Pacifiction o el último paraíso

Escena de la película Pacifiction Benoît Magimel y Pahoa Mahagafanau en una escena de Pacifiction

Aclamada por la crítica, Pacifiction, de Albert Serra, compitió a la Palma de Oro en el pasado festival de Cannes.

La última película del director catalán narra la aventura singular de un alto representante del estado francés, magistralmente interpretado por Benoît Magimel y de su deambular por el paraíso como un incierto abogado conciliador entre los nativos y el gobierno poscolonial, ante la sospecha de reanudación de las pruebas nucleares interrumpidas desde 1996 en la polinesia francesa.

Pero Pacifiction es más que un thriller político. Si Coppola definió para el cine el “horror”, en su particular versión de El corazón de las tinieblas, de Conrad, Serra nos lleva al paraíso convertido en un decadente club nocturno, donde los nativos bailan semidesnudos una danza de la muerte y las nativas ya no son modelos de Gauguin. Algo así como el horror poscolonial, que ha llegado a infectar el último vestigio de la inocencia. Algún crítico ha señalado el carácter onírico, abstracto, de pesadilla, de hipnótico peregrinaje del protagonista, de amenaza, a pesar de los planos de azules amaneceres y anaranjadas puestas de sol en la isla thaitiana.

Serra realiza un ejercicio virtuoso de la ambigüedad. Porque todo está sugerido, todo es rumor, confidencia neblinosa, lo que hace mantener en el espectador las cuestiones clave de la película: la misteriosa presencia de marineros de un submarino fantasma, con un almirante bufonesco al frente; la implicación del Alto Comisionado con el pueblo nativo, en un juego elegante de contención y cinismo ante el temor de nuevas pruebas nucleares en la isla; las relaciones de poder y de deseo entre los protagonistas, especialmente, entre el prefecto y Shannah, una trans “mitad león, mitad tigre”  – como escribe Elsa Fernández Santos- que interpreta Pahoa Mahagafanau.

Pacifiction escena

No hay prejuicio en el planteamiento. A lo largo de las más de dos horas y media, el espectador asiste a la formulación de posturas encontradas bajo la sospecha de la reanudación de pruebas nucleares en suelo polinesio. Quizás lo más asombroso es este darnos el olor y velocidad de la tormenta antes de estallar, el saber convertir las imágenes del paraíso en un thriller político, donde el absurdo se desata en una escena final antológica, ese baile del almirante de un submarino fantasma con los nativos y marineros, como una suerte de carnaval goyesco antes del holocausto nuclear.

Si Oscar Wilde declaraba que hay que ser sublime sin interrupción, Benoît Magimel lleva este lema hasta el infinito en esta nueva película: un gentleman de lino blanco, un dandy sin interrupción, que se pasea por la isla en un clima de extrañeza, de rumores, de tensión soterrada, que sólo el club nocturno y decadente donde acude parece aligerar. Camaleónico, siempre entra en escena como quien entra en un gran salón, demorado y elegante, distante y cercano a la vez, en ese juego ambiguo, ya sea en una reunión con los representantes nativos o en los ensayos de las danzas aborígenes. Sólo en la intimidad con Shannah cede a la transparencia.

Uno de los hallazgos de Pacifiction es su tempo, su pertenencia a lo que se denomina slow cinema. Como sucede en la novela a partir de Proust, Joyce y Virginia Woolf, el slow cinema es un frenazo de trenes del ritmo narrativo, donde todo pasa y se sucede con lentitud hipnótica. Esa especie de enlagunamiento temporal, hace avanzar la historia de forma misteriosa, como si todo hubiese sucedido ya y las imágenes fueran la huella que queda de una trama oculta. Y la película empieza y termina de la misma forma, con estructura casi circular: con la llegada y la partida del almirante y marineros, a la isla de Thaiti.

Hay momentos como de aparato eléctrico, como las escenas de surf, momentos ensordecedores y llenos de magnetismo, en los que vemos a un Magimel a caballo de una moto acuática, que, como ha asegurado Serra en alguna entrevista, sólo el cine visto en pantalla grande puede ofrecer al espectador una experiencia plena de imagen y sonido (la película se filmó con tres cámaras Canon Black Magic Pocket de 4K). Y hay momentos en los que el enigma y la tensión se pasean por los paisajes de la isla. O las escenas en el club nocturno, que nos recuerdan al David Lynch de Terciopelo azul o al Fasbinder de Lola.

Con Pacifiction, Serra nos entrega una película para espectadores de largo aliento, de imágenes poderosas y ambiguas. Una metáfora del caos, del último paraíso antes del absurdo final.


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