Nathaniel Rateliff -acompañado de su banda The Night Sweats- es un animal de blues rock, soul, americana y folk rock que muestra impúdicamente su gran barriga diciendo “venid a por mí, veamos quién tiene mejor directo y mueve más”.
rock
Hay que recuperar la libertad de expresión en un sentido real, que la gente deje de tener miedo a decir lo que piensa de verdad, y no esté tan preocupada de nadar sólo en las corrientes de opinión. Y también debemos ser lo suficientemente inteligentes como para aprender de quienes no piensan como nosotros y aceptar que habrá cosas en las que estén en lo cierto.
Y le hemos seguido porque confiamos en su brújula, porque su música no entiende de prejuicios, porque “no tengo dueño, no soy tu esclavo, un poco tuyo y de todo el mundo”, porque tiene un bello dolor que compartir. Le hemos seguido solteros, enamorados, divorciados, con hijos, solitarios, en los momentos álgidos y cuando hemos caído con todo, en la presuntuosa juventud y en las primeras canas y dolencias, en la pérdida de seres queridos y el amor de los nuevos.
Contestatarios y desinhibidos en “Villa Nellcote”, chateau alquilado por Richards y que, cuentan las crónicas, llegó a albergar a cerca de 70 personas entre músicos, ingenieros de sonido, parejas de todos ellos, aduladores, chupópteros y célebres visitantes como William Burroughs (el hombre que descendió a las infiernos de las sustancias y vivió para contarlo en el icónico “Almuerzo desnudo”), John Lennon o el solista de The Byrds, Gram Parsons…
“…Fuera de contexto, es decir, cuando lo repasas al cabo de unos meses, te das cuenta de que se ha mezclado lo importante con lo fatuo, hasta que todo se anula a sí mismo. Sí. Eso es la red. Una lucha de extremos que se anulan, hasta llegar la inactividad, la revolución de bengalas que se apagan justo después de quejarte por la red. Allí parece que acabe todo.” Santi Balmes, escritor y cantante de Love of lesbian (Profesor Jonk, 6/11/2020)
Los diarios que relatan nuestra vida están escritos con letras, imágenes y notas de música. Un beso. Un baile. Aquel poema que escribimos a nuestro primer amor. Esa película que nos dejó sentados en la butaca a pesar de las miradas del acomodador. El libro que desearíamos haber escrito. Nuestro viaje al portal de tus padres. El Muro de Berlín que construyó a su alrededor cuando todo terminó. Y, cómo no, las canciones que se adhieren a cada momento y del que ya nunca se despegan.
Decidnos si “Homerun” y “What it´s like” no se parecen, si no estamos una vez más ante el eterno retorno o ante la necesaria e inconsciente influencia de los clásicos en las nuevas generaciones.
Las fechas, sus conexiones y los padres. Al final, cuestiones que nos obsesionan. Por cierto, aunque parecía un gato huyendo por una cocina, también me gustaba la enigmática Yoko, esa mujer oscura que sedujo y acogió a nuestro niño abandonado de posguerra y que en el 80 dejó grabado su orgasmo sonoro en “Kiss, kiss, kiss” para los niños autodidactas cuya educación no tutelan suficientemente sus progenitores.
Somos felices, tenemos derecho a ello incluso cuando fallan los cimientos. Negamos la demolición, en eso consiste la única revolución fructífera que hoy se nos permite. Y no es poco.
Amigos, familia en dosis adecuadas, música, naturaleza, un gato, cerveza, caricias, seducción…, belleza.
New York, la historia de Ryan Adams y una historia nuestra.
Yo era director de exportación de una fábrica de cárnicos, bajé a comer al restaurante y en la mesa alguien dijo que un helicóptero chocó contra el World Trade Center de Nueva York. Un accidente. No, un avión. No, los accidentes no existen. Quince minutos después seguíamos viendo imágenes en directo, no recuerdo que habláramos, ni siquiera las inocuas conversaciones de compañeros de tantos días, sólo mirábamos. El segundo avión se incrustó en la otra torre y la tarde, al igual que la mañana se borró. Sólo quedó ese momento para siempre.
En cierta ocasión recuerdo haber leído que Bob Dylan dijo no escribir canciones, que únicamente servía como receptor…
Cada sábado un cañonazo.
Hoy abrimos con Stone Temple Pilots, a quienes algunos colaboradores y allegados pudimos disfrutar en la sala Aqualung de Madrid en noviembre de 1995. Inolvidables aquellos tipos tirándose desde los altavoces sobre el público, tiempos de moshing y casi alguna cabeza rota.