Hace dos sábados tuve la suerte de admirar por tercera vez al actor José Sacristán en una obra de teatro, esta vez “Señora de rojo sobre fondo gris”, pequeña novela monólogo de Miguel Delibes dedicada a su esposa Ángeles de Castro tras su fallecimiento en 1974, poco antes de ingresar el escritor vallisoletano en la Real Academia de la Lengua Española (RAE) el 25 de mayo de 1975 con el discurso de ingreso “El sentido del progreso desde mi obra”, texto sobre la deshumanización, el consumismo y el deterioro del medio ambiente -la naturaleza, tan presente en su literatura y vida personal-, de absoluta actualidad casi cincuenta años después.
Publicada como novela corta por Ediciones Destino en 1991, esta maravilla llena de amor, ternura y reflexión sobre la vida, la muerte, la pareja, la soledad, el camino juntos, la generosidad y la familia, no se abstrae al contexto político de aquel momento en que Ángeles -en la obra Ana- fue diagnosticada de un tumor cerebral y, tras el periplo de visitas a doctores y aprendizaje conjunto, se apagó lentamente con su marido presente, amándola sin alardes, de ese modo austero y castellano viejo con que Delibes vivió todo.
El encarcelamiento de su hija y yerno en el tardofranquismo, la boda de su hija a quien el protagonista, Nicolás, se dirige y el casual ingreso de éste como pintor en la Real Academia de Bellas Artes flotan en torno a la figura etérea, invisible y omnipresente de Ana.
José Sacristán es una leyenda viva del cine y la escena española, un lujo de actor nacido hace 83 años, en 1938, en plena guerra civil. Un señor que fue parte del crecimiento del cine en España, también de la comedia bufa sesentera -también necesaria-, del cine y la televisión más comprometidos de la transición y finalmente de la grandeza del teatro que nunca muere y requiere voces y presencias inmensas como la suya.
José Sacristán se nos aparece barbilampiño, enfundado en un jersey rojo de cuello alto y americana de pana marrón, abajo vaqueros azules y zapatos de piel. Vaso de whisky. Tan setentero, tan en su modo y en el modo Delibes, tan urbano y alejado del mundo, tan banderas de nuestros padres a los que hemos querido… que nos alumbra y acongoja indistintamente a lo largo del monólogo en un escenario de muebles polvorientos y desastrados, grises azulados como la vida tras la pérdida física del verdadero amor.
Si en su día vimos al actor madrileño interpretando al Quijote en un memorable monólogo, en “Señora de rojo sobre fondo gris” estamos ante una actuación magistral en una obra que deseamos recorra toda España aportando belleza y pausa a tanta ignominia, que nos permita pasar minutos aplaudiendo al actor nacido en Chinchón y escucharle decir, como en el Teatro Bellas Artes de Madrid, que “este último aplauso está dedicado a la memoria de Ángeles de Castro y Miguel Delibes”.
Porque nunca fue cierto aquello de que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, como perfectamente sabía el genio vallisoletano. Ángeles y Miguel, Miguel y Ángeles, “mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”.
Ojalá fuéramos mínimamente capaces de lograr algo así en quienes nos rodean.