Señales de golpes en la espalda, un sujetador azul, la mirada entre triste y perdida, un rouge de labios que acentúa la tristeza, el beso a una niña pequeña que duerme, la puerta que se cierra y la oscuridad de la noche. La noche de la ciudad santa de Mashhad, la noche del bullicio en la calle, la noche solitaria en la periferia, la noche que augura un destino maldito mientras ruge una moto.
Así comienza Holy Spider, la última película del director iraní Ali Abbasi tras el éxito de su anterior filme Border. Abbasi, afincado en Dinamarca, filma un sorprendente thriller basado en hechos reales: entre 2000 y 2001, mientras se derrumbaban las torres gemelas (no en vano es la imagen que se ve en el primer televisor que aparece en pantalla), Saeed Hanaei asesinó a sangre fría a 16 mujeres, 16 prostitutas, la mayoría de ellas drogadictas. Los asesinatos, el retrato del asesino (que en ningún momento es un misterio), son la palanca que permite a Abbasi abrir el foco para mostrar una sociedad machista y misógina que en su mayor parte defiende y apoya a Saeed: el héroe (sic, sí, repito: el héroe) que purificaba las calles de mujeres “moralmente corruptas”.
“Te voy a destrozar el coño” le dice el cliente del primer servicio de la noche a la prostituta 1, la del sujetador azul, mientras la monta de manera salvaje (las fotos de la familia mirando) y ella, tambaleante después, pisa la calle a la búsqueda de opio afgano para soportar la vida, su vida, la noche, su última noche. Poco tarda en entregarse a un nuevo cliente que no llegará a ser el último porque no hay intercambio sexual entre ellos: sólo golpes, ahogo, muerte. Las manos de Saeed (magnífica interpretación de Mehdi Bajestani) con el anillo de la piedra burdeos (el color de las alfombras de su casa) son las que estrangulan sin piedad y derriban paredes con furia en su trabajo de albañil. Saeed, hijo y hermano de una familia de mártires; Saeed, que hubiese preferido morir o quedar tullido en sus más de 600 días de guerra Irán-Irak que sobrevivir sin un honor por el cual ser recordado; Saeed, el fanático religioso defensor de la moral de su ciudad. Saeed, la mirada ausente, la sonrisa del alienado, el fervor religioso en el santuario del imán Reza. Saeed el no-loco, Saeed la araña.

Y ellas, las prostitutas, la prostituta 1, la prostituta 2, la prostituta 3… (y así hasta 16). Ellas: uñas rojas, labios morados, maquillaje corrido tras las felaciones en el coche, en los callejones. Y “tápate, ponte el hiyab, que no te vean los vecinos que luego se lo dicen a mi mujer”. Y cae la manzana mordida porque el pecado está en ellas y aquí no hay árbol de la sabiduría al cual ultrajar. Porque nada sabe quien sólo necesita, nada tiene a quien la arrastra la adicción (aunque la niña bonita siga durmiendo en casa), nada espera para quien la noche es una sucesión de violencias.
El contrapunto a Saeed es la periodista Ramini (Zar Amir-Ebrahimi, premiada en el Festival de Cannes con el premio a la Mejor Actriz) que cubre el caso para su periódico en Teherán. Ante la pasividad de las autoridades locales Ramini, pura intuición, sabe porque la investigación no avanza, sabe que nadie detendrá la tela de araña del asesino mientras las víctimas “se lo merezcan”. Y se pinta las uñas, y se pinta los labios, y maquilla con sombras sus ojos, y arriesga su vida ejerciendo de cebo mientras espera a un hombre en moto en la madrugada de los barrios periféricos de Mashhad.

Así como en el caso de los feminicidios Abbasi muestra sin juzgar, pese a retratar a un Saeed torpe muy alejado de la figura arquetípica del villano inteligente, en el caso de Ramini (personaje de ficción) aprovecha su condición de mujer para denunciar el catálogo de violencias que estas sufren en Irán. Ramini, la mujer más independiente de la película, tiene problemas para registrarse en el hotel porque no está casada, sufrió un despido del periódico donde trabajaba tras denunciar acoso sexual, el policía local del caso intenta propasarse con ella al verse rechazado, debe mantener silencio en las conversaciones de los hombres aunque se cometan injusticias flagrantes… Ramini sufre, en sus ojos la impotencia es una constante, y si sufre ella: ¿qué no sufrirán las otras mujeres, las prostitutas, las adictas, las pobres? Prejuicios, maltrato, opresión, fundamentalismo religioso: el cocktail perfecto para un asesino en serie.
Holy Spider, oscura y sombría en sus tonos, puro noir a ratos, true crime otros, nos remite a títulos míticos en los que la tensión y el suspense son los ejes que vertebran la acción. El primer título que viene a mi mente es Zodiac de David Fincher aunque Abbasi, si tiene que reconocer una influencia, a quien nombra es a David Lynch.
Al final, tras las durísimas imágenes de los asesinatos, tras los estertores de las víctimas en su ahogo en primer plano, tras los ojos abiertísimos a la muerte, tras la boca entreabierta dejando ver dientes de pobreza, esas no serán las imágenes más terribles ni demoledoras. La escena final, el epílogo con el niño Ali (el hijo del asesino) hablando a la cámara de Ramini, en su casa, con sus hermanas, invitando a la pequeña a participar de la entrevista, es la escena más escalofriante, la que no me dejaba levantar de la butaca.

Si queréis saber cómo se transmite la misoginia de manera sistémica en las sociedades medievales del siglo XXI: Holy Spider.
Coda 1: Desde septiembre de 2022 en Irán se suceden las protestas por el asesinato de la joven de 23 años Mahsa Amini a manos de la llamada “policía de la moral”. El movimiento de lucha contra la represión del régimen de los ayatollah, extendido en sus apoyos a nivel internacional, ha tenido como consecuencia ejecuciones, condenas a cadena perpetua y miles de heridos. Imposible obviar el diabólico paralelismo.
Coda 2: La actriz Zar Amir-Ebrahimi (Ramini) huyó de Irán tras la filtración de un vídeo íntimo y actualmente reside en Francia. En el juicio por la divulgación de las imágenes se la condenó a 10 años de prisión y 99 latigazos con una correa de cuero. Sin comentarios.