En la radio, el locutor de voz rota dio paso a Mi gran noche de Raphael. Y Ana sintió algo cercano a lo que debía significar la felicidad completa.  Sus pies, libres de la dictadura del tacón, bailaban al ritmo de las alegres notas que luchaban contra el sonido tribal que producía la lluvia torrencial al chocar con el techo. 

Como cada tarde, coge el cubo y el estropajo y camina los dos kilómetros que la separan del camposanto. Si el invierno ha sido generoso, el regato baja con agua y se ahorra comprar la botella de litro y medio en el puestecillo de flores. No es gran cosa, pero desde que tuvo que dejar de trabajar porque la tristeza la mantenía demasiado ocupada, la única holgura que se permite es la de la ropa.

Debian ser las cinco de la mañana y nuestro pequeño grupo fue interceptado en el parque de Laureles de la capital Antioqueña. Nosotros éramos tres, ellos al menos una decena. Nos cortó el paso un tipo grande con sombrero de finquero y bigote de galán; pistola al cinto, camisa a medio abotonar, el perfecto protagonista para una telenovela de grandes terratenientes y verdes pastos.

¡Es tan hermosa! La miro por última vez antes de alejarme de allí con pedaladas rápidas y los dientes apretados por la rabia y la frustración. Lo he intentado. Lo he intentado todo, de verdad. Y lo repito en alto una y otra vez, cada vez más fuerte, como el mantra de un exorcismo, para eliminar de mi cuerpo esta pegajosa culpabilidad.

Bienvenido a la ciudad de la eterna primavera, con sus 21 grados perpetuos y su alegría contagiosa. Bienhallados en el valle del Vallenato y la cultura esgrimida como argumento subversivo y de resistencia pacífica al triste alegato de las armas y la sinrazón.  Eterna balacera ”huevón”, mal parío, hideputa …y se ríen de sus suertes, y las cantan , no sé en qué orden. También mueren, y huyen …tampoco sé bien el orden.

Para los no enterados, kink es lo que se conoce finamente como “sexualidad alternativa,” entiéndase dominación, disciplina, encordamiento, suspensiones, uso de collares y látigos y un largo y doloroso etcétera. Prácticas sadomaso, vaya. Una revista sicalíptica —a la que mi abuela llamaría de relajo— para la que escribo en inglés bajo seudónimo buscaba un reportero que se infiltrase en la feria y contase del pe al pa lo que pasaba allí.