—Ah, pero para que veas tú cómo son las cosas, el día después del ataque a las torres, justo cuando estaba preparando mis maletas para venir, tuve una revelación, un satori. En medio del olor a humo y a carne humana vuelta chicharrón que lo impregnaba todo, comprendí que estaba viviendo de prestado. Me dije que cualquier día podía caerme en la cabeza un avión o un cohete espacial o un asteroide y que no valía la pena seguir esperando para satisfacer los dictados de mi vagina, o los anhelos de mi corazón. Y me sentí dispuesta a apostar por la relación. A comprometerme. A llevarme a Maiviz de aquí, para empezar una nueva vida, juntas en Nueva York. Si me deja luego, al carajo, que me quiten lo bailao. Pero yo sé, lo sé en el fondo de mi pecho, o en las bolsas de mis ovarios, donde se saben bien las cosas, que no me va a dejar.
familia
Confesión: sufro cierta adicción por las historias turbias. No, mejor no, rectifico. Gozo con mi adicción a las historias turbias. Sí. Mejor así. Y con El hijo (Muñeca Infinita, 2022), la perturbadora novela de Gina Berriault (Long Beach, California, 1926-1999) mi adicción se ha colmado.
El sonido de lo que posiblemente sea un plato rompiéndose nos saca de la hipnosis. Bajo la escalera, se oyen voces; juraría que son dos fantasmas discutiendo junto a la alacena. Dos espectros rojos con los ojos encharcados que juegan al tira y afloja con la vajilla y el hambre. Mi hermana, -quien asumo, odia los ruidos-, sube el volumen de la televisión justo cuando los cuchillos vuelven a lanzarse y el pestillo de la puerta no es lo suficientemente fuerte como para enmudecerlo
Resulta sorprendente cómo maneja moralmente a los demás, cómo aniquila todo atisbo de esperanza, cómo conduce la conversación y los chistes -siempre tendentes a la necrofilia-, cómo cuando has escuchado y has asumido tus culpas y miserias, la mercancía que permanece en stock, él se siente fortalecido y al cabo sonríe inconscientemente con malicia.
Entonces, un rato después eres capaz de odiarlo por el fardo de tristeza que carga sobre tus hombros, pero cuando duerme y lo miras, comprendes que tiene la madurez y la mente de un niño que se rechaza a sí mismo.
Y eso, amigos míos, constituye una mezcla peligrosa.
En Costa Brava, Líbano (ópera prima de Mounia Akl, 2021) Rim cuenta. Rim, la hija pequeña. Rim, el ojito derecho de papá. Rim, la de las capacidades sensitivas redobladas. Rim, todavía en su mundo infantil pero gladiadora contra los problemas del mundo adulto.
Priscila le atraía a un chingo de cabrones, entre ellos el Pelos, uno de los cabecillas del barrio. A esa edad, tendría unos veintidós años, ya andaba en camioneta y con fusca en la guantera.
—Con la nueva normalidad ya no es normal tener monstruos en casa; anda, pon un anuncio en internet a ver si alguien los quiere.
Del establecimiento, sale la dueña con un juguete en la mano y se sienta en el bordillo que hay a la entrada. Los propietarios son chinos. Unos de los tantos que han emigrado desde su país y han importado sus sopas, fideos, ojos rasgados, sonrisas enigmáticas y sentimientos cohibidos.
Pero tú no sabes nada.
Ella está haciendo ruido en su habitación, creo que estaba dormida y son las 8:30 de la tarde de un día de abril nublado. De un día más viviendo y dejándose vivir. Sin él y con toda la carga del tiempo y la familia, la carga de los que imponen la alegría a quien ya no la necesita, de los que miran adelante.
Como cada tarde, coge el cubo y el estropajo y camina los dos kilómetros que la separan del camposanto. Si el invierno ha sido generoso, el regato baja con agua y se ahorra comprar la botella de litro y medio en el puestecillo de flores. No es gran cosa, pero desde que tuvo que dejar de trabajar porque la tristeza la mantenía demasiado ocupada, la única holgura que se permite es la de la ropa.
En fin, por dónde íbamos, los chinos que no había, los folkies en los bajos y Andy Warhol en algún lugar del Soho, Lou Reed Dios sabe dónde esta mañana, Canal Street, Chelsea Hotel quizás alojando a Leonard y Janis, qué importa, Domingo no conoce, no necesita y es feliz…
Cuando nos mudamos de casa, lo primero que hizo mi mujer fue intentar reanimar el esqueleto de un árbol que había en el jardín. Con los primeros riegos sus ramas empezaron a desentumecerse y le salieron un puñado de hojas pecioladas, tres huevos de codorniz y un gorrión esmirriado al que le faltaban casi todas las plumas.
La vida es extraña , cuando crees que hay calma llega tu hija de casa de una amiga, feliz porque le has regalado un móvil de última generación y dispuesta a llenar el lavavajillas porque no quiere ver otra película, y tu mujer empieza a urgirte para que se lo quites, que no puede estar en la cocina porque ya no son horas, tú le dices dos veces que estamos viendo a Jack Sparrow con el pequeño y ella…