Esto que les voy a contar me lleva rondando los pensamientos hace más de una década y hoy es que me decido a compartirlo. A fin de cuentas, han pasado diez años y creo que en este lapso ciertos delitos, si es que hubo delito (y bueno, sí lo hubo) prescriben.
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El sonido del cucú marca el pistoletazo de salida. Desde su posición privilegiada, el reloj de la torre controla la carrera y los espectadores aplauden entusiasmados con sus manecillas.
Fue en otoño cuando ella lo dejó; en otoño cuando su padre descubrió su afición por empuñar cinturones y es en otoño cuando se ha atrevido a dar este paseo. El año tiene cuatro estaciones y en su vida han sobrado tres.
¿Os habéis fijado que antes, cuando alguien moría en un libro, siempre llovía? Y es que la lluvia ayudaba a crear ambiente. Sus tonalidades plomizas y húmedas subrayaban la tristeza y el recogimiento y amplificaban el dolor de la pérdida. El cielo lloraba y los personajes, también. Tenía coherencia.
—Los hombres no lloran, cabrón.
Alex se quebró. Tras el deshielo de la tensión acumulada, todo en él reventó formando una explosión de angustia y miedo que inundó la habitación.
—Hijo de la chingada –Amador cambió el tono–. Va, tranquilidad. Ambos estamos molidos. Mira –dijo señalando el colchón situado en el suelo situado detrás de Alex–. Ve y échate un coyotito. Luego ya seguimos.
Ella devuelve las pelotas con parquedad y esa cortesía que permiten los monosílabos. Se entretiene observando el extrarradio anaranjado de la ciudad, los edificios lejanos y las planicies de tierra, margaritas y basura próximas a la M-40.
Una furgoneta amarilla conduce muebles a alguna parte, unas cuerdas sujetan la puerta, el conductor sacude la cabeza rítmicamente. Le dejan atrás y el taxi alcanza velocidad, en la radio resucita una copla.
Era a principios de otoño, pero había empezado a hacer su friecito. Cuando entramos al restaurante, lo primero que me llamó la atención fue la estufa panzona que se hallaba en el medio del salón. Los aromas (mezcla de canela, puerco y, por supuesto, chile) eran deliciosos. Había una vidriera llenita de pasteles en la parte de la panadería, pero juramos no meter las narices allí hasta terminar el almuerzo.
La noche terminó cenando y bebiendo a las intempestivas once frente a una mesa en la que expandía su halo el mítico Panenka, rodeado por su cohorte de atractivas mujeres rubias arrebujadas en pieles. Incrustadas, apretadas, dibujadas, deseadas en pieles.
Panenka es un loco que un día se saltó las normas y se jugó la gloria y el destierro a cara o cruz y ganó. En las cosas importantes no cabe la tibieza.
Eustaquio Putrefacto llevaba desde que murió preparándose las oposiciones para zombie. Estudiar era algo que ni siquiera cuando la sangre le corría por el cerebro se le había dado bien así que ahora, que tenía la cabeza con forma de piedra pómez a medio usar, el esfuerzo le estaba dejando prácticamente en los huesos.
Los diarios que relatan nuestra vida están escritos con letras, imágenes y notas de música. Un beso. Un baile. Aquel poema que escribimos a nuestro primer amor. Esa película que nos dejó sentados en la butaca a pesar de las miradas del acomodador. El libro que desearíamos haber escrito. Nuestro viaje al portal de tus padres. El Muro de Berlín que construyó a su alrededor cuando todo terminó. Y, cómo no, las canciones que se adhieren a cada momento y del que ya nunca se despegan.
Yo necesito un abogado, urgente. Y trata de que sea un tipo especializado en inmigración, ¿oíste? Ah, y mándame dinero. Estoy en Tijuana y no me queda ni un centavo partido por la mitad. ¿Qué tú dices? Hazme el favor, mima, ¿qué Cuba ni qué barbas ni qué ocho cuartos? Lo que hace falta es que me mandes mis papeles, vieja, algo que diga bien claro que soy americana, officer.
Todo podría empezar con el continuo roce de sus manos camino del amanecer. Sin miradas de por medio. Ignorando si la experiencia es compartida o si para ella es un mero reflejo por el cansancio acumulado durante una noche de bailes y pastillas. El tacto de sus dedos, devorándose en movimientos circulares, hasta llegar a sentir un orgasmo epidérmico de origen desconocido. Un ovni sexual.