El Faro

Los golpes de los fuegos artificiales contra el cielo estrellado de un pueblo cualquiera en fiestas nos despertó. Yo estaba soñando con relojes y cristales rotos. Tú con unicornios enjaulados. Intentamos descifrar, entre carcajadas y juegos bajo las sábanas amarillas, sus significados más ocultos, las perversiones que se escondían tras las imágenes, incluso mezclamos ambos sueños para inventarnos una historia reveladora que nos contara algo sobre el futuro más inmediato. Y el ruido electrónico de la pólvora, al estallar en colores, musicalizando con su ritmo machacón la escena donde los dos protagonistas enamoradísimos encuentran el agujero negro de sus sentimientos, donde falta el oxígeno y se te congelan los dedos de los pies.

Nos asomamos al balcón del hostal y tomamos aire y respiramos humo. La luz intermitente del faro captó tu atención. Te fascinaban desde muy temprana edad por su carácter solitario y espíritu de supervivencia. Acompañabas las vueltas de la luz con susurros que subían de tono cuando la veíamos de lleno y decrecían cuando ésta desaparecía en el mar negro hasta asomarse de nuevo y volver a desaparecer y así todas las noches del año en intervalos continuos de tres segundos de duración.

  Regresamos a la cama y bailamos desnudos, entrelazando e introduciendo, hasta que llegó el silencio.  Antes de caer derrotado noté que te levantabas y te dirigías, hipnotizada, al balcón.

En busca, luego entendí, de la luz que nunca supe proporcionarte.