Aquí parece que nadie mira pero todo el mundo se ofrece y nadie deja de observar, las sirenas no paran de sonar como en un concurso de pájaros trinando por toda la ciudad, hoy se celebra la asamblea general de la ONU y de la 42 a la 47 se han cortado al tráfico, a las 10 ya hacía calor así que colgué la americana del brazo izquierdo lo que me produjo una ligera mancha de sudor por encima del abdomen, nada irreparable con buenos chorros de aire acondicionado a la entrada de los edificios.
Tuve una reunión peregrina , de esas que organizo con cónsules y consejeros que se preguntan lo mismo que yo, ¿de verdad es necesario tanto?, ¿era esto lo que buscábamos?, ¿llegamos ya a nuestro punto de cocción madurez?, ¿a partir de aquí seguimos reuniéndonos o aceptamos el despacho cubículo como punto final?
Las sirenas siguen zumbando, el problema de estos sitios es que cuando se convierten en la banda sonora del día a día nadie llegaría a pensar que algo terrible puede ocurrir. Y ocurre.
Tardé en decidir la ropa que me pondría para dar un paseo por el parque, al final chinos, zapatos de sport y polo todo a juego con el cinturón marrón de piel. No muy americano, la verdad.
Cruza un niño por delante de mi banco, viste ropa de deporte y supongo que vuelve del colegio alegre hacia su casa en Central Park East Side, detrás dos chicas displicentes y una madre de mediana edad con un bebé, un tipo de gorra y camiseta de hombreras con bici a la mano -no va afeitado- y mujer con perro enano y bebé. Finalmente de momento, un niño pelirrojo entrado en peso pero portando gafas de sol de pasta blanca a la cabeza y por supuesto una nani con dos bebés preciosos, mofletudos, colorados y de color pajizo, el mayor caminando y preguntándola si va a cocinar y el pequeño sentado en su carrito como un rey .
Aunque el banco que he buscado se encuentra en un camino secundario del parque, sigo en la zona sur y de hecho estoy todavía a dos kilómetros del museo Metropolitano, por lo que creo que hoy no me perderé en sus pasillos.
Han salido las nubes y parece que llega una brisa que mis glándulas sudoríparas todavía no perciben, a izquierda y derecha de mi pequeño camino transversal hay carreteras que transitan el parque y ahora mismo una extraña pareja de mujeres mayores vestidas de negro cruza hacia la carretera más céntrica y la de cabello corto canoso le toca levemente la espalda a la otra que parece más joven. Una familia formada por varias parejas y algunos adolescentes han parado a beber de la fuente , están tranquilos pero ya se sabe que la tormenta llega de improviso : son italianos , antes de marchar una de las señoras no ha podido evitar hacer una exclamación sobre algo bello y gesticular con la mano derecha.
Hace media hora tomé un perrito caliente con agua al llegar al parque, six dollars, esta mañana no desayuné pero supongo que esperaré a la cena.
Sin percatarme se han sentado en el banco corrido un par de mujeres de mi edad que charlan amablemente sobre sus vidas , apenas las entiendo porque, a diferencia de la señora italiana, éstas se manejan con moderación. Sin duda, son vecinas del barrio, también lo es la dama más distinguida que he visto desde mi llegada, una señora de melena platino que se pasea estilosa haciendo danzar un peto ancho de color crema por debajo del que se contonean las mangas de una elegante camisa blanca, todo aderezado con zapatillas beige y sus gafas de sol a través de las que me ha mirado al pasar y lo ha vuelto a hacer furtivamente cinco metros después al llegar a la fuente y por último, sin apenas girarse, creo que gracias al reflejo del cristal o la patilla, no lo sé pero es indudable que ha esperado mi última mirada de asentimiento y aplauso antes de desaparecer irremediablemente para siempre.
Están cayendo algunas hojas. Central Park, amigos, también hay ardillas y ciclistas y corredores y carruajes tirados por caballos pero no los quiero cerca, ellos también son estresantes y parte del gigantesco mercado -de esta bravata excusaremos a las ardillas aunque a mi juicio se mueven demasiado rápido-, no quisiera que a este provinciano extranjero le pillara una tormenta y, aunque no deja de pasar gente variopinta, quizás llega la hora de zambullirse en las luces de neón a intentar no sentirse excluido ni aburrirse sin gastar.