Margarita del Brezo: microrrelatos de familia

hojarasca en el bosque

Película sensible

Siempre me ha gustado esta fotografía, tiene algo que no sé explicar. Al fondo, mis hermanos juegan al fútbol y celebran ruidosamente cada gol que marcan entre dos troncos alineados que simulan una portería. Mi madre ojea una revista en la esquina inferior izquierda y yo aparezco en el centro haciendo muecas al objetivo.

Los días de lluvia todos corremos al coche a refugiarnos, incluido mi padre, que tapa la cámara con sus grandes manos para que no se estropee; la imagen queda entonces vacía a la espera de que escampe y la habitación huele a hierba recién cortada. Con el buen tiempo siempre aparece algún chico nuevo que suele ponerse de portero. Pero cuando más me gusta es en otoño: los marrones pierden su crudeza y en el pelo de mi madre aparecen cálidos reflejos dorados. Lo malo es que se caen las hojas de los árboles y tengo que soplar de vez en cuando para que se nos vea.


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Todo sobre mi madre

Como cada tarde, coge el cubo y el estropajo y camina los dos kilómetros que la separan del camposanto. Si el invierno ha sido generoso, el regato baja con agua y se ahorra comprar la botella de litro y medio en el puestecillo de flores. No es gran cosa, pero desde que tuvo que dejar de trabajar porque la tristeza la mantenía demasiado ocupada, la única holgura que se permite es la de la ropa. Después de limpiar la lápida, con el agua que sobra riega las macetas de plástico y se enjuaga las lágrimas para que no note que ha llorado. Aparta de su rostro el pelo, afina la voz y me cuenta lo que ha oído esa mañana en la radio. Lo hace para darme ideas, porque siempre soñé con ser escritor e imagina que aquí abajo no habrá nada que me inspire. Luego, de vuelta en casa, se sienta frente al televisor apagado e imagina que todo esto no es más que el guión de una película rara, como esas de un director español que yo solía ver. Y si hay suerte, se queda dormida.