Ignorancia, relato de la otredad por Fernando Cabezón

Hoy damos la bienvenida en nuestras firmas invitadas a Fernando Cabezón, joven escritor que amablemente nos hizo llegar varios relatos hace semanas. Esta “Ignorancia” nos habla de búsqueda de caminos, extrañeza ante el diferente y valentía juvenil. Esperamos que os guste. Salud y abrazos, @profesorjonk

Ignorancia

Tú no sabes nada.

Estás sentado en la cómoda del salón mirando por el ventanal que da a la calle. Al frente, la tienda de alimentación y el cartel de los helados, aunque a ti te parece que es demasiado pronto para tomarte un magnum en esos días en los que el frío va y viene. Pasa una bicicleta de las que reparten comida a domicilio con música hip-hop, unos chicos se arremolinan bajo la ventana de una joven en el piso de delante. Del establecimiento, sale la dueña con un juguete en la mano y se sienta en el bordillo que hay a la entrada. Los propietarios son chinos. Unos de los tantos que han emigrado desde su país y han importado sus sopas, fideos, ojos rasgados, sonrisas enigmáticas y sentimientos cohibidos.

Pero tú no sabes nada.

Te limitas a observar, a pintar lo que ocurre en tu lienzo. Te encanta admirar la vida y en especial los colores y la luz. La semana en que llegaste al piso te despertaste todos los días a primera hora para descubrir qué efecto tenía la incidencia de los rayos del sol en las tonalidades de las hojas de los árboles, en la acera grisácea y dura, en los rojos y azules metalizados de los coches, en el portón del piso que queda al otro lado, en la tienda de alimentación. Fue entonces que la viste por primera vez. Ella en bata y con ojeras, el pelo liso hecho un gurruño y la mirada perdida a lo lejos. Ella y su enigma.

Te encanta ese frontal de vuestro apartamento que da al exterior. Hace unos meses que te mudaste con tres chicos más. Ellos pasan mucho tiempo afuera del piso ocupados entre clases, academia y trabajo. A ti te pasa lo contrario: la facultad de Bellas Artes no entrega aulas a los alumnos para que pueden trabajar de manera autónoma, así que te ves obligado a pintar y modelar en casa. A decir verdad, te encanta la intimidad con la que creas en el salón y en tu cuarto, aunque delante de tus compañeros te quejas y dices que te parece injusto porque, de hecho, te lo parece, a pesar de que no cambiarías por nada ese estudio improvisado que te da acceso a un fragmento recortado de la realidad en el que si giras la cabeza a la derecha puedes ver calle arriba y si a la izquierda eres capaz de atisbar hasta la arboleda, allá a lo lejos, donde la carretera se encuentra con el parque más cercano; los pájaros que van a posarse en los árboles que están junto al edificio en el que vives, el bullicio lejano de los bares del barrio.

Te gusta cuidarte. Es por eso que acudes a los pequeños comercios y evitas las tiendas de golosinas como la de los chinos de en frente; sin embargo, son los primeros en abrir a las mañanas y cuando llegan los domingos acabas por ir a comprar el pan. Vuestro primer encuentro tuvo lugar la misma semana en que llegaste a la ciudad. Qué caos. Entre las maletas, las cajas, la zona nueva, el distrito que no conocías, el acostumbrarte al cuarto y a la zona nueva. Una mañana te acercaste a comprar para el desayuno y la viste acunando en sus brazos a su hijo. El bebé tenía en la boca, lleno de babas, el mismo juguete que sostiene ella en estos momentos, mientras la miras desde la ventana. Se trata de uno de esos cacharros con alas que puedes girar muy rápido hasta tal punto de que logran volar si los sueltas en el momento precioso. Ella lo gira y lo gira, pero no logra ponerlo en órbita.

Pero tú no sabes nada.

En las reuniones familiares se habla de temas importantes: la banca, la política, las noticias internacionales y los sucesos que los periódicos estampan en sus portadas; tú en cambio siempre ausente, con la cabeza en otra parte, acercándote a las lavandas a oler su aroma, distrayéndote con tus primas, las enanas, que no veas cómo crecen, ayudando a recoger los platos cuando alguien se levanta a preparar café, distraído, como si el entorno que te rodea y la realidad fueran una lluvia fina y tú llevaras puesto un impermeable. Tu abuelo y tu padre te aconsejan cambiar de actitud, que no se puede ir así de despistado, que la suerte no dura para siempre y a ver si entras en razón y aprendes en qué consiste la vida, que el camino que llevas no va a ninguna parte. Tú cabeceas que sí y sostienes la mirada a uno y a otro, que no encuentran la disputa que quieren. Total, a ti que te importa. Mejor de esa forma, que todos piensen que no te enteras de nada.

Pero Wen y su hijo.

El juguete ha hecho una cabriola en el aire, un despegue exitoso al que le ha faltado el impulso para volar por más tiempo. La mujer apoya una mano en el escalón para coger el impulso que necesita para levantarse. Luego se ayuda en la pared. La mano libre la lleva al abdomen.

No sólo la has visto a las mañanas. Aunque a decir verdad es su marido quien ha empezado a ocupar su turno, aunque tú no tengas ni idea de los motivos y está claro que no sepas que la puerta que hay al final del pasillo del establecimiento dé a un recibidor y éste a una escalera después de la cual se encuentra la puerta de la vivienda, debajo de cuyo felpudo se encuentra la llave de la cerradura.

Por supuesto que no tienes ni idea de que Wen y su marido duermen en habitaciones separadas ni de que la mayoría de las noches él acaba acostándose en el sofá mientras mece la cuna donde está su hijo hasta que acaban por caer rendidos; tú no sabes que ella padece insomnio y que quizá te espera al otro lado de la puerta, que cuidado que chirría no la abras demasiado, y quítate los zapatos que en contacto con el suelo hacen ruido, y los dos cuerpos en la madrugada, y el ir a tientas en la oscuridad, y los suspiros, y el pelo lacio que no sabes que te gusta agarrar, y su cuerpo blando por los años que no sabes que te gusta morder, y la inevitabilidad con que su corazón palpita porque está excitada, en un país que no conoce, con una familia que le es ajena y al lado de un cuerpo que no es el de la persona a la que prometió fidelidad.

Ahora, de pie, Wen gira por última vez las alas del artefacto. ¿Se mantendrá en el aire? Este será tu último curso. Cuando termine, te irás a otra parte y seguirás sin saber nada. Ha habido tantas ciudades.

¿Te gustó? Despelleja o aplaude, ayúdanos a mejorar