Memorable concierto de una banda que va a crecer y hacerse masiva en los próximos años, alternaron perfectamente los medios tiempos de bailes acompasados sureños en espera de la tormenta, que algunas veces llegaba al final de la canción con cuerdas de todos las texturas tronando a la vez y otras esperaba al siguiente tema que hacía escuchar alaridos y “¡jihas!” entre los cuatreros del público.

The Dead South nos lleva a Louisiana con sus veloces riffs de guitarra, banjo, mandolina y violonchelo, una banda teóricamente de bluegrass en la que el violín no es titular de partida, una banda de actitud punk y metalera sin batería ni guitarra eléctrica, una banda que reverencia el folk tradicional -no sin reírse de sus modos más extremos.
¡Una banda de folk bluegrass que nos lleva al Gran Sur pero son de Canadá!

Desde el Puerto de Navacerrada, controlado por la República, hasta La Granja, en manos de los franquistas, se extiende una extensa tierra de nadie. Un grupo de guerrilleros dirigidos por el dinamitero norteamericano Robert Jordan, desde una cueva junto a Siete Picos, planea volar el Puente sobre el río Eresma para truncar el avance de los nacionales. 

El caso es que como sucede en los sueños, de repente allí estaban el vocalista y el guitarrista de Héroes del Silencio marcándose un pequeño set electro-acústico. De la interpretación vocal de Enrique apenas recuerdo nada, pero recuerdo con nitidez la interpretación de la parte instrumental de “Entre dos tierras” del maestro Juan Valdivia. Difería ligeramente de la original pero tenía unos matices de una belleza sobrenatural, o eso creo recordar. El caso es que allí estaban los dos amenizando mis sueños nocturnos. La interpretación se interrumpió cuando alguien abrió la puerta de la cocina para esa costumbre tan sana y humana de preguntar qué tal estaba la gente de esa casa y dar la bienvenida al pueblo. No recuerdo qué pasó con los Héroes a continuación, en la vida real Bunbury seguramente habría empezado a echar pestes por la organización y Juan Valdivia habría seguido con su cigarro en la boca esperando acontecimientos.

Las fechas, sus conexiones y los padres. Al final, cuestiones que nos obsesionan. Por cierto, aunque parecía un gato huyendo por una cocina, también me gustaba la enigmática Yoko, esa mujer oscura que sedujo y acogió a nuestro niño abandonado de posguerra y que en el 80 dejó grabado su orgasmo sonoro en “Kiss, kiss, kiss” para los niños autodidactas cuya educación no tutelan suficientemente sus progenitores.