“Ojalá coincidamos en otras vidas, ya no tan tercos, ya no tan jóvenes, ya no tan ciegos ni testarudos, ya sin razones sino pasiones, ya sin orgullo ni pretensiones.”
La senda del perdedor, Charles Bukowski
Es difícil escribir de Putas para Gloria, el mítico libro de William T. Vollmann (Los Ángeles, 1959), sin decir más de lo debido. El argumento es el malvivir de Jimmy en el Tenderloin, un barrio de prostitución y drogas, mientras espera/invoca a Gloria. Pero ¿es esta una novela sobre la espera? Creo que no.

Gloria y Jimmy. Jimmy y Gloria.
¿Quién es Gloria? Una amiga de la infancia de Jimmy y quizás la añoranza de una vida más fácil (si suponemos que la infancia es una arcadia perdida, claro). Gloria, un antiguo amor de Jimmy ¿en apuros?.
¿Y quién es Jimmy? Un excombatiente de Vietnam (y si algo nos han enseñado la literatura y el cine es que este hecho nunca es baladí), un paria que vive de un subsidio (“con su cheque de la Seguridad Social convertido en metálico (…) Jimmy estaba radiante de poder. Era Homo erectus”), un soñador y quizás un loco.
Jimmy y Gloria. Gloria y Jimmy. Ellos cuando eran niños. Aquel entonces en el que todo era (aún) posible. Gloria y Jimmy, y sus madres amigas. Jimmy y Gloria, que compartieron un peculiar viaje a Tijuana para que les empastasen los dientes. Gloria y Jimmy, que después mascaban chicles en la frontera (“ese chicle sabía tan bien como los besos de Gloria y es como si lo estuviera saboreando ahora mismo ese sabor de felicidad”) y hacían muñecos de barro en el río. Gloria, con el pelo atado en una cola de caballo en aquel viaje-en-tren-Rosebud. Y a partir de allí la pérdida, el vacío, las sustitutas para el febril Jimmy: el poético ventrílocuo de Gloria.
“Cuando todo es tan incierto que no puedes estar seguro de si tu puta es o no una mujer hasta que se baja las bragas; cuando nada está claro e ir de putas es el tiovivo de la muerte; cuando borracho te enamoras de mujeres cuyas madres borrachas han intentado apuñalarlas; cuando los nombres de las calles son como el pesado ingenio de Nabokov (…) entonces puede que como Jimmy te descubras mirando calle abajo, a través de túneles infinitos, hasta la luz de una farola, una esquina y la silueta de una mujer que espera. O si no, como Jimmy, puedes tomarte otra copa.”
El Tenderloin es el barrio en el que vive Jimmy. El Tenderloin es uno de los barrios de prostitución de San Francisco. El Tenderloin es un micromundo de hoteluchos baratos, callejones poco transitados, edificios semiabandonados, ruinas sociales y humanas, semen en el asfalto, botellas rotas de alcohol, ojeras de yonqui, prostitutas blancas y negras, jóvenes y viejas, travestis inidentificables, policías antivicio, chulos flipados por los Nocturnos de Chopin, regateo y precauciones, prostitutas violadas, atracos y peleas, pases vip para la cárcel (esto es una ironía mía), regalos y empeños, maltrato y protección, enfermedades venéreas (“en la clínica todas las sillas miraban en la misma dirección, como si los enfermos venéreos fueran el público expectante de una película en vez de lo que eran”) y un largo catálogo de afecciones, condones y parafilias, tríos sin mamadas ni culos de satén, meadas y dinero y miedo. El Tenderloin, ese inventario del mal vivir, del lumpen, del todavía-se-puede-caer-más-abajo. El Tenderloin, el πίθος (pithos) de Pandora sin ἐλπίς (elpis): la esperanza huída.
El Tenderloin de La Rosa Negra, del Club 441, de El Mar del Coral, del Nitecap, del Kum Bak Club, del Sebastian’s. El de Jones Street, Mason Street, Post Street, Larkin Street, Eddy Street, Grove Street, Turk Street e incluso callejones de “nombres sanos”: Helecho, Olivo, Mirto y Cedro. El de la calle Sexta donde malvive Código Seis, el amigo de Jimmy, el que había servido con él en la Octogesimosegunda de Aerotransportados matando amarillos en Vietnam del Norte (esa guerra cuyo nocivo germen nunca les abandona). Código Seis (“alto y gordo, tenía los dientes amarillos y el olor de su cuerpo era tan fuerte que por la noche prácticamente se lo podía encontrar en un callejón por el olfato”). Código Seis, el guardián del Lincoln abandonado y el singular pepito grillo de Jimmy.
Y ellas. Las putas para Gloria. Todas ellas. Kelly (cuya “hermosa cara negra no parecía la de un hombre”), Phillys (“la puta puertorriqueña, gorda y heroinómana que podría haber sido una mujer de verdad”), Nicole (“larguilucha, pero no angulosa y dura como un trozo de cristal roto, solo gastada como una goma de borrar sucia”), Korea (“iba puesta de speed y se comportaba de manera dulce y seria con él”), Melissa (“Jimmy sonreía tocando los recuerdos de Melissa como si fueran sus pechos, su suavidad y su suculencia”), Dinah (con su “arcoíris vaginal”), Peggy (“sentada como una rana sonriente en el capó del Lincoln”), Cynthia (“tan fría con un cigarrillo en la mano que nunca encendía”), Candy (“callada en el cuarto de baño cagando mazorcas de maíz o probablemente metiéndose un pico”)…
“Todas esas putas de ahí fuera son para mí pero cada una de ellas tiene algo que darle a Gloria también si puedo descubrir lo que es y ayudar a Gloria como una salpicadura de luz en el océano cuando todo se mueve y se balancea y brilla el sol que Dios me ayude ahora porque Gloria es el gigantesco mar en el que nadan todas esas putas marinas; que dios me ayude a dejar de comer para que así pueda gastarme más dinero de mi subsidio en putas y encontrar lo que necesito encontrar y dios permita a Gloria acercarse a mí porque de lo que estoy seguro es de que no quiero morir solo.”
Y es de ellas y en ellas, a partir de ellas y con ellas, que Jimmy intenta recuperar a Gloria y la dota en su mente de recuerdos felices y tristes. Jimmy, que convive con Gloria en su trágico delirio. Jimmy, que se casa con Gloria. Jimmy, que tiene una hija con Gloria. Jimmy, que pregunta a las prostitutas por sus sueños y esos ya son los sueños de Gloria. Jimmy, el nuevo doctor Frankenstein creando su Criatura a partir de los pedazos de todas ellas. Jimmy, el Jack el Destripador que no violenta y paga. Jimmy con sus (los de ellas) mechones de pelo, uñas centelleantes “como diamantes nuevos”, bragas usadas y húmedas y los anillos y pulseras y pendientes de perlas que, en aquel ayer sin cronología, compró para Gloria. Jimmy y los fragmentos de un entonces perdido en el hoy reinventado. Jimmy y la (su) nueva gestación de Gloria: “Gloria te siento dentro de mí como si yo fuera una embarazada y tu fueras mi niña Gloria siento cómo creces dentro de mí por favor Gloria”.

William T. Vollmann sigue a Jimmy, el verborreico, cámara y zoom en mano. Jimmy persigue a Gloria en una interminable carrera de fulanas con coño y verga, de proxenetas oportunistas. Y los pensamientos lisérgicos de Jimmy bailan por las páginas sin signos de puntuación allí donde Jimmy es más Jimmy, cuando le habla a Gloria, cuando se habla a sí mismo, cuando las peroratas alucinadas erupcionan en su boca, cuando ensoñación tras ensoñación parece anclarse en aquel su mundo perdido (“en sus sueños con Gloria forjaba su Ser, forjaba la levedad a fin de moldear a alguien que no le daría la espalda como hacían las putas a las que se tiraba”). Jimmy le habla a James, su yo aquel de entonces, el de antes de Vietnam, el de mientras Gloria, el que fue y al que aspira “bueno James ya va siendo hora de pasar página y dedicarme en serio a pensar en Gloria y recordar cómo entró en mi vida y pedirle que me dé su amor y nunca recurrir a imitaciones enfermizas como esa puta vieja”. Jimmy le habla, Jimmy se habla, pero Jimmy, romántico y fatal, angustiado y quebrado, pierde el hilo de Ariadna en su carrera hacia la nada.
Me pregunto cuánto hay de Jimmy en William T. Vollmann repasando la bi(bli)ografía del autor. Vollmann, el escritor de ficciones a partir de historias reales, el de la trilogía de la prostitución (Putas para Gloria, Historias del Mariposa y La familia real), el atormentado niño de nueve años al que se le ahogó su hermana de seis, el del inacabable tratado sobre la violencia (basado en sus experiencias como corresponsal en Camboya, Somalia e Irak), el de los ensayos sobre los indios nativos norteamericanos y sus colonizadores, el de los relatos inclasificables, el antievangelizador hamletiano, el siempre obsesivo, el inacabable y prolífico, el recargado de los tour de forcé, el serpenteante y torturado, el admirador de Mishima, Kawabata, Tolstói y de los/mis estimados Melville y Hawtrone. Vollmann, “una de las voces más singulares de su generación” según el inabarcable David Foster Wallace, que alcanza cotas lisérgicamente hechizantes en esta novela desde la que imagino que guiñó un ojo al bueno de Chinaski.
Putas para Gloria es soledad, desesperación y ese hablar-sin-fin de quien necesita un eco para su desconsuelo. Putas para Gloria es realismo preciso, sucio y casi anacronismo beat. Putas para Gloria es un bello exceso romántico, un bello exceso fatal, un bello exceso traumático, un bello exceso poético, un bello exceso literario y vital. Putas para Gloria es un melancólico y enfermizo Je me souviens de putas y travestis en el que Jimmy es el director de orquesta de un mordaz, atormentado, impío, delirante, epifánico y nada complaciente agitado-y-mezclado llamado Gloria.
“Desde ahora y durante el resto de su vida iba a dedicarse a “ver” y “recordar” a Gloria, y en ese preciso lugar empezó a estar cada vez más seguro de que podía hacerlo siempre que no se precipitara y perdiera su deseo por temeridad o inconsciencia.”

Lee Putas para Gloria, William T. Vollmann. H&O Editores, 2022.