Leaving Las Vegas, la Ciudad de Nunca es Suficiente

Sera y Ben en el casino, Leaving Las Vegas

“Ve a un borracho encaminarse hacia el este por la acera. El hombre se tambalea y cae de bruces justo delante de ella. Se queda tumbado, inmóvil. (…) Hay una botella en su futuro… quizás antes una copa… en algún punto de la línea.”

(Voy a escribir esta reseña a medida que leo. No es muy ortodoxo, lo sé. Al terminar le daré una capa de pintura por aquello de la coherencia en el tono. Pero es que no puedo esperar más.)

(Me he enamorado de Sera, la prostituta de Las Vegas. Sera, que llegó a la ciudad de los neones huyendo de un chulo que la maltrataba y quien, Mercedes amarillo mediante, regresa para someterla de nuevo.)

Contexto. John O’Brien, Oxford (Ohio) 1960-1994, el escritor. El escritor alcoholizado que escribió su libro sobrio, tal vez como proceso de una catarsis terapéutica fracasada. El escritor que compartió con Lisa, su esposa, una juventud de lirismo, amor y éxtasis, pero también una vida interior plagada de tormentos, culpa y confusión (de ahí la dedicatoria del libro “A Lisa, testigo privilegiado”). El escritor que no dejó nota de suicidio pero que, según afirma su padre Bill O’Brien, escribió una novela como epitafio. El escritor que dada la lentitud de la muerte por alcohol optó por un balazo en la cabeza. El escritor que se suicidó dos semanas después de firmar temblorosamente (una mano sujeta la otra, delirium tremens) el contrato con la Fox vendiendo sus derechos para la mítica película de Mike Figgis (1995).

Regreso al libro. Estructura. Tres partes. Sera. Ben. Sera y Ben. Para todos los que tengáis el film en la memoria: en el libro Sera y Ben no se encuentran hasta la página 180. Y no, no se hace larga la espera. Es tal la inmersión en los personajes que consigue O’Brien que una vez en la tercera parte ya no es necesaria ninguna explicación ante lo que acontece: sabemos hacia dónde vamos (todos: ellos, nosotros) y nos dejamos llevar hacia ese abismo pese al peso de un inmenso nudo en el estómago.

Regreso a Sera. Sera (“se escribe con “e”, Sera”), la prostituta vapuleada y atropellada por una vida cruel. Sera es racionalidad pura, al menos de momento. Sera habla consigo misma con la frialdad y la fiereza de la que sabe que es mejor una verdad incómoda que una mentira piadosa inútil (“el dolor sólo se percibe con intensidad cuando se le dedica atención”). Y es que la piedad es uno de los adjetivos que mejor la definen en su contrario: Sera jamás es condescendiente con ella misma. Sera se habla, se mira, se trata con impiedad pura. Y como lectora, por momentos, tienes ganas de decirle que rebaje esa dureza, esa severidad. A ella no parece dolerle. A ti sí.

“Piensa en el gran tiquet de aparcamiento que es ella, en el tiempo que pasa antes de que eyaculen, cuando están llenos de deseo y también, lo sepan o no, de afecto. En esos momentos está a gusto con ellos, lo suficiente como para hacerse pagar. Los hombres exprimen y vacían su vida en ella, le introducen todo lo que son, todo lo que ni siquiera saben de ellos mismos. Su biología es el timonel de sus cuerpos. Es un hecho incontestable, verdadero en todos los sentidos. No cabe duda de que en ese lugar y en ese momento ella adquiere valor, aunque quizá sólo sea allí y entonces.”

Sera es la niña-no-Mowgli en la selva. Una selva que no empezó en Las Vegas sino cuando, tras una infancia traumática aunque poco explicitada (“su padre la amaba de una manera supersexual, demasiado sublime para ser incestuosa”), llega al falso refugio de Gamal Fathi, Al. Al, el chulo, el novio, el abusador. Al, el que la hunde dándole un futuro en el que oscilará entre la derrota y la supervivencia confortable por contraposición. Al, el que regresa a por su tesoro, su visa (polisemia) para el infierno . Al, la vuelta de tuerca (¿auto vuelta de tuerca?). 

No diré nada más sobre Al. No lo merece. 

(Sera me conmociona. Su dolor es mi dolor. Empatizo peligrosamente con ella. Nuestras vidas no se parecen, sin embargo hay una simbiosis que me desconcierta. No quiero ser Sera pero me descubro en algo suyo que soy incapaz de identificar.)

(Termina la primera parte. Necesito apartarme de Sera, respirar. “Ha de existir una conexión más fuerte en algún sitio. Ha de haber otro estadio”.)

Y entra en escena Ben. 

(También me he enamorado de Ben, el alcohólico suicida (“tiene la manía de afeitarse alrededor de la boca primero; de esta manera puede dar sorbos a su bebida aunque no haya terminado de afeitarse…”). Ben, el abandonado que abandona. Conozco a Ben y aún con todas sus canalladas (¿su fiereza aséptica?) hay algo en mí que quiere abrazarlo, acunarlo, salvarlo. (“Su pecado no es el alcoholismo, ¡qué va! Su pecado es la desorientación, a lo grande.”) Ben, esa roca que se desmorona en vapor etílico, es un marginado emocional más. Y eso me puede.)

Regreso al libro. Regreso a Ben. Ben es determinación pura y Ben tiene un plan: Las Vegas. Ben quiere morir en Las Vegas. Ben sabe cómo quiere morir en Las Vegas. Ben se despierta borracho en el suelo y no recuerda cómo ha llegado a casa. Ben lleva todo lo que no va a necesitar en su viaje (polisemia) a beneficencia, excepto las pertenencias más personales que quema en un preludioso entierro vikingo. Ben se prepara para irse (polisemia, otra vez) porque en Los Ángeles hay demasiadas horas abstemias (entre las dos y las seis). Ben se va a Las Vegas. 

“Pasta, pasta. Eso lo deja con diez mil dólares en dinero bebible. Si deja de pagar las facturas (…) casi todo podrá servir de dinero etílico. Si se bebe cien dólares al día -que puede hacerlo- dispondrá de cien días para beber. Es sólo una operación aritmética, simple y pura lógica.”

Ben sigue con toda minuciosidad y consciencia su plan para morir. Ben quiere morir lentamente, saboreando y paladeando hasta la última gota de alcohol en su boca. Ben decide llegar a la muerte, y quizás a la otra vida si-la-hay-hubiera-hubiese, con una botella en la mano. Ben, el dulce. Ben, el triste. Ben, el fantasioso-realista. Ben, romanticismo wertheriano. Ben, puro noir sin antagonista. Todo está en él: su enemigo, su pandemónium.

La cita con la que comienza esta reseña es el primer encuentro de Sera y Ben pero ellos no lo saben (página 11). No se conocen. No se prestan atención. Es un primer encuentro previo al primer encuentro una semana después.

Y ahora sí. Tercera parte: el encuentro. El cliente y la prostituta. Ben, el borracho que no reviste peligro a ojos de Sera. El borracho del motel que quiere vender su coche para beber un poco más. El fornicador alcohólico que no quiere sexo y que 250 dólares después se siente casi feliz: “Apoyado en la almohada, con una chica y una botella, es exactamente donde quería estar y donde está en este preciso momento”.

Y Sera. Sera, que también se siente bien, que se siente cómoda ante la falta de preguntas de Ben, ante la falta de juicio. Sera, que se sorprende queriendo volver a ver a Ben (¿es la primera vez en lo que llevo de libro que ella se deja escuchar sus sentimientos?), y regresa al Strip. Y se encuentran. Y en lugar de establecer de nuevo la relación prostituta cliente sonríen y cenan y van al casino y duermen y beben y pasean y hablan y se hacen promesas de respeto y comen y compran ropa y se enamoran y no tienen sexo y la muerte está presente (pero de momento no importa) y se apoyan porque se respetan y…

“No estoy aquí para pedirte que te ocupes de mí hasta el punto de olvidarte de tu propia vida, los dos sabemos que soy un borracho. Es lo que hay, y a ti te parece bien. También sabemos que eres una puta, así que tú decides si quieres trabajar y cuándo, sean cuales sean tus motivos.”

Y también.

“No interpretes mi aparente indiferencia como falta de interés, porque me interesas, y mucho. Sólo quiere decir que confío en ti y que acepto tus razones e inclinaciones. Lo que trato de decir es que espero que entiendas que lo entiendo.”

Y el camino está trazado desde el inicio. Y nada variará. Aunque llegar al final será más hermoso y desgarrador de lo previsto. Porque a Ben “le corroe la sospecha de que su capacidad de amar apasionadamente ha sido arrastrada por una marea de alcohol y decadencia”. Y porque “Sera ha tenido muy poca diversión en su vida, y aprecia tanto el teatro como al borracho. Él la necesita, y por eso lo ama·”

(Lloro. Lloro no sólo por la muerte. Lloro por la destrucción. Lloro por el peligro que representa no tener nada que perder. Lloro porque de nuevo la empatía me conmueve y arrastra algo desconocido en mí. Lloro porque Leaving Las Vegas es una historia tan íntima que no sé ni cómo haré para hablar/escribir de ella. Lloro porque atrapada a veces en redes que no han sido ni de alcohol, ni de sexo, ni de violencia, la soledad vital de Sera y Ben me es demasiado afín.)

Esta no es ni quiere ser una reseña al uso. He reventado todos los spoilers posibles, lo sé. Cuento con que todos conocéis la historia aunque no hayáis leído el libro. Imagino que imagináis a Elizabeth Shue y a Nicholas Cage (Cage dedicó su Óscar a O’Brien “cuyo espíritu me conmovió tanto”). Y sí, ellos fueron Sera y Ben, y fueron unos maravillosos Sera y Ben. Shue y Cage, estado de gracia puro, fragilidad y fuerza, conmoción y pasión. Imposible no tenerlos en mente al leer el libro, no verlos en ellos. 

Pero que no sea óbice. Sí, hasta ahora teníamos la película, teníamos hasta la frase de la canción. Y ahora Hurtado & Ortega nos regalan esta magnífica traducción de Adan Kovacsis (nota mental, tengo que leerlo, tengo que empezar a leer la Biblioteca K). En verdad os digo: no lo dudéis. Si queréis una historia de amor: Leaving Las vegas. Si queréis una historia de dolor: Leaving Las Vegas. Si queréis zambulliros en alcohol y sexo: Leaving Las Vegas. Si queréis violencia: Leaving Las Vegas. Si queréis ternura: Leaving Las Vegas. Si queréis crudeza vs esteticismo: Leavin Las Vegas. Si queréis una historia esperanzadoramente deprimente: Leaving Las Vegas. Si queréis aislaros de mil realidades entrando en una realidad peor-pero-maravillosamente-bella: Leaving Las Vegas.

Leaving Las Vegas, John O’Brien. Traducción de Adan Kovacsis. Ilustración de portada de Alexandra España. Hurtado & Ortega, 2021.

Coda 1: Queridos Hurtado & Ortega, John O’Brien escribió más libros… Sí, es una indirecta.

Coda 2: Ben y el Cónsul, Sera y Yvonne, O’Brien y Lowry. El alcohol hasta la muerte. Porque tengo mis mitos. Y a veces se mimetizan unos con otros.