arduo; yo mismo fui católico hasta la adolescencia, y aunque nunca me planteé ser cura, puedo entender muy bien ciertos deseos de apartarme del mundo y vivir una especie de vida monacal, en silencio, con ayunos, sin sexo, con lo mínimo necesario, y cantando gregorianos o alguna melodía repetida al amanecer y al atardecer. Esa vida de la que hablaba Fray Luis: ¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruïdo, / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido; / Que no le enturbia el pecho / de los soberbios grandes el estado, / ni del dorado techo / se admira, fabricado / del sabio Moro, en jaspe sustentado!”.
En 2016 apadrinó el lanzamiento de la editorial independiente Angosta, junto a jóvenes autores que habían tomado parte en talleres de escritura con usted. El editor, José Ardila, dijo que sería “la puerta amplia por la que pasan los rechazados” y que la empresa nacía con “ánimo de quiebra, que tiene claro que su objetivo no son las ganancias”, una declaración de intenciones que nos entusiasma pero ¿cómo se ha desarrollado Angosta seis años y una pandemia después?
Después de tres años estábamos totalmente quebrados y tuvimos que despedir a todos los empleados, incluyendo a Jose Ardila, lamentablemente, porque era un buen editor. Mi esposa, Alexandra Pareja, sostuvo la empresa sola un par de años, y la sacó a flote. Lo hacía todo: desde cargar las cajas hasta corregir la ortografía de los libros. Seguimos siendo una editorial sin ánimo de lucro, pero hemos renunciado al ánimo de quiebra: contratamos personas leales y competentes, seguimos publicando a muchos que no tienen donde publicar, y tenemos unos cuantos mecenas que nos ayudan al propósito de no estar obligados a tener mecenas dentro de pocos años.
Tras leer “El olvido que seremos” no pude evitar en pensar en Hamlet y su padre, ¿este libro lo escribió como una venganza, una cura o para recuperar la memoria perdida? El gesto de amor va de soi.
Lo escribí para que mis hijos conocieran al abuelo que, si no lo hubieran matado, habrían conocido.
La memoria, al final, no deja de ser un retrato creado por los brochazos imprecisos de nuestros recuerdos. ¿Qué papel juega la literatura a la hora de preservarla, evitando que caiga en el olvido?, ¿existe el peligro de deformarla?
Hay que confiar en la memoria, y sobre todo, en la mala memoria, que es un gran filtro de lo que importa y lo que no. Además una gran fabuladora. La buena memoria está hecha para los historiadores. La literatura se escribe con la esencia de lo ficticio, que es la condensación que se produce cuando algo no se lo recuerda bien y hay que completarlo con fantasía.
Manuel Puig dijo que “los países latinoamericanos, en su inestabilidad, dan a los escritores e intelectuales la esperanza de que los necesitan. En América Latina existe la ilusión de que un escritor puede cambiar algo; por supuesto, no es tan simple”. ¿Está de acuerdo con esta aseveración?, ¿cómo influye Colombia en su forma de escribir?
Yo conocí a Manuel Puig en Medellín. Era encantadoramente tímido. Cuando él dijo lo que usted cita, tenía razón. Ya no es así, nos hemos modernizado, ahora en América Latina nos hemos vuelto como el resto del mundo: los escritores ya no cambiamos nada ni siquiera aquí y ni siquiera cuando somos muy ilusos. La vida en Colombia es tan dura que en vez de vivir afuera, en Colombia vivo encerrado en mi casa, y escribo libros. No salgo casi nunca. Esa es la mayor influencia que tiene sobre mí: me obliga a encerrarme y a crear una realidad alternativa.
¿Es usted consciente del lector cuando escribe?
De una manera muy nítida. Aspiro a ser entendido. Tanto, que a veces se me va la mano en lo explícito. Crecí en una sociedad muy poco lectora, muy poco letrada. Quiero que también los menos cultos me entiendan, sin que los muy cultos me consideren tonto. No es fácil. De hecho, los que se creen muy cultos en mi país me creen bobo. Mi padre, en cambio, decía: “el bobo es uno que cree que hay bobos”. Hay menos bobos de lo que uno piensa.
Cuestionario Proust 1.0
¿Principal rasgo de su carácter?
Lo olvidadizo que soy.
¿Qué cualidad aprecia más en un hombre?
La bondad.
¿Y en una mujer?
La bondad.
¿Qué espera de sus amigos?
Pensamiento, bebida, comida, risa.
¿Su principal defecto?
Mis olvidos. Soy poco rencoroso y poco agradecido.
¿Su ocupación favorita?
Nadar por el agua o caminar por el campo.
¿Su ideal de felicidad?
Traducir bien mi pensamiento a las palabras.
¿Cuál sería su mayor desgracia?
La muerte de cualquiera de mis hijos.
¿Qué le gustaría ser?
Pianista.
¿En qué país desearía vivir?
Medio año en Colombia y medio año en España, como vivo.
¿Su color favorito?
El azul.
¿La flor que más le gusta? (disculpe la pregunta pero en ocasiones nos llevamos sorpresas)
Las modestas, sin nombre, que veo por el campo.
¿El pájaro qué prefiere?
El primero que llega a comerse el plátano que le pongo por la mañana.
¿Sus autores favoritos en prosa?
Ya que estamos, Proust, Joseph Roth, Cervantes, Tolstói, Madame de Staël, Isaac Bashevis Singer.
¿Sus poetas?
Antonio Machado, Quevedo, Lope, Santa Teresa, León de Greiff.
¿Un héroe de ficción?
Un antihéroe: Franz Tunda.
¿Una heroína?
Jane Eyre
¿Su músico favorit@?
Johann Sebastian Bach.
¿Su pintor preferid@?
Manet influido por Velázquez.
¿La película de su vida? (quizás debamos entonar el excusa non petita acusatio manifesta)
El hombre que amaba a las mujeres.
¿Su héroe/heroína de la vida real?
No me gustan los héroes.
¿Su nombre favorito?
Pese a lo anterior: Simón.
¿Qué hábito ajeno no soporta?
La boba astucia de aquellos que mienten más de lo que engañan.
¿Qué es lo que más detesta?
El odio que lleva a la violencia y viceversa.
¿Una figura histórica que le deje mal cuerpo?
Napoleón.
¿Qué virtud desearía poseer?
Inteligencia matemática.
¿Cómo le gustaría morir?
Dándome cuenta de que me estoy muriendo.
¿Cuál es el estado más común de su ánimo?
El descuido.
¿Qué defectos le inspiran mayor indulgencia?
La gula, la pereza, la lujuria.
¿Tiene una máxima?
No mando ni obedezco.