Nunca había reparado en mi sed hasta el día que me ahogué. Cuando de mi aliento solo quedó cristal y los cangrejos atesoraron mi corazón como si de la hija de una concha se tratara, tragué saliva como no había hecho en años y extrañé, por última vez, el sabor del agua dulce.
Mientras me despido de las olas que decoraron mis lágrimas, pediré perdón por haberme pasado la vida en busca de sirenas: en el horizonte de unos ojos claros, en bocas con forma de corazón, en regalos malditos del sol. He rogado una y otra vez a la mar que me sacudiera de dentro a fuera, -aún más de profundo, allí donde nazco- y que entre los cuerpos que arrastraba la marea estuvieras tú. Y te lo dije, te lo dije, te lo dije: “bésame cuando tus pulmones se llenen de agua y naden peces. Hazlo como si tu boca fuera una pecera y estuviera llenita de vida, llenita hasta que la vacían.” Pero tú nunca lo entendiste, sirena de plata. Y ahora, ¿qué queda de mí para tu memoria salvo la espuma que baña mis yemas, sombra tornada púrpura de lo que una vez fueron herramientas que levantaron castillos? ¿Acaso la noche que viste ahora tu corazón es la única prueba de que he existido, de que he amado y he sido amado? De mi solo queda lo que pudo haber sido tuyo, y nada más.
En la víspera de la última luz de agosto, reconozco que la vida me la dio mi madre, pero los ojos me los dio el océano; y por ello todas mis letras las escribí como si fuera tan vasto como él, demasiado ciego como para darme cuenta de que el ardor de mi garganta no era alcohol, sino sal. Tinto de verano, enterrado en la arena: del agua vengo y en agua me convertiré.
A la deriva y hueco, queda aquí la última prueba de mi ser, la firma de un ladrón: “las burbujas son casi blancas cuando vuelan hacia la superficie”, testifico según conozco el hondo turquesa. Y es entonces cuando lo decido: me quedo con el azul. Para toda la vida.
Elsa Calvo González, diecisiete años y recién llegada. Lee a los grandes y escribe cuentos sobre historias pequeñas de adolescentes solitarios, valientes, argumentadamente contestatarios, atentos a lo que les rodea. Pasará al resto de la banda por encima, como un avión. Como debe ser.
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