Decía el maestro Quiroga, el uruguayo, que no se debe escribir a lomos de los sentimientos sino dejar que pasen y luego, al tiempo, ser capaz de rememorarlos.
Eso decía Quiroga.
“Siempre será nuestro barrio. Aunque nadie nos conoció ni nos conoce ahora. Nadie sabe tu nombre y, sin embargo, por él yo hubiera, ese día, amurallado el lugar. Debí alzar barricadas como en el “Dos” y apostar en cada extremo los dos exiguos cañones de Daoiz y Velarde.
Aquel fue y es nuestro barrio, sus calles son alfombradas por letras doradas de hombres gentiles y por sus tejados trepan, aún calladas, las palabras.
Un barrio de artesanos, comerciantes, actores y comediantes. Un barrio donde siglos ha se exhibía un león, un cementerio de literatos, un mercado de ranas …
Debí haber iniciado una revuelta, una sublevación, un grito de independencia. Tenía que haber resucitado el espíritu de la comuna de aquel viejo Paris que nunca visitaremos juntos.
Por contra me quedé removiendo los posos del café en busca de conjeturas mientras te marchabas camino abajo a la estación.
Era nuestro barrio y nadie nos conoce.
Ahora, veinte reyes custodian el secreto en la plaza del Oriente.