Castellano, de Lorenzo Silva: la revolución comunera y la palabra como patria

En Salamanca conocí un pucelano que por las noches hablaba de “tierra comunera”, era beberse unos vodkas y corríamos el riesgo de acabar añorando hasta el amanecer un gobierno que nunca existió, más allá del imaginario de los locos de aquella primera revolución moderna de 1520 frente al emperador Carlos V.

A mí todo aquello me sonaba a un producto no testado, como los carteles de insumisión en los bares o las letras de Soziedad Alkoholika y Def Con Dos. Lo respetaba pero simplemente pasaba de largo y no lo consumía por miedo y desconocimiento.

En Toledo hay una plaza recoleta con árboles, bancos y una estatua a Juan de Padilla, capitán del levantamiento de las ciudades comuneras castellanas frente al expolio fiscal, el vaciamiento de poder y el creciente abandono por parte de la corte en la primavera de 1520. Se trata de la plaza de Padilla y los turistas también suelen ignorarla.

El escritor Lorenzo Silva delante de la estatua a Juan de Padilla, en Toledo, durante la presentación de su libro "Castellano", sobre la revolución comunera
Lorenzo Silva ante la estatua a Juan de Padilla en Toledo
Portada del libro "Castellano", del escritor madrileño Lorenzo Silva

Lorenzo Silva escribió entre 2020 y 2021, quinientos años después y en plena pandemia, “Castellano”, un magnífico libro de ¿historia?, ¿novela histórica?: como indica en los agradecimientos, no se tomó las licencias literarias habituales en el género para desvirtuar, inventar o directamente manipular la realidad con el fin de lograr un resultado de mayor calado literario.

Este brillante contador de historias se aferra a los datos, los hechos y la historiografía aportando un sutil y necesario barniz a determinados momentos, siempre teniendo en cuenta lo que hemos sabido de la vida y carácter de los personajes, estando ahí su enorme valor para quienes habitualmente desdeñamos la novela histórica: no tiene trucos ni ambages.

Como Castilla, una patria lejana –apenas un rumor- a la que volver, sin los símbolos ni alharacas necesarias de los nacionalismos imperantes e imperativos, los impuestos y los añorados.

Un estado de ensueño que en su demolición final carece de tumbas a las que acudir a hacer apología –siempre peligrosa y perseguida de oficio por los poderes públicos- porque a su capitán Juan de Padilla lo ajusticiaron en Villalar dos años después de iniciado el sueño revolucionario, junto al capitán segoviano Juan Bravo y al salmantino Francisco Maldonado –primo del capitán Pedro Maldonado, con quien compartió el mando en Salamanca y en cuyo lugar se ofreció a ser ejecutado, debido al parentesco de éste con el duque de Benavente.

Esos silenciosos héroes sin fortuna ni logros postreros… En cualquier caso, Pedro Maldonado sería ejecutado en agosto de ese 1522. Prórroga corta.

Ejecutado Padilla, nunca se encontró su tumba, donde lo dejaron camino de Toledo para llevar el cuerpo a su viuda María Pacheco, defensora de la causa comunera desde que él se ausentara al norte camino del campo de batalla, que una década después moriría exiliada en Oporto y que sería enterrada en un punto indeterminado de la catedral, como señala Lorenzo Silva a escasos trescientos metros de la librería Lello e Irmao, que sí conocen, visitan y veneran muchas familias castellanas para rendir pleitesía a Harry Potter, ese héroe de ficción inventado por J.K.Rowling.

Estado de ensueño que nadie reclamó en quinientos años porque bastante tenían los castellanos con sobreponerse al hielo, el abrasivo calor seco, las sequías, la emigración a Madrid y la periferia, el abandono sin pausa por parte de la capital en favor de otras tierras en las que a lo largo de siglos se volcaron las inversiones y se aplaudieron sus emprendimientos y, finalmente, el concienzudo desmembramiento de Castilla en dos, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, Castilla y León y Castilla-La Mancha, con y sin Cantabria, La Rioja y Madrid, el nuevo centro de todo, reparto de naipes y no tocaron los ases.

Estado de ensueño que sólo emerge sutilmente cada día gracias al idioma que hablan más de quinientos millones de personas en todo el mundo, idioma hecho de retazos de latín, griego, árabe, sefardí y posteriormente galicismos y anglicismos que la historia nos trajo.

Gracias al imaginario colectivo de héroes como los glosados en el Cantar del Mío Cid y Don Quijote de la Mancha, mitos reales y ficticios que se salieron del guion e interpretaron la partitura a su manera, de un modo libre y sin someterse a yugos ni déspotas, pagando por ello la desdicha y soledad en la derrota tras tantas batallas memorables.

También gracias al imaginario colectivo de héroes modestos y silenciosos como los de Unamuno, Baroja, Machado o Delibes, que, aunque jamás alcanzarían el loable y suicida individualismo y libertad de los anteriores, sí llevan el sello de la prudencia, el estoicismo y la resignación cristiana, esa extraña cruz que te recuerdan la noche que velas a tu padre muerto.

De ambos caracteres participaron los locos comuneros que en 1520 se sublevaron a un emperador y, como era de esperar, perdieron. Que no nos falten, aunque corramos el riesgo de ser decapitados en el intento…

Castellano, de Lorenzo Silva, historia de los comuneros
Nuestro amigo Cockie no admite revolucionarios comuneros, una vez finalizada su lectura. Nada de veneración ni emblemas ni objetos de culto, siempre peligrosos síntomas de nacionalismo. Habrá que comprar un par de ejemplares para regalar.

Descubre los artículos, relatos y poesía de J.Félix González-Encabo en Profesor Jonk.

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. dovalpage dice:

    ¡Muchas felicidades a Lorenzo Silva! Buscaré la novela. Y me encanta Cockie, el perro lector 🙂

    1. Grazie mille, signorina. Lorenzo Silva es un Grande de España y Cockie directamente un Lord inglés

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