A la deriva
Están heridos de muerte los que nos rodean.
Los únicos que importan
se aferran al oleaje de sus últimas mareas.
La muerte les sale por los ojos,
por cada poro de piel.
En cada aliento que exhalan al hablar
se les escapa una gota de vida.
Ellos, los que nos vieron crecer,
los que también nos ven envejecer a su lado
nos tienden la mano.
Para sostenernos aún.
Para que los sostengamos nosotros.
Con nuestras risas,
con nuestras conversaciones huecas
que les hacen olvidar por un instante
lo implacable del tiempo que acumulan
sobre sus espaldas quebradas.
El tiempo, que a todos nos aplasta
y a ellos ahoga ya casi irremediablemente.
Quedaremos a flote,
madera desprendida
del enorme tronco que fue la familia.
A la deriva.
Boqueando como peces medio muertos.
O medio vivos.
Intentando aspirar el aire
de todas las memorias que nos precedieron.
Para no olvidar.
Para que hundidos ya, no nos olviden.
El peso de la lluvia
Hay gente para todo. Hasta los hay que coleccionan paraguas rotos. Conozco un tipo obsesionado con esto. Un raro espécimen de filósofo- poeta-medio indigente. Cuando menos te lo esperas abre uno de esos despojos con la tela rota y te coloca una charla sobre cómo los paraguas nos resguardan cuando llueven tormentas de realidad en forma de deseo, de amor o de muerte. Y cómo algunos acaban rompiéndose, incapaces de aguantar el peso de la lluvia, que acaba calando hasta los huesos. Es posible que tenga razón. Cada vez que veo uno abandonado se lo entrego. No se pueden imaginar cuántos encuentro.
Pájaro de alas rotas
Estas alas de plástico servirán para volar hasta donde tú estés. Compruebo el traje, los arneses, el casco, las gafas… Dos veces, como siempre me decías. Si me vieras estarías orgulloso. Hago todo exactamente igual que tú. Por último, antes de saltar me aseguro de que el plástico del ala derecha también esté roto. Justo por el mismo sitio.