Oxígeno mental, relato contra la violencia machista

Otra vez y con poco aire en los pulmones daba pasos erráticos en la penumbra, rogaba por la salida, sabía que estaba a metros y parecían kilómetros. La luz seguía apagada, nadie salió pues era madrugada, dormían plácidamente  ignorando mi desesperación; dejaba atrás, en el departamento de dos ambientes que de golpe se volvió una caja diminuta,  a mis dos hijos que también dormían.

Origami, historia de amor y muerte

Nueve de agosto de 1945. Lleva ya tres días de viaje, la mayor parte a pie. Sólo ha comido un cuenco de arroz que alguien le ofreció. El cansancio y las imágenes que ha visto le pesan como fardos de arena en las espaldas. Le duelen los pies, y sobre todo los oídos. Pero no le importa.

Maltrato, auroras boreales y baldosas amarillas

En cuanto entra en casa Elena se ovilla en el suelo de su habitación llorando y escondiendo la cara. Espera que no le deje marca el puñetazo de Alicia. Casi prefiere los codazos o los insultos, que no se notan. Ni siquiera en su cuarto se siente segura.

Impacto

 En la radio, el locutor de voz rota dio paso a Mi gran noche de Raphael. Y Ana sintió algo cercano a lo que debía significar la felicidad completa.  Sus pies, libres de la dictadura del tacón, bailaban al ritmo de las alegres notas que luchaban contra el sonido tribal que producía la lluvia torrencial al chocar con el techo. 

Era viernes santo

Ella está haciendo ruido en su habitación, creo que estaba dormida y son las 8:30 de la tarde de un día de abril nublado. De un día más viviendo y dejándose vivir. Sin él y con toda la carga del tiempo y la familia, la carga de los que imponen la alegría a quien ya no la necesita, de los que miran adelante.

Margarita del Brezo: microrrelatos de familia

Como cada tarde, coge el cubo y el estropajo y camina los dos kilómetros que la separan del camposanto. Si el invierno ha sido generoso, el regato baja con agua y se ahorra comprar la botella de litro y medio en el puestecillo de flores. No es gran cosa, pero desde que tuvo que dejar de trabajar porque la tristeza la mantenía demasiado ocupada, la única holgura que se permite es la de la ropa.

Sara Nieto y sus microrrelatos delikatessen

Ayer no dimos crédito con la divertida astracanada sadomasoquista de Teresa Dovalpage en “Amor a primera fusta” y el lunes nos maravilló el encanto, coherencia y base músico-literaria de Anni B Sweet. Hoy sólo tres microrrelatos, para ser releídos, de Sara Nieto, a quien como debe ser hemos conocido de casualidad. Cruces de caminos.

Defensa propia

Esto que les voy a contar me lleva rondando los pensamientos hace más de una década y hoy es que me decido a compartirlo. A fin de cuentas, han pasado diez años y creo que en este lapso ciertos delitos, si es que hubo delito (y bueno, sí lo hubo) prescriben.

Cambio climático

¿Os habéis fijado que antes, cuando alguien moría en un libro, siempre llovía? Y es que la lluvia ayudaba a crear ambiente. Sus tonalidades plomizas y húmedas subrayaban la tristeza y el recogimiento y amplificaban el dolor de la pérdida. El cielo lloraba y los personajes, también. Tenía coherencia.

No me importa llorar

No me importa llorar
No me importa reír desencajado
Bajo esta puta mascarilla
No me importa la tristeza
Estuve en el límite y no me gustó
Me tuvieron 25 horas
Haciéndome preguntas y metiéndome drogas

Maradona, veinte años después

Otra cosa es que en el fondo de nuestra vanidad y nuestra miseria deseemos y empaticemos con dioses que nos recuerden a lo peor de nosotros mismos. Dioses populares que compartan nuestras debilidades. Que no sean ejemplares. A los que les baste su genialidad. A los que les gane su arte pero les pierda su vida. Nos resultan más fáciles de asimilar porque apaciguan nuestras flaquezas. Dioses humanos, demasiado humanos. Firmaría por ver a Nietzsche y a Galeano platicando sobre el tema.

En noches como ésta

A veces,
lo único que quiero
es que guardemos silencio,
nos miremos
y nos abandonemos
juntos
a este tiempo que escapa
al ritmo de nuestros latidos.

Mala suerte

Eustaquio Putrefacto llevaba desde que murió preparándose las oposiciones para zombie. Estudiar era algo que ni siquiera cuando la sangre le corría por el cerebro se le había dado bien así que ahora, que tenía la cabeza con forma de piedra pómez a medio usar, el esfuerzo le estaba dejando prácticamente en los huesos.