“Dice el Público:
un arrebato
de quién sabe qué fuerzas naturales
como si alguien
nos estuviera esperando
en la espuma de otro nombre”
No sé cómo escribir una reseña de este libro-monstruo, de este “cadalso vivo” en continuum que me hipnotiza y angustia.
En El libro de nuestras ausencias Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, México, 1983) ha construido un artefacto de aguas movedizas que a medida que lees te va engullendo y arrastrando a las fauces del monstruo de la terriblidad, a ese terror que cuando deviene cotidiano ya no se deja remolcar por el miedo sino por las garras del leviatán, esa mano-ahogo, esa mirada-fundido-a-negro.
Libro al margen de la trama, que a mi juicio no busca tanto un viaje por la historia de la violencia en México (desde el exterminio indígena bajo corona española en el siglo XVIII, hasta las atrocidades de los cárteles de la droga y, especialmente, los desaparecidos contemporáneos -más de 52.000 según la ONU que requerirían 120 años para proceder a sus identificaciones, una cifra tan mareante como inasumible-) sino una sensación, la sensación de estar en/como-en un lugar, un pararse, un posicionarse, que enfrenta traumas propios-ajenos-adoptados en un ambiente a ratos tenebroso, a ratos esperpéntico, a ratos asfixiante, a ratos casi cómico. Todos los registros que Ruiz Sosa debe abrazar para no sucumbir en la escritura de este su libro-monstruo.
Personajes-fantasma deambulan por el texto, personajes que son quienes son o quienes fueron o quienes quisieran ser. Mujeres-madonna-rastreadoras que buscan a sus hijos en los murales de los ausentes, en las fosas comunes, en las casas de la muerte, en la sierra o el desierto. Mujeres-madonna-rastreadoras porque los hijos, cuando desaparecen, son sólo de ellas. Supervivientes de la pobreza, la familia (sic), lo silente, el desamor. Superviviente-buscavidas, pícaros-lazarillos trasuntos del célebre de Tormes en el Valle de Culiacán. Y espacios , espacios transformados y transformables en una sociedad que exige adaptabilidad aparente: la imprenta convertida en templo expiatorio (“las máquinas serán estátuas de santos, los pliegos de papel serán libros sagrados, la tinta un licor bendecido”), la cárcel convertida en el Teatro Apolo (nuestro trabajo no iba a ser el de la construcción de un cuerpo físico / sino el tejido de un relato / que es otra forma de cuerpo”), el almacén del barrio marginal convertido en teatro popular (“un cuerpo que iba aceptando los cambios y las inserciones”).
El libro de nuestras ausencias es narrativa y puesta en escena teatral: el teatro, shakesperiano a veces, lorquiano otras, espejo de las tragedias griegas más clásicas siempre. El teatro como símbolo del ser-no-ser, del ser-en-otro, del dejar-de-ser para volver-a-ser. El teatro-vida y sus decorados, tan falsos como las falsas tumbas, las fosas de los innominados, los huesos-restos-piedras (“cómo, entonces, saber si esto es una piedra o un fragmento del cráneo / y se ponían sobre la lengua lo que encontraban / si nomás se moja, es piedra / si se pega a la lengua, es hueso / si es hueso es un hijo / o es alguien”). El teatro: voz colectiva, voz fragmentada.
Ecos literarios sobresalen una y otra vez en El libro de nuestras ausencias: Bolaño (desde el grupo de jóvenes que buscan la verdad a modo de detectives salvajes hasta el horror de las listas-forénsicas de Sonora y alrededores –2666-),Valeria Luiselli (Desierto sonoro y la Bestia -el tren de los migrantes que atraviesa México- que ruge también aquí), Rulfo y Lorca (con sus danzas de la muerte y sus imaginarios desbordantes), Cortázar (en Rayuela los protagonistas tienden poemas igual que aquí se tienden imágenes-porciones-de-rostros), y, cómo no, Mary Shelley (la mona-efigie-muñeca de Orsina vs su construcción de La Criatura: “la cosa es que sea posible provocar una existencia, ¿no?”).
Libro en minúsculas, de palabras-pegadas y de palabras rotas, de márgenes no acotados, de frases-verso para evitar la asfixia de lo-dicho, de texto dislocado o en proceso de colocación o en espectro, fraseo ancho, enunciación cambiante, libro de vida boqueando, de ausencias marcadas-y-remarcadas en cada sombra blanca. Casi 500 páginas de literatura-monstruo, literatura-supervivencia, literatura-testimonio.
Fogonazos de las huellas del libro en lo escrito hasta ahora, pero incapaz de reseñar como es debido, y sobrecogida por la literatura-verdad, procedo a exhumar frases-relámpago del texto con la (¿suicida?) intención de componer El poema de nuestras ausencias. Que me perdone Ruiz Sosa, perdonadme también vosotros.

El poema de nuestras ausencias
“Dice el Público:
silencio
silencio
silencio
silencio
si len cio”
“se nos abren las costuras al pensar
que la muerte
no es el acabamiento del futuro
sino que prohíbe
la posibilidad de un pasado diferente”
“el rostro cubierto
de tiempo y memoria”
“un quiebre
o un remolino
de tierra que se abre y se lo traga todo y luego se hincha, como el cuerpo mismo de los ausentes cuando los han metido en las fosas”
“porque la muerte es eso, ¿no?, una orilla, un margen sin límites, o es que la muerte lo convierte todo en margen frontera orilla límite borde ¿de qué?, precipicio ¿de qué?, ¿hacia dónde se cae uno cuando se asoma? ¿hacia dónde los muertos en ese filo?”
“uno se muere y puede ser cualquier persona
se nos borran los rasgos”
“que la vida está en el espejo
y la muerte está en nosotros”
“a nosotros, a mí, nos quedará una voz sin cuerpo
o la voz no, pero las palabras sí
no es lo mismo
monstruo la voz
monstruo la palabra, que puede vivir sin voz”
“no es que haya una seña o una maldición o un destino
monstruo el destino
sino que la tierra aprende y la tierra enseña”
“pero los ausentes solo pueden vivir en el futuro
que la ausencia no se puede ver
pero está
y regresa”
“¿quién dijo que la muerte es fría?
aquí el morirse es lo caliente
cuerpos acecinados o en lo húmedo de lo que germina y se pudre
una agua calurosa como las macetas al sol inundadas y hervidas de raíces que no saben
si se mueren o se fermentan”
“morirse
dejar de ser quien
convertirse en dónde
ese túnel”
“no se achica el mundo con la ausencia
se expande
todos los lugares son más grandes y tienen más rincones”
“si los vivos nos tocan con su sangre, nos lavamos
si la sangre es de los muertos
queridos
¿qué es?
¿una mancha?
¿un recuerdo?”
“lo difícil es no ser nadie
ni carne ni ausencia de carne
las desapariciones no son símbolos, los regresos sí
monstruo el regreso”
“pero es cierto
que ser
cansa”
“también los lugares se mueren”
“¿por qué llaman restos al cuerpo de los muertos?
los restos mortales son los vivos
los restos mortales somos nosotros”
“todas las orillas se acaban, todos los márgenes se desbordan”
“la única muerte es la resignación”
“el destino es un modo de decir que el pasado nos alcanzó y nos fue rebasando”
“pero hay destinos que deben cumplirse
aunque se traten de la repetición de un pasado imposible
monstruo el pasado”
“eso que crece al desgastarnos, ¿qué es?”
“algo así como una culpa anticipada”
“el estigma visible”
“los recuerdos, si se estiran demasiado, se llenan de ira
¿no?
algo que ya no habla en sí mismo
pero sigue
hablando
en nosotros”
“porque es un descanso
llorar
y necesitamos descansar”
“¿qué es lo que viene a nosotros cuando regresan los ausentes?
el brillo de un ojo que nos atraviesa”
“¿qué umbral hay que inventarse para seguir persiguiendo lo que nos desgasta?, ese esqueleto nuestro que hay fuera del cuerpo y que son los otros
y que nunca sabemos de verdad dónde está”
“¿de qué guerra era este ejército muerto?”
“¿cómo es una ausencia que se precipita?”
“¿qué nos duele?
“¿lo que poseemos, o lo que nos posee?”
“¿quién adopta ese reto reaparecido?”
“¿no fue ese el error? ¿qué nada se detuviera?”
“la presencia deforma los entornos tanto como la ausencia, transforma el espacio y los cuerpos, conque ya se podría ver el hundimiento, casi una especie de cráter, un lecho de mar seco, ligera hondonada a la que se le podrían identificar los bordes por donde las palas fueron arrancando terrones piedras raíces para hacerle hueco a una tumba”
“pero nadie quería abrirle la tierra aesos muertos
te vasalir uno dellos, sedecían
yo nomás busco almío
pero todos eran nuestros
todos”
“también es intemperie esa existencia bajo tierra
también es intemperie el olvido, ¿no?”
“nos iban creciendo los silencios, nos arrastraban”
“si no queda nada, no hay a dónde volver”
“no se va lo muerto, se va lo que se reconoce todavía con vida”
“nosque damos so los
pe rono nos fui mos
comosi hu viera dón de
co mo sifue rapo sible
vol ver
como si fuera posible ¿qué cosa?, volver y revertir el peso de las palabras y los actos
no
silencio
silencio
si len cio”