Tengo un dolor de riñones
Es de tanto segar, Paco.
No me jodas, ya no sé ni con qué mano se hacía.
El cuarto es delgadillo,
pantalón gris de tergal y camisa blanca,
camina en silencio.
Tiene una calva bien dibujada,
la calva y el cráneo,
un apósito blanco le sube desde
lo alto de la nuca hasta la coronilla.
En el banco de delante
una pareja joven,
gorra, coulot y zapatillas adidas ella,
él, estrafalario y colorido.
Apenas veo más en él.
Sonríen mirándome
cuando hablo con un bodeguero
al que la dana ha arruinado la vendimia,
agradece mi llamada.
Aburrido esperando una tarde más
a mi hija que lucha
por recuperar su rodilla.
Leo un ensayo humanista
y un libro de relatos sucios mexicanos.
El otro día un tipo con un chándal
me abordó en el parque,
yo sentado como hoy,
él sobrevolando hasta llegar a mí
y decirme señor señor,
hablaba con el altavoz conectado y así seguí
obviándole como si
fueran cuestiones esenciales.
El sardinilla pasó de largo
y más allá de unos arbustos giró
como los cazas de las películas,
limpiamente contra las nubes
para lanzarse en picado hacia mí.
Esa tarde pensé en ir al abogado con mi madre,
en el parque de este barrio trabajador
mi camisa azul de pico de gallo
hecha a medida
le llamó la atención desde lejos,
me levanté y caminé alegremente
hacia el aparcamiento,
ya cerca de la avenida, el ruido,
los coches y los paseantes.
Se puso en paralelo y repitió señor señor.
Estoy hablando por teléfono, contesté
todo lo ariscamente que la supuesta educación permite.
El tipo hizo amago de continuar caminando
junto a mí
hasta que la conversación acabara
tres años después.
Debió ver que iba a deambular por el centro de la avenida toda la tarde
y aceleró,
caminó,
cruzó la calle
sin buscar semáforo ni paso de cebra.
Caminó por la otra acera
y se perdió en una esquina.
Tal vez sólo pedía un euro,
tal vez establecer contacto,
no me habría hecho ver la navaja.
Tal vez.
Tal vez yo no tengo prejuicios,
soy un hombre viajado.
Tal vez.
Esto se va al carajo.
Tal vez.