Instagram no sólo vale para dar rienda suelta a nuestro narcisismo y acudir periódicamente a ver los insípidos frutos. También le damos uso para compartir y descubrir nuevas voces como la del poeta Mal Calibrado, en otros foros conocido como Jaime Moreno, autor de una poesía que deja huella. Si deambuláis por Barcelona, tened cuidado que observa paciente.
viajes solitarios
Si alguna vez viajo a Tokio ya sé a qué Tokio quiero ir. Al de 2003. Al del Hotel Park Hyatt. Al de la habitación desordenada de Charlotte. Y al de la habitación de Bob, donde el fax nunca se silencia. Quiero ir a ese Tokio, a esos neones, a esa estética, al karaoke en el rascacielos con sala privada. Quiero una peluca rosa y una cebra por decoración (en la pared, en la cama o a los pies).
En cierto modo, espero la réplica del agresor digital, me gustaría abrazarlo sabiendo que hay un océano y cierto anonimato de por medio. El mundo está lleno de fabulosos tarados, cuidémoslos.
¿Tomarías un tren a ninguna parte?
Yo lo hice.
Todos los miércoles.
Salía temprano, llegaba tarde.
No recuerdo bien si yo andaba buscando ese tipo de tren o él me buscaba a mí.
Cada mañana de los miércoles, bien temprano, yo tomaba mi billete y entraba en la estación azul de los trenes a ninguna parte.
He rogado una y otra vez a la mar que me sacudiera de dentro a fuera, -aún más de profundo, allí donde nazco- y que entre los cuerpos que arrastraba la marea estuvieras tú. Y te lo dije, te lo dije, te lo dije: “bésame cuando tus pulmones se llenen de agua y naden peces. Hazlo como si tu boca fuera una pecera y estuviera llenita de vida, llenita hasta que la vacían.”
Joder, unos treinta años sin verle y ahora vuelven su pipa y su sombrero, su barba, su ingenio, su oratoria, su humor cínico e inteligente, su desprendimiento, su distancia de todo, su verdad.
Es embarazoso. Como el hecho de cenar solo.
Existe una cierta dignidad en ello pero yo no la encuentro, me gustaría apostarme junto a la mesa de seis universitarios que hablan entusiasmados, alguno de ellos es psicológicamente caracterial y se agarra al móvil para sobrellevar mejor su desplazamiento.
Aquí parece que nadie mira pero todo el mundo desea serlo y nadie deja de observar, las sirenas no paran de sonar como en una concurso de pájaros trinando por toda la ciudad, hoy se celebra la asamblea general de la ONU y de la 42 a la 47 se han cortado al tráfico, a las 10 ya hacía calor así que colgué la americana del brazo izquierdo lo que me produjo una ligera mancha de sudor por encima del abdomen, nada irreparable con buenos chorros de aire acondicionado a la entrada de los edificios.
Hotel Cross, Dotonbori, Osaka.
Viernes
4:46 AM. Rellano del ascensor, 7a planta
El ascensor plateado se abre y el recepcionista se adelanta ágilmente a los dos sanitarios con maletín y mascarilla, precipitándose uno hacia la máquina de bebidas y otro hacia la zona central, cerca de una fina lámpara de cristal blanco de Kartell estratégicamente situada antes de emprender el pasillo perpendicular a un lado y a otro.
La noche terminó cenando y bebiendo a las intempestivas once frente a una mesa en la que expandía su halo el mítico Panenka, rodeado por su cohorte de atractivas mujeres rubias arrebujadas en pieles. Incrustadas, apretadas, dibujadas, deseadas en pieles.
Panenka es un loco que un día se saltó las normas y se jugó la gloria y el destierro a cara o cruz y ganó. En las cosas importantes no cabe la tibieza.
…Los chinos que llevo al lado, al fondo del avión, no entienden la vaina y los rusos aún menos, aquí dicen que reír es de locos.
Ella devuelve las pelotas con parquedad y esa cortesía que permiten los monosílabos. Se entretiene observando el extrarradio anaranjado de la ciudad, los edificios lejanos y las planicies de tierra, margaritas y basura próximas a la M-40.
Una furgoneta amarilla conduce muebles a alguna parte, unas cuerdas sujetan la puerta, el conductor sacude la cabeza rítmicamente. Le dejan atrás y el taxi alcanza velocidad, en la radio resucita una copla.
Resulta sorprendente cómo maneja moralmente a los demás, cómo aniquila todo atisbo de esperanza, cómo conduce la conversación y los chistes -siempre tendentes a la necrofilia-, cómo cuando has escuchado y has asumido tus culpas y miserias, la mercancía que permanece en stock, él se siente fortalecido y al cabo sonríe inconscientemente con malicia.
Entonces, un rato después eres capaz de odiarlo por el fardo de tristeza que carga sobre tus hombros, pero cuando duerme y lo miras, comprendes que tiene la madurez y la mente de un niño que se rechaza a sí mismo.
Y eso, amigos míos, constituye una mezcla peligrosa.
Crear un personaje que resulte tan entrañablemente despreciable es digno de admiración. Para ello, Aramburu no deja de lado el humor, que dosifica convenientemente a lo largo de la lectura.
Primavera, comuniones, cumpleaños. bodas, dinero… , ¿reparaciones necesarias?, viajes cercanos, proyectos que dan más sufrimiento que disfrute, familiares que no aclaran sus vidas y eso nos enerva porque jode que te molesten, políticos y periodistas que te enervan por las mañanas…