Conversamos con Lorenzo Silva en su entrevista Proust 1.0

Proseguimos con nuestra serie de entrevistas/cuestionarios con diferentes personajes del mundo de la cultura.

Para ello nos basamos en el cuestionario que realizó Marcel Proust y que grandes personajes de la historia han contestado, desde Oscar Wilde a David Bowie. Nos hemos permitido la licencia, perdón por el sacrilegio, de pasar algunas preguntas por la chapa y pintura del siglo XXI, aunque la mayoría siguen siendo exactamente igual que las ideadas por el escritor de la famosa magdalena.

Un martes 7 de junio de 1966, en la maternidad del antiguo hospital militar Gómez Ulla de Madrid, llegó al mundo un niño que aún recuerdan los que allí estuvieron por el volumen de su llanto al nacer. Y no fue debido a su necesidad de despejar las vías respiratorias de líquido amniótico o por la expulsión no consensuada con el afectado de la seguridad y placidez del interior del vientre de su madre, o sí, pero no fueron las causas principales. El pequeño Lorenzo llegó a un mundo desconocido con la imperiosa necesidad de contar tantas cosas que, al verse carente del uso de la palabra, sólo pudo llorar de rabia. Y en ese mismo instante se prometió a sí mismo que sería escritor. (Nota: nací medio muerto, tras un parto largo y frustrado y una cesárea, por lo que parece que no lloré mucho ni pronto; lo que sí es verdad es que en cuanto me reanimaron y dejé de estar de color azul para pasar al sonrosado sorprendió a todos mi mata de pelo y que estuviera con los ojos abiertos y mirando a todo el mundo).

 Y desde pequeño fue aumentando su amor por la literatura, compaginado con los juegos en la calle, películas de sesión doble en cines de barrio y un apego al Atlético de Madrid (que con el paso de los años se le pasaría, quizás desencantado con la transformación del fútbol hacia espectáculo económico donde el hincha es un simple número sin importancia). (Nota 2: Incluso llegué a militar —muy brevemente— como defensa en los infantiles del C.D. Aviación).

 Tras algunos combates fallidos con la poesía, género literario al que todo adolescente con inquietudes literarias y las hormonas encendidas se enfrenta, el joven Lorenzo fija su mirada en la ficción, donde pronto descubre su hábitat natural con el que plasmar todo lo que bulle en su cabeza. (Nota 3: en realidad empecé por el relato, lo de la poesía fue a raíz del interés por las chicas y, por fortuna para la propia poesía, aunque las chicas siguieron ahí, mis poemas no).

 Pero todo camino tiene sus bifurcaciones y, para llegar al destino ansiado de una dedicación plena a la literatura, tuvo primero que pasar por la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, diez años como abogado en una gran empresa del sector energético, un año de auditor de cuentas y dos más como asesor fiscal de una firma multinacional.

 Hoy, Lorenzo Silva es uno de nuestros escritores más aclamados, con una obra donde el volumen y la calidad van de la mano, convirtiéndole en una referencia de la literatura contemporánea.

Os dejamos el artículo «Castellano, de Lorenzo Silva: la revolución comunera y la palabra como patria», por J. Félix González-Encabo.

Y realizada esta breve introducción, @profesorjonk/J. Félix González-Encabo y @jdiazdeceriojackson/José Díaz de Cerio escriben a mano y con buena letra unas preguntas a este gran escritor.

George Simenon dijo que “escribir no es una profesión sino una vocación de infelicidad. Creo que, si un hombre tiene el impulso de ser artista, es porque necesita encontrarse a sí mismo. Todo escritor intenta encontrarse a sí mismo a través de sus personajes, a través de toda su escritura”. ¿Qué le respondería?

No lo veo como él. Tal vez en el origen sí, es así, una constatación algo amarga de que no encajas en la realidad y estás condenado a sentirte a disgusto, tanto en ella como escapando de ella, lo que no suele dar buenos resultados en la vida. Sin embargo, si yo sigo escribiendo cuarenta y tres años después de completar mi primer relato es porque no he dejado de ser feliz escribiendo, a pesar de algún escollo momentáneo, que además cada vez sé prevenir y sortear mejor. Y tampoco puedo olvidar que, como al propio Simenon, no me ha ido mal: contra todo pronóstico, la escritura se ha convertido en mi medio de vida y el bastión de mi independencia y me ha permitido conocer, como lectores, a personas que han embellecido mi camino.

En una entrevista comentó que tenía planificados con precisión los próximos dos años, que se traducirán en tres libros más una docena de historias largas que se habían asentado en su cabeza. ¿Cómo es un día de trabajo de Lorenzo Silva? ¿Cómo logra compaginar tal cantidad de proyectos sin que interfieran ente ellos? ¿En alguna ocasión dos ideas, una vez empezado el proceso de creación, se han entrecruzado en una misma historia?

Tengo 63 centímetros de perímetro craneal: eso me pone difícil encontrar sombrero y en la mili me condenaba a que se me cayera el gorro cuartelero si mandaban paso ligero, pero a cambio me caben bastantes ideas dentro. Además, durante muchos años hube de llevar doble y hasta triple vida, lo que me enseñó a tabicar el espacio interior para que no se me mezclasen las cosas. Digamos que los proyectos en maduración los almaceno en estanterías mentales donde no estorban y donde puedo ir guardando lo que averiguo y acumulo acerca de ellos. Ahora bien, en la mesa de trabajo sólo tengo uno y no permito que los otros interfieran. Una novela es un tono, una mirada, un mundo. Sería improcedente, además de contraproducente, dejar que se mezclara con otro libro, que debe tener su sesgo y su carácter peculiar.

¿Qué es lo más difícil de escribir personajes del sexo opuesto?

No estar nunca seguro de acertar a representarse con la necesaria exactitud el dolor —en sus distintas formas— que sienten. El dolor que sentimos, y cómo lo sentimos, constituye nuestra más profunda verdad. Y sin esa verdad profunda un personaje no es más que un muñeco.

¿Esconde algún secreto en sus libros que sólo unos pocos puedan descubrir?

Alguno que otro. No soy mucho de practicar el roman à clef; si tengo que aludir a alguien lo nombro claro y por derecho y si ficciono es porque no quiero aludir a nadie en particular, sino contar la historia a partir de algo más general. Sin embargo, sí hay alguna experiencia propia, alguna cita encubierta, siempre al servicio de la ficción. Las primeras puede identificarlas quien me conoce, las segundas el buen lector. En Púa, mi próxima novela, hay varias, pero para no caer en la apropiación indebida sus autores están recogidos en los agradecimientos.

Hace unos días leímos un artículo sobre cómo están empezando a publicarse en plataformas digitales  libros escritos por ChatGPT  y el caos que este fenómeno estaba causando en algunas editoriales, ¿le preocupa la influencia  y uso de la AI en la literatura y el arte en general?

Lo que más me preocupa es la probada capacidad de los gigantes tecnológicos, auspiciadores de estas herramientas, para saltarse todas las leyes vigentes, tanto en lo relativo a la protección de datos como en lo referente a la propiedad intelectual y las normas tributarias. Es decir, temo que los fabricantes de estas herramientas se apoderen de toda nuestra intimidad personal y de toda la creación intelectual pasada y presente para alimentar y entrenar sus artefactos y que la riqueza que con eso creen, a partir de la riqueza ajena, se la queden y como mucho la compartan con el usuario que a su vez alimenta su negocio con sus ideas, sus horas de vida y la renuncia a muchos de sus derechos. Lo que me preocupa es lo acríticos que somos con todo esto y la impotencia de los Estados que deberían velar por nuestros intereses legítimos —y nuestros derechos, y nuestras libertades—. Desde esta consideración, no me cuesta demasiado imaginar que se acabe consumiendo una seudoliteratura mecanizada que cada vez dará más el pego, porque se nutrirá de todo lo escrito antes, pero será incapaz de producir una sola línea que trascienda y reinterprete novedosamente la tragedia y la gloria de habitar un pellejo humano, porque la máquina ni zozobra, ni goza ni siente dolor. Si eso triunfa, será el momento de refugiarse en los clásicos, o en relatos humanos debidamente certificados.

Su libro “Castellano” me pareció un justo y necesario homenaje a esas tierras y gentes despojadas de presencia y voz desde hace siglos en los centros de poder. ¿Cree que se puede desarrollar la idea de pertenencia sin correr el riesgo de caer en el nacionalismo más absurdo y localista?, ¿tan difícil es compaginarlo con el respeto al otro?

Me gusta la idea de pertenencia, de pertenecerle a algo, que a su vez, y sólo en esa misma medida, nos pertenece, nos sostiene y nos ilumina. Puede aplicarse a la tierra natal, o a la de tus ancestros, pero también a territorios adquiridos. En ese sentido, yo me siento tan castellano como andaluz, madrileño, catalán, romano, griego o rifeño… Lo que detesto es la identidad como salvoconducto para unos, los míos, y criterio de exclusión para otros, los que no aceptan mi credo o mi interpretación del pasado o del futuro: ese nacionalismo deprimente e insolidario que llega, incluso, al extremo de denegar la pertenencia a quien la ostenta por nacimiento. No es nuevo: a Walter Benjamin le negaron ser alemán, incluso la posibilidad de doctorarse en una universidad alemana —y era tal vez la mente alemana más brillante de su tiempo—, a muchos de los españoles más destacados del siglo XX los identificaron con la anti España, y en lugares donde ese identitarismo tarado ha tenido una funesta hegemonía en tiempos recientes, como el País Vasco y Cataluña, se ha llegado a expulsar igualmente a muchos de los mejores, en no pocos casos con los pies por delante. Esa identidad es una calamidad, un retroceso, un motor de devastación, que prima al mediocre y socava el esfuerzo común. Mi mirada a la Castilla comunera es antes que nada una invitación, incluso para los no castellanos, a celebrar y compartir el legado de libertad, dignidad y civilidad que aquellos hombres y mujeres del siglo XVI nos dejaron a todos los españoles y europeos, y cuyos principios, entonces ignorados y despreciados por el emperador y monarca absoluto, inspiran hoy nuestras leyes.

Cuando escribió en 1995 “El lejano país de los estanques”, la primera historia de Bevilacqua y Chamorro, no podía imaginar que se convertiría en una saga exitosa, ¿qué le parece la literatura y el cine previstos ya en su fase creativa para explotar la historia en el tiempo?, ¿le merecen respeto?

Para mí la creación es un espacio de libertad individual, por lo que todo empeño creativo tiene de antemano mi respeto, y en todo caso, salvo que obtenga pruebas de lo contrario, le presumo honestidad y autenticidad. Lo que puedo decir es que yo no concebí a Bevilacqua y Chamorro como personajes de largo recorrido, sino más bien como una pareja de seres marginales a los que cabía temer que no les iría bien, en el marco de una novela negra española más bien raquítica, que rendía culto al sabueso solitario y rebotado con el sistema y que no veía en el guardia civil otra cosa que un esbirro de un régimen autoritario. Por suerte, los lectores ven más allá y me dieron la oportunidad de llevarlos mucho más lejos. Yo me he limitado a tratar de interpretar a la luz de su respuesta el potencial de estos personajes y a procurar ser fiel a la idea que los hizo nacer, sin quedarme nunca anclado en ella. Creo más en adaptarme a la dinámica propia del texto literario que en su proyección apriorística al futuro o a otros lenguajes narrativos. Pero esta es sólo mi postura, a nadie aspiro a imponérsela.

Usted tiene un vínculo personal con Marruecos y ha escrito novelas y libros de historia y viajes sobre el país alauita y su relación con España. ¿Cree que debería fomentarse el conocimiento de nuestro vecino desde las autoridades públicas, medios de comunicación, etc?, ¿cómo, en su caso?

Creo que tenemos dos vecinos a los que miramos poco, Portugal y Marruecos, y que de ambos y con ambos tenemos más que aprender de lo que pensamos, y quizá más que del único vecino al que secularmente vemos, que es Francia, y del que no es que no tengamos nada que aprender, sino que probablemente la mayor parte de lo que podía inspirarnos ya lo hemos incorporado a nuestra cultura —salvo, paradójicamente, su respeto genuino y efectivo por la cultura—. Para mejorar el conocimiento es necesario viajar más, y menos como turistas displicentes; también ayudaría leernos, y leer sobre la historia común, pero sobre todo la apuesta está en los proyectos que podemos compartir con ambos de cara al futuro. La reunión de España y Portugal en una federación —que personalmente propondría que siempre presidiera un portugués, hablan muchos más idiomas que nosotros y mejor— daría como resultado un gran país de la Europa del sur que junto a Italia sería un eficaz contrapeso al actual binomio dominante Francia-Alemania. Tendría además el potencial enorme de influencia global que proporciona la suma de las lenguas española y portuguesa, con el que ni Francia ni Alemania pueden soñar. En cuanto al establecimiento de un vínculo sólido y basado en proyectos de futuro con Marruecos, que tiene además bases históricas y culturales, nos convertiría a ambos países en puente privilegiado entre las sociedades de tradición cristiana y las de tradición islámica, entre Europa y África y entre Oriente y Occidente. En este mundo de zanjas, hacen falta puentes. Las diferencias culturales, la Historia lo demuestra, se superan extendiendo la prosperidad, que también empuja a demandar libertad y dignidad para todos.

En el prólogo de “Nadie por delante” dice que siempre estamos en guerra sin saberlo, que confundimos la retaguardia con la paz. ¿Tiene nuestra sociedad actual capacidad para defender su libertad o nos hemos vuelto tan individualistas y polarizados que nunca volveremos a tener un objetivo común?

Hablando de puentes, son sin duda la falta de pontoneros y la sobreabundancia de dinamiteros las que han devuelto a la guerra ese papel central que siempre tuvo en la Historia y que a fines del siglo pasado llegamos a creer, ingenuamente, que podría desalojar. Eso nos ha dejado desnudos ante una paradoja: la de ser pacifistas porque no sentíamos ninguna amenaza, o porque estas recaían sobre otros que estaban lejos y no nos importaban. Ahora que la guerra golpea Europa, y hay una televisión estatal donde se fantasea con lanzar misiles contra Madrid —pero también un Estado Islámico en plena expansión en África, siempre con la reivindicación de Al Ándalus presente—, a nadie le apetece salir de ese cómodo pacifismo para en caso necesario defender nuestras libertades frente a quienes las desprecian. Tendremos que resolver la paradoja, pero con cabeza: este es un buen momento para quienes se lucran con el miedo. No nos defenderemos, llegado el caso, comprando muchos juguetes bélicos caros para que los manejen unos pocos. La defensa de una sociedad y de sus ideales y valores es una cuestión colectiva o resulta inviable. Ucrania resiste porque se ha empeñado entera en ello.

En sus colaboraciones en medios es ecuánime y moderado ante tanto despropósito verbal político generalizado, cosa que le agradecemos. ¿Tan fallido fue el espíritu de la transición que tantos denuestan?, ¿no falta perspectiva histórica y sobra inmediatez?

Ya hay demasiados incendiarios, uno intenta aportar más lo que siente que falta que lo que le da la sensación de estar ya bien surtido. También hay una cuestión de carácter: mi vida y mis lecturas me han alejado de los dogmatismos, a cuyos impulsores he visto una y otra vez esparcir dolor y desastre entre mis semejantes. Y no me da miedo quedarme solo, ni que me tilden de equidistante personas de quienes en efecto estoy a la misma distancia, una distancia infinita, porque soy incapaz de bendecir algo porque lo haga alguien con la camiseta de mi equipo y también de despreciar a alguien por llevar otra. Me fijo más en lo que hacen las personas, y en lo que dicen sus ojos, que en lo que dicen sus labios. Hace medio siglo, los españoles, que veníamos de la historia más triste y oscura, supimos encontrar razones comunes para superarla. No todo se hizo bien, no se fue justo con muchos de los que sufrieron esa historia, tampoco se asumieron todas las responsabilidades. Pero no parece que sea mejor este momento donde tantos españoles parecen engolosinados con la idea de avasallar a sus oponentes y hacer un país que los excluya, aplaste o expulse. Esa técnica ya la hemos ensayado mucho en los últimos doscientos años y la Historia es implacable: fracasamos siempre.   

Usted vivió durante años en Barcelona, ¿cuánto de Lorenzo Silva hay en “La llama de Focea”?, ¿queda esperanza ante las llamas o sólo cabe la resignación y la espera?

A mis personajes sólo les presto de mis experiencias lo que creo que les sirve, luego ellos tienen su propia circunstancia y su propio lugar en el mundo y de ahí viene el grueso de lo que hacen, dicen o piensan. Aunque se me suela confundir con él, Bevilacqua tiene una vida muy distinta de la mía, una misión diferente en la sociedad —aunque algo afín: a ambos nos interesa acercarnos a la verdad, que los dos sabemos inasible— y una interlocución con los demás desde la posición de agente de la autoridad que yo ni busqué ni tampoco deseo. Lo que él dice y hace es a menudo distinto de lo que yo diría y haría —no tengo sus responsabilidades ni sus servidumbres— pero sí coincidimos en algo: no somos maximalistas, sabemos que todos los humanos se equivocan, comenzando por nosotros mismos, y que siempre hay humanos que intentan superar los errores. Eso nos sitúa a ambos en una posición intermedia, entre la desesperanza serena y un optimismo que nunca será demasiado entusiasta.

Por último, antes de adentrarnos en el cuestionario, ¿qué podemos esperar de su próxima novela, Púa?

Algo muy diferente. Me adentro en la mente y el corazón de alguien que ha tomado a conciencia la senda del mal, no sin que le asistieran algunas razones, pero sin engañarse al respecto, esto es, sin creer que haya una justificación para abusar de otro ser humano. Ha hecho daño, mucho daño, adrede y sin pestañear, y como se sabe capaz de hacerlo y es inteligente ha renunciado a esa ilusión de tener una excusa noble en la que tantos canallas se refugian. Le propongo al lector un viaje incómodo, en busca del malvado que como humanos todos tenemos dentro. Y una vez que uno lo encuentra, la pregunta es qué se puede hacer con él. Púa —el nombre de guerra de mi protagonista— acaba procurándose su propia respuesta.

entrevista Proust al escritor Lorenzo Silva en la revista Profesor Jonk

¿Principal rasgo de tu carácter?

Curiosidad.

¿Qué cualidad aprecias más en un hombre?

Coherencia (generosidad).

¿Y en una mujer?

Coherencia (generosidad).

¿Qué esperas de tus amigos?

Que estén ahí.

¿Tu principal defecto?

Dispersión

¿Tu ocupación favorita?

Aprender investigando.

¿Tu ideal de felicidad?

No necesitar nada más que lo que tengo.

¿Cuál sería tu mayor desgracia?

Soy padre, así que la respuesta es evidente.

¿Qué te gustaría ser?

Violinista.

¿En qué país desearías vivir?

Donde vivo. Si deseo vivir en otro, me iré.

¿Tu color favorito?

Azul.

¿La flor que más te gusta?

Amapola.

¿El pájaro qué prefieres?

Gorrión.

¿Tus autores favoritos en prosa?

Cervantes, Kafka, Chandler, Woolf, Onetti, Alexiévich.

¿Tus poetas?

Homero, Safo, Garcilaso, Machado, Szymborska, Seifert.

¿Un héroe de ficción?

Buzz Lightyear (el juguete).

¿Una heroína?

Madame de Rênal.

¿Tu músico favorit@?

Schubert.

¿Tu pintor preferid@?

Caravaggio.

¿La película de tu vida?

Érase una vez en América.

¿Tu héroe/heroína de la vida real?

Mi madre.

¿Tu nombre favorito?

Laura.

¿Qué hábito ajeno no soportas?

La presunción.

¿Qué es lo que más detestas?

La incoherencia (la mezquindad).

¿Una figura histórica que te ponga mal cuerpo?

Francisco Franco Bahamonde.

¿Qué virtud desearías poseer?

La indulgencia.

¿Cómo te gustaría morir?

En silencio, sin molestar a nadie, viendo el mar o un campo de cereal.

¿Cuál es tú estado de ánimo más común?

Vigilante (de mí mismo, sobre todo).

¿Qué defectos te inspiran mayor indulgencia?

Los que nacen de la ignorancia (involuntaria).

¿Tienes una máxima?

La de Tales de Mileto: «Todo está lleno de dioses».


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