El problema
es que hoy en día
la mayoría de los hombres
saben dónde está el clítoris
pero no pueden
encontrar tu corazón
y mucho menos
el suyo propio.
Sus ojos son dos lapislázuli
sobre corrientes de leche
flotando como nenúfares
sexo
Exactamente hace una semana terminaste el día en un sorprendente antro del distrito de Roppongi. No lejos de la torre de Tokio ni de tu hotel de cinco estrellas en Akasaka, pero al menos tú no sabías cómo llegaste allí ni cómo volverías.
Hotel Cross, Dotonbori, Osaka.
Viernes
4:46 AM. Rellano del ascensor, 7a planta
El ascensor plateado se abre y el recepcionista se adelanta ágilmente a los dos sanitarios con maletín y mascarilla, precipitándose uno hacia la máquina de bebidas y otro hacia la zona central, cerca de una fina lámpara de cristal blanco de Kartell estratégicamente situada antes de emprender el pasillo perpendicular a un lado y a otro.
Señales de golpes en la espalda, un sujetador azul, la mirada entre triste y perdida, un rouge de labios que acentúa la tristeza, el beso a una niña pequeña que duerme, la puerta que se cierra y la oscuridad de la noche. La noche de la ciudad santa de Mashhad, la noche del bullicio en la calle, la noche solitaria en la periferia, la noche que augura un destino maldito mientras ruge una moto.
Es difícil escribir de Putas para Gloria, el mítico libro de William T. Vollmann (Los Ángeles, 1959), sin decir más de lo debido. El argumento es el malvivir de Jimmy en el Tenderloin, un barrio de prostitución y drogas, mientras espera/invoca a Gloria. Pero ¿es esta una novela sobre la espera? Creo que no.
Ojos bien cerrados inicia con la visita del matrimonio formado por Alice y Bill Harford a la fiesta de Navidad que ofrece año tras año el acaudalado Victor Ziegler. Durante el transcurso del baile, Bill coquetea con un par de modelos, mientras Alice es seducida por un maduro húngaro.
Marzo, aborrecible y sin trabajo. Después de la entrevista —la tercera de este mes—,
Germán Huesca salió a la calle con plena conciencia de su fracaso. El sol comenzaba a
declinar entre los edificios de una ciudad caldeada en el aire imbécil de las cuatro. Caminó
sin rumbo, las manos hundidas en los bolsillos del pantalón. Se detuvo frente a las puertas
de una cantina, atraído por el jolgorio de un conjunto que entonaba sones y matanceras.
padre. no te culpo. sé que al verme nacer te asustaste. te aterrorizó el poder que yo tendría sobre ti al amarme.
ya nací hecha mujer. nací hablando y te asustó lo que decía.
Tengo en el sexo un fósil
una perla negra
una tormenta de Turner.
Tengo una falla inversa.
Me extiendes,
las piernas dilatadas contra el techo,
hasta convertirme en una multitud
y después pretendes
que continúe llamándome mujer.
Esta mañana no tendí la cama y permanecí
dentro
de las cobijas; pasé
horas esperando
por fin
a que el mundo explotara ahí mismo
y nosotros con él.
(Me he enamorado de Sera, la prostituta de Las Vegas. Sera, que llegó a la ciudad de los neones huyendo de un chulo que la maltrataba y quien, Mercedes amarillo mediante, regresa para someterla de nuevo.)
Del establecimiento, sale la dueña con un juguete en la mano y se sienta en el bordillo que hay a la entrada. Los propietarios son chinos. Unos de los tantos que han emigrado desde su país y han importado sus sopas, fideos, ojos rasgados, sonrisas enigmáticas y sentimientos cohibidos.
Pero tú no sabes nada.
Con nuestro aliento bohemio,
Con nuestras piernas golfas,
De puerto abierto,
La corriente marina os atrae
Es cierto
Las desplazadas follamos mejor
Para los no enterados, kink es lo que se conoce finamente como “sexualidad alternativa,” entiéndase dominación, disciplina, encordamiento, suspensiones, uso de collares y látigos y un largo y doloroso etcétera. Prácticas sadomaso, vaya. Una revista sicalíptica —a la que mi abuela llamaría de relajo— para la que escribo en inglés bajo seudónimo buscaba un reportero que se infiltrase en la feria y contase del pe al pa lo que pasaba allí.