Afganistán fue un país libre al que llegaban las tendencias de occidente, en el que se fomentaban los derechos civiles, en el que las mujeres acudían a la universidad, vestían y vivían acorde a su tradición y su voluntad. Pero eso fue en los años sesenta y setenta, antes de la dictadura comunista que poco a poco permitió que las tropas de la Unión Soviética invadieran el país.
No fue el gobierno cómplice, sino el pueblo, quien se levantó contra el invasor tras su entrada en la navidad de 1979. El pueblo llano, iletrado y culto, pobre y pudiente, en sus distintas etnias, credos y dialectos en un país inmenso y montañoso, difícil de dominar y gobernar.
El 9 de septiembre de 2001, en un remoto lugar de Afganistán, dos terroristas de Al-Qaeda, que se hacían pasar por periodistas, acabaron con la vida del legendario comandante afgano Massoud, “el león del Panjshir”. Masood Khalili, asesor y amigo íntimo suyo, fue el único superviviente de dicho atentado.
El comandante Massoud combatía en esos momentos a los talibanes, como antes hizo contra los soviéticos. Con su muerte, Bin Laden se garantizaba un lugar donde refugiarse. Dos días después tuvieron lugar los atentados del 11 de septiembre que cambiarían todo para siempre.
En 1986, Masood Khalili, emprendió desde Pakistán un viaje por todo el país para organizar la sublevación popular que pudiera acabar con la invasión soviética en una guerra de guerrillas liderada por el comandante Massoud.
El autor de “Los susurros de la guerra”, Masood Khalili, es un firme demócrata que ha sido embajador de Afganistán en España y ha desarrollado una amplia carrera pública internacional como diplomático y escritor.
En este cuaderno-diario de bitácora escuchamos el silbido de las balas lanzadas en ráfagas desde los helicópteros soviéticos, sufrimos el hielo y las piedras que dañan las pezuñas de los caballos en los altos del Panjshir y el Nuristán, escuchamos atentos las historias que cuentan ancianos, niños, viudas, pastores, mercaderes desconfiados, a veces con palabras, a veces con acciones sin poder entenderse con el viajero y su tropa.
Nos hablan de la justicia popular, de la tradición, de Dios-Alá, de tolerancia, de la llegada de árabes que influyen en las gentes sencillas y las radicalizan, de mujeres sobre cuyas espaldas recae el peso y la pena de una guerra. De un país ultrajado y unido.
De un país que años después viviría tiempos de paz y aparente estabilidad, de apertura y medidas liberales… hasta que occidente volvió a darle la espalda y el horror talibán dejó de encontrar contrapeso y hundió el país y la vida de sus gentes quién sabe por cuánto tiempo.
Este libro es un libro necesario, un diario escrito a modo de cartas por Masood Khalili a su esposa, según se extasía con la belleza de las cordilleras, ríos torrenciales y valles afganos pero también según añora tiempos mejores, cuando respiraban libertad, cuando se casaron pobres en Manhattan, cuando tenía cerca a sus hijos sin temor de morir en cualquier momento.
Una oportunidad para conocer un poco de ese precioso país, olvidado y desgraciadamente opaco y hundido que es Afganistán. Un cariñoso recuerdo a sus gentes, sus mujeres y hombres que cualquier día podrían ser ucranianos o nosotros.
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