Los hijos de Shifty, nueva novela de Chris Offutt

Appalachian trail, ruta de los Apalaches - Los hijos de Shifty, novela de Chris Offutt en profesorjonk.com

La ley de los cerros

“la cultura de los cerros jamás incurría en el tedio superficial de charlar amablemente con la gente”

Montes Apalaches, ruta de los Apalaches (Estados Unidos), donde el escritor Chris Offutt sitúa sus novelas
Bienvenidos a los montes Apalaches, donde acaso nunca pasa nada

Empezar una novela de Chris Offutt es como saltar desde un trampolín olímpico, no se puede empezar “de a poquito”: en unos segundos quedas completamente sumergida. Primer capítulo, 3 páginas: un personaje, una colección de sueños rotos y de contradicciones morales, cierto hastío vital epidé(r)mico, la tan cotidiana necesidad de evasión y el capitalismo más impúdico expulsando a los no elegidos.

Primer capítulo. 3 páginas. Y un muerto.

Sumergida. Ya estoy dentro.

Leo Los hijos de Shifty, la segunda entrega de la Trilogía (spólier: ¿quizás cuatrilogía?) de los Cerros, y, lampedusiano Offutt, todo lo que pudo cambiar en la entrega anterior ha servido para que, un año después, todo siga igual.

Personaje central: de nuevo Mick Hardin, el policía militar, el Agente Especial de la División de Investigación Criminal del ejército, el hermano de la sheriff Linda, con quien (con)vive ahora, muy a pesar de ambos, mientras se recupera de un atentado sufrido en Afganistán: “Los cerros eran esplendidos en todas las estaciones, sobre todo en primavera, cuando la tierra ofrecía promesa y esperanza. Su belleza le apabullaba. La vida de Mick se había desbaratado considerablemente y ahora se encontraba allí, lamiéndose las heridas bajo el techo de su madre muerta, atendido por su ruda hermana”.

Mick, el héroe que no quiere serlo. Mick, el de la naturaleza adictiva que ha abandonado el whisky para asirse al Percocet debido a ese dolor en la pierna que le va hacer byronear para los restos. Mick-corazón-roto, que sigue fustigándose por su incapacidad emocional y por el definitivo abandono de su esposa: “había reprimido la rabia hasta que esta lo había ahuecado dejándolo como el caparazón de una tortuga hallada en el bosque: un exterior duro rodeado de un espacio vacío”. Mick, el de la impiedad consigo mismo: “tenía tendencia a recordar las cosas que le entristecían: las pérdidas y el dolor, los errores y los pasos en falso. Se preguntó si sería por carecer de buenos recuerdos o por ser incapaz de rememorarlos”. Mick, el del honor intacto y el de la propia moral.

Primer capítulo. 3 páginas. Y un muerto.

¿Qué pasa en Rocksalt (condado de Eldridge) cuando un camello aparece muerto junto a sus bolsitas de heroína? Pasa lo mismo que en casi todas partes: la policía lo considera un enfrentamiento entre bandas; y adiós, ¿a quién le importa?.

Le importa, claro, a su familia. Le importa a su madre, la mítica Shifty Kissick de Los cerros de la muerte, y es que el muerto es un viejo conocido:  Cabronazo Barney, sólo Barney una vez muerto (“la muerte era una fuerza de nivelación social en los cerros, proveedora de un intrincado respeto”). ¿Y a quién puede recurrir esta madre doliente (“adusta por el dolor y con los ojos llameantes como un horno de fundición”) para que: a/ se investigue el asesinato, b/ se haga justicia, y c/ si es posible, a y b conjuntamente? Pues a nuestro investigador no oficial preferido, a Mick. Primera escena conjunta: encuentro de a(r/l)mas enfrentadas (“una señora de cabellos grises con dos armas pequeñas y nadie que la protegiera”) y de dolor compre(h)endido. Mick acepta el encargo. No por dinero. Por justicia: “a él no le importaban ni Barney ni la ley. Los asesinatos en los cerros conducían a nuevas matanzas, y lo único que a él le importaba era que la gente tuviese la oportunidad de vivir, no de morir”.

Primer capítulo. 3 páginas. Y un muerto.

Encauzada la trama los personajes secundarios empiezan a crecer y a, felizmente, desbordarse. En una de sus señales de identidad, Offutt va presentándonos personajes nuevos o dándoles otra faz a los que ya conocimos en la entrega anterior, y a todos les suma tantos matices que estoy por solicitar un spin-off literario de cada uno de ellos. A saber: el taxista Albin y su peinado imposible (“con su mapa del condado impreso en el cráneo”); el inventor y discípulo de Leonardo (sí, del único Leonardo posible) Jacky Turner (“sus ideas eran para beneficio de la humanidad, pero la humanidad no estaba interesada, todavía”); Marquis Sledge III, el forense y empresario de pompas fúnebres que desfunebriza sus oficinas tintándolo todo de color canela; la familia Lange, competencia delincuencial del condado de Elliott (“aparecieron por la esquina de la casa cargados de armas y equipamiento. Lo dejaron todo sobre los escalones del porche como si se tratara de una venta de pasteles en la parroquia para recaudar fondos”); Sarah, la nueva telefonista de la oficina del sheriff (“-es una trabajadora excelente, se porta muy bien con su familia-, los dos mejores cumplidos de los cerros”); tío Milto, que trabajó en las minas Mushroom (“un hombre de acción, aún cuando la susodicha acción no consistiera más que en sentarse en el porche y observar un nido de petirrojos en un arce”); y el hijo mayor de Shifty: Raymond Kissick, militar retirado del Tercer Batallón de los Marines, gay expulsado del armario social desde adolescente y “vegetariano, lo que en los Apalaches lo convertía en un paria”.

El resto es la historia. La trama. Y Rocksalt, el pueblo tranquilo, donde los sucesos más flagrantes que deben atender la sheriff Linda Hardin (ahora en periodo electoral: “tengo experiencia. He vivido aquí toda mi vida. Entiendo lo que quiere la gente y sé cómo solventar los problemas”) y su ayudante Johnny Boy (obsesionado con los avistamientos, metódico “un documentalista que tenía que llevar una pistola”) son emergencias caninas, una pintada junto al lago o un falso secuestro en el Dollar General, el supermercado. El abúlico Rocksalt, donde el lado oscuro queda a cargo de Mick: “ser cuidadoso significaba pensar como un criminal, actividad en la que destacaba. Le había ayudado en su carrera, pero a veces se preguntaba si no estaría adentrándose más de la cuenta en esa dirección”. Mick, el que salta los límites jurisdiccionales a demanda de sus necesidades. Mick, quien “por mucho que intentara huir, seguía atado a las montañas”. Mick, el que “prefería la furia al duelo”. Mick, para quien “la inactividad era su némesis”.

El resto es la historia. La trama. Y los muertos. Inicialmente uno. Después, dos más. Posteriormente, sólo los estrictamente necesarios. Y es que la ley de los cerros no es exactamente la misma que la ley sin adjetivos. Hay una frontera difusa entre lo justo y lo legal, y hay también momentos en que los instintos más primarios son los únicos que tienen validez de la mano de Mick y de su nuevo compañero de investigación (¡oh, sorpresa!): Raymond Kissick.

El resto es la historia. La trama. Los muertos. Y el paisaje: los Apalaches. Un paisaje que es un protagonista más, la banda sonora natural, el lugar de lugares (“el verde claro de la primavera cubría la tierra, los brotes recientes se tensaban hacia el sol. Había una energía palpable en los cerros procedente de los árboles aún en flor, las hojas que se abrían en las ramas de las coníferas y las crías de los animales: cervatillos, zorrillos y serpientes jóvenes e ingenuas”). Un paisaje que servirá a Offutt para señalar el capitalismo más antiecológico, tierra fértil para que brote la tragedia griega de Hécuba-Ἑκάβη-Shifty, telón de fondo desde donde abordar temas de actualidad como la epidemia de opioides en Estados Unidos, algunas variaciones del mundo queer o la imparable ola feminista.

Ruta de los Apalaches, Appalachian Trail, paraíso de senderismo y trail running

Country noir, sí, pero no únicamente. Orfebrería literaria más allá del género. Maestría salteriana en la cruda belleza natural de los cerros (“La estación contenía una melancolía subyacente. La tierra se renovaba cada año al tiempo que la humanidad envejecía. La belleza de la naturaleza ocultaba su brutalidad inherente, pero la gente se exponía a pecho descubierto”). Appalachian noir en permanente estado saturniano: devorando a sus hijos más inadaptados.

¿Será una nueva tradición visitar cada seis meses Rocksalt de la mano de Mick Hardin (y de Sajalín, y del bienaventurado traductor Lucini)?. Yo, que abomino de las tradiciones, lo tengo claro: por favor, oncle Offutt, que así sea.

Portada del libro Los hijos de Shifty, de Chris Offutt (editorial Sajalín, mayo de 2022)
Los hijos de Shifty, Chris Offutt. Traducción de Javier Lucini. Sajalín, 2022

Coda 1: Sentimental Offutt. No hay novela suya sin un cameo, por acción o evocación, del viejo Tucker.

Coda 2: Poético Offutt: dos ejemplos. Ejemplo 1: “la súbita conciencia de su soledad lo envolvió como un chal de acero”. Ejemplo 2: “solía nevar lo bastante como para transformar los árboles deshojados en una inmensa lámpara de araña”. ¿Es descartable, en el futuro, un libro de poemas?

Coda 3: ¿para cuándo un picnic offuttiano en el Dairy Queen?


Más de Gema Monlleó en Profesor Jonk