La gente viene a verme
Todos saben que me muero
Quien escribe este poema todavía no comenzó
Porque está cortándose el pelo a máquina
Y escuchando For heaven’s sake, de Bill Evans
Etiqueta: muerte
Mil demonios, cuento de Samuel Segura desde México
Me detuve frente al zaguán de don Feliciano, afuera de aquella fachada que era del mismo color de siempre: un verde pistache que se estaba deslavando, pero que nunca terminaba de deslavarse. No escuché nada, pero un olor se hizo patente: un olor a podredumbre, a cañería, a cadáveres, pensé, que el viento se encargó de llevarse tan rápido como lo trajo consigo.
Vuelves a la tierra, poesía, montaña y feriantes
Vuelves a la tierra
Donde tu padre espera
Te escondes
Y encuentras
Pero no sabes que las voces amigas
Te hablarán antes
Que las familias agraviadas
Y los conocidos de los que
Nada sabes ni te importa
Treinta años sin Kurt Cobain: Nirvana crece más cada día
Paco Pérez Brian y otros compañeros de Radio 3 recuerdan a Kurt Cobain en 180 grados, de Virginia Díaz, cuando cumplimos 30 años de su desaparición.
Un sonido duro y seco, del mexicano Enrique I. Castillo
No sentí pena, ni tristeza, ni dolor, ni remordimiento al estar frente a su ataúd. Aquella mañana era como cualquier otra, lo único que la hacía diferente era que tendría que ir a su funeral. Me tomé un tiempo para pensar el asunto. Unos minutos bastaban.
Dios prefiere a los bastardos, cuentos del otro México
Los relatos de Gonzalo Trinidad Valtierra nos llevan formalmente a la literatura contemporánea, en buena medida de raíz norteamericana, si bien tienden a cerrarse de un modo firme, no dejando las posibilidades en ocasiones abiertas del maestro Carver. Aquí los asuntos se cierran y las deudas se pagan. Y nunca se sabe quién pagará la cuenta.
Vuelve la poesía de María Gateu
Un cuerpo inerte
no admite lucha,
igual que lo estanco,
el agua sucia
y en parálisis
se rinde a lo perpetuo.
El color de las burbujas. Elsa Calvo González
He rogado una y otra vez a la mar que me sacudiera de dentro a fuera, -aún más de profundo, allí donde nazco- y que entre los cuerpos que arrastraba la marea estuvieras tú. Y te lo dije, te lo dije, te lo dije: “bésame cuando tus pulmones se llenen de agua y naden peces. Hazlo como si tu boca fuera una pecera y estuviera llenita de vida, llenita hasta que la vacían.”
Redes, tanatorios y canciones largas
Joder, unos treinta años sin verle y ahora vuelven su pipa y su sombrero, su barba, su ingenio, su oratoria, su humor cínico e inteligente, su desprendimiento, su distancia de todo, su verdad.
A veinte metros, Itaewon
A veinte metros de la muerte, un mes después la vida sigue adelante, abrazándonos y quemándonos con todo el hielo de esta madrugada.
Desnudos en la lluvia, cuento de psiquiátricos de provincias
Carreño tiene la cara angulosa, morena y agujereada. Su dentadura amarilla es como un piano maltratado por el tiempo y su risa es escandalosa y febril. No le importa tener pocos dientes a su edad: unos treinta y cinco. Sin duda, el tahúr repartió las cartas y los ases fueron a las manos de siempre.
– Estaba en Las Ramblas de Barcelona y me echaron las cartas. El de Marsella no; el brasileño, que es el bueno aunque más peligroso. Me dijo: » Muchacho, nunca he visto a nadie que me saque tres comodines. Tú vas a tener estrella, victoria y luz pero el dinero no lo verás. El poder no está hecho para ti «. Y aquí estoy, sin un duro porque no lo quiero. Yo he prescindido de los bienes terrenales. Sólo necesito tabaco, café, mis walkman y un saco de dormir.
Boston, microrrelato de Carlos Aymí
Nunca se descubrió la identidad de la víctima y el informe forense llegó a pírricas conclusiones; varón, caucásico, en torno a cuarenta años y muerte por parada cardiorrespiratoria sin aparentes signos de violencia. A saber, me dijo un amigo médico. El bosque lo mató, dije yo. En el pueblo, cada quien esbozó su propia…
Historias de checos, panenkas y salamis
La noche terminó cenando y bebiendo a las intempestivas once frente a una mesa en la que expandía su halo el mítico Panenka, rodeado por su cohorte de atractivas mujeres rubias arrebujadas en pieles. Incrustadas, apretadas, dibujadas, deseadas en pieles.
Panenka es un loco que un día se saltó las normas y se jugó la gloria y el destierro a cara o cruz y ganó. En las cosas importantes no cabe la tibieza.
Ceniza roja: diario de cenizas, de Socorro Venegas
Socorro Venegas escribió Ceniza roja (Páginas de espuma, 2022) hace 23 años, cuando su marido Alan murió de forma súbita. Por prescripción médica volcó sus emociones en fragmentos, sin voluntad de continuidad regular, y aquel diario de duelo insepulto se materializa ahora en un poético libro ilustrado por Gabriel Pacheco.
Los hijos de Shifty, nueva novela de Chris Offutt
Empezar una novela de Chris Offutt es como saltar desde un trampolín olímpico, no se puede empezar “de a poquito”: en unos segundos quedas completamente sumergida. Primer capítulo, 3 páginas: un personaje, una colección de sueños rotos y de contradicciones morales, cierto hastío vital epidé(r)mico, la tan cotidiana necesidad de evasión y el capitalismo más impúdico expulsando a los no elegidos.
Diecinueve años después, Pau Casals y Antonio Machado
Diecinueve años después y algunos días más tarde, un músico con sombrero cruza el umbral de un camposanto. Es una tarde de grises que pugnan entre sí. El músico lleva abrigo pues hace frío. Camina entre las lápidas que algún día fueron de marmóreo blanco cenital hasta encontrar su destino, una tumba sencilla.
Mary Shelley: la mujer y su Criatura
Mary, la huérfana. Mary, la medio hermana. Mary, el ojito derecho papá William Godwing (y también su seguro de vida económico una vez se escapa con Percy B. Shelley). Mary, la que gustaba de encerrase a leer en el cementerio junto a la tumba de su madre (Godwing la enseñó a leer siguiendo las letras de la lápida de Saint Pancras): “los cementerios le pertenecían por derecho de escritura, eran su zona literaria”. Mary, la amazona precursora de la sci-fi. Mary, la del respeto a la muerte desde el no-temor a la muerte.
Funeral Blues en memoria de Mark Lanegan
Quise ser tú,
por un instante, quise
convertirme en ti.
«Pero hay batallas a las que
simplemente
debes renunciar»,
escribiste
alguna vez.
La ruta que siguen los cadáveres, por Samuel Segura
Priscila le atraía a un chingo de cabrones, entre ellos el Pelos, uno de los cabecillas del barrio. A esa edad, tendría unos veintidós años, ya andaba en camioneta y con fusca en la guantera.
Esta noche beberé junto a la muerte
Esta noche beberé junto a la muerte
Entre el vino y la confianza una apuesta ofrecí
¿Si me das tiempo un corazón duro tendré?