Hoy comenzamos una nueva sección / disección de canciones, propuesta por Diana Benayas -que nos ha escrito a través del email de contacto en web- y nos propone lo siguiente :
“Utilizar una canción como hilo conductor para responder a preguntas que me corroen el cerebro. ¿Qué precio se paga por ser uno mismo? ¿Qué se espera de mí? ¿Puede uno volver a empezar? La soledad, la escritura y la belleza son temas que desmenuzo hasta responder a cada una de estas y otras preguntas”.
Nos ha regalado esta deslumbrante visión de la soledad… y de la inmensa “Enjoy the silence”, esa canción imborrable del fantástico álbum “Violator”, de 1990.
Disfrutadlo, merece la pena, vamos a por 2023.
J. Félix González-Encabo, Profesor Jonk
Inciso: Antes de presentar la canción que normalmente me sirve de introducción al tema, quería hacer un prólogo sobre la razón de estos artículos. Surgieron de la necesidad de contestar a las preguntas que nacen en mi cerebro, se instalan ahí y comienzan a taladrar como un niño en los viajes de cinco horas a la playa. Esas preguntas no me dejan en paz hasta que les doy forma. A medida que me documento y escribo, me voy respondiendo sola. La mayoría de las veces, me sorprendo llegando a raíces que ni sabía que existían cuando empecé. Siempre concluyo el artículo con la sensación de conocerme algo más. Pero sobre el tema de hoy, ya tengo una opinión formada. La soledad es algo que trato de comprender desde siempre, desde bien pequeña cuando la profe le dijo a mi madre que algunas veces jugaba sola en el patio. Mi madre, medio preocupada, medio sabiendo (porque me conocía) me preguntó si las niñas no querían jugar conmigo. Por lo visto yo respondí sin grandes aspavientos: «Yo no quiero jugar con ellas». No es que no tuviera amigas. Es que había días en los que necesitaba estar sola. Amo la soledad y la comprendo. Y ella, a cambio, me cuida. Esta vez, escribo desde el conocimiento y con una idea preconcebida y, por eso mismo, me temo que será más personal. Escribir tiene un poder arcano que me conecta con la parte más recóndita, así que nunca se sabe. Esto no es una apología de la soledad; es un hilo sobre la incomprensión acerca de ella del que tiro sin saber a dónde me lleva. Vamos allá.
Martin Gore, verdadero líder de Depeche Mode, compuso esta canción en forma de balada (utilizando únicamente un armonio y su voz) inspirándose en los silencios que existen entre nota y nota. Esas pausas son las que marcan la melodía de una canción. También son las que marcan el ritmo de nuestras vidas. Después, le añadió frases inconexas para darle fondo y la presentó a la banda. Alan Wilder, cuarto miembro, propuso aumentar la velocidad con un ritmo dance. Gore se aferró a su creación (aquí podéis ver la idea original) tanto como pudo. Finalmente, tuvo que claudicar al entender que estaban ante un éxito indiscutible. El tiempo les dio la razón.

Aunque Enjoy de Silence no habla de nada (y por eso mismo habla de todo), la búsqueda de la soledad es patente. En el vídeo del artista gráfico Anton Corbijn podemos ver a Dave Gaham perseguirla infatigable y sentir, a pesar del ritmo de sintetizadores, cómo la balada tétrica lo impregna todo. Esta canción me ha acompañado toda mi vida. He paladeado la frase «Words are very unnecessary» una y otra vez porque también irrumpen con estruendo en mi pequeño mundo. Las preguntas que me hago hoy son: ¿Cuál es la diferencia entre estar solo y sentirse solo? ¿La introversión y la soledad están relacionadas? ¿Están ambas penadas?
Hay personas que miran hacia fuera buscando estímulos, vivencias, comunicación, conexión. Otras, miran hacia dentro; les interesa el interior del alma y llegan a convertirse en misántropos al despreciar la sociedad como ente abstracto despojado de ese alma que les gusta estudiar y analizar. El funcionamiento de la psique y su repercusión en los sentimientos me ha fascinado siempre. Poco me importa saber cuál fue el primer registro fósil de la Historia, pero me apasionan las características de un psicópata integrado, por ejemplo. Supongo que por eso soy escritora. Es una de las mejores formas de adentrarse en el alma y fisgonear un poco. En esta búsqueda, me encuentro a menudo con cierta incomprensión con el que busca la soledad, sin saber que puede ser un bien necesario para ciertos tipos de personalidad. En los años veinte, Jung fue el primero en dividir a las personas entre introvertidos y extrovertidos. A pesar de que las teorías del psiquiatra suizo han podido quedar obsoletas, la psicología sigue profundizando en esta premisa. Recientemente, también la medicina. Los neurólogos han descubierto la principal diferencia entre unos y otros: la forma de obtener su energía. Para el extrovertido, los estímulos externos representan un aliciente y eso hace que segregue dopamina, hormona encargada de los procesos de asociación, aprendizaje y bienestar. Por tanto, les hacen sentir enérgicos. Esa misma interacción desgasta a los introvertidos. Los estímulos externos, lejos de ser un aliciente, representan un problema. Su cerebro debe, por tanto, hacer acopio de una gran cantidad de energía segregando cortisol, hormona del estrés, hasta que dicho problema desaparece. Cuando un extrovertido pasa tiempo sin relacionarse se va marchitando y apagando. De pronto, suena el teléfono y responde con un alegre: «¿Diga?». En cambio, el introvertido que ha pasado un tiempo socializando, queda agotado y necesita retirarse a su rincón a recargar las pilas. Unos no son dependientes ni los otros huraños. Ninguno de los dos debe sentirse culpable por ser como es. Tienen, sencillamente, formas diferentes de afrontar el mundo. El mundo parece, a priori, estar hecho para extrovertidos. Viajes, reuniones de trabajo, grupos de WhatsApp. Incluso para desarrollar una labor artística se pide ser activo en RRSS (breve inciso para destacar que Twitter parece un buen refugio de introvertidos, que suelen apreciar más la comunicación parapetada tras las palabras que mostrarse en imágenes). Los introvertidos parecen a menudo antisociales, tímidos o directamente prepotentes. Y no es que carezcan de habilidades sociales necesariamente, es que las desarrollan de forma diferente. Usan ritmos más pausados y en menor cantidad; fijan el foco, a diferencia de los extrovertidos que tienden a ampliar el círculo. Desde esta perspectiva, es fácil comprender por qué la soledad no sólo no es reprochable, sino que es beneficiosa (e incluso necesaria) para este tipo de personas.
Cuando se censura o (lo que es peor) se compadece la soledad, damos por hecho que siempre es obligada o impuesta. Para explicar por qué esto no es así, vamos a diferenciar la soledad del aislamiento. La soledad no buscada es un problema grave que llega a dañar la salud mental y física a largo plazo. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Harvard con la Dra. Nacy Donovan al frente, encontró relación entre el sentimiento de soledad y la acumulación de amiloides en el cerebro, principal inductor del alzhéimer. No olvidemos tampoco que una persona rodeada de gente puede sentirse sola derivando, en algunos casos, a trastornos de ansiedad o depresión. Dentro de esta soledad impuesta, el autor Robert Weiss estableció la diferencia entre soledad social, que es un sentimiento de marginalidad por no sentirse aceptado, y soledad emocional, relacionada con el anhelo de compartir tu vida con otra persona (un gran ejemplo de esta última sería la película de Spike Jonze «Her»). Ese tipo de sentimientos son consecuencia de nuestra propia percepción de las relaciones y las necesidades de cada uno, no de la soledad en sí misma. El aislamiento voluntario, en cambio, no tiene connotaciones negativas. Aparte de las razones ya mencionadas sobre las personas introvertidas y su forma de obtener energía, el aislamiento trae otros beneficios. Nietzsche (que murió terriblemente solo dentro de su mente por culpa de la sífilis) medía el valor de cada individuo por la cantidad de soledad que pudiera soportar. Defendía el aislamiento como exigencia para desarrollar los pensamientos. Plasmó el poder curativo y redentor de la soledad en su trasunto Zaratustra, que permaneció en la montaña durante diez años y, una vez adquirido conocimiento, tuvo la necesidad de bajar para mezclarse con el pueblo. Se explica así, que la soledad deriva, antes o después, en la búsqueda de compañía. La diferencia es la cantidad de soledad que uno pueda soportar. Alimentar la mente en el silencio se antoja no sólo útil entonces, sino casi necesario en un tiempo en el que todo va tan deprisa. «El ruido mata los pensamientos», afirmó el filósofo. Esas pausas de las que habla la canción de Martin Gore, en mayor o menor medida, ayudan a asentar el espíritu y calmar la mente.
Hay personas que son capaces de hacernos la vida más soportable, pero a algunos nos resulta complicado encontrar a las que compensen dejar nuestra preciada soledad. Pero el fin último de alimentarse a uno mismo es retroalimentar a los demás, así que la soledad puede verse como un viaje de ida y vuelta. Una vez leí en ese pozo de sabiduría y basura a partes iguales que es Twitter: «El mundo sigue sin gustarme, pero la vida me parece irresistible». Representa una persistente idea de que el alma humana (la vida de cada uno) es apasionante, aunque no así el entorno en que la vive. La soledad puede, en algunos casos, acercarnos más a lo que tenemos en nuestro interior y que es maravilloso. El diseñador Koenig inventó la palabra Sonder para definir «la percepción de que cada persona tiene una vida tan compleja e importante como la tuya». Al fin y al cabo, todo se reduce a la empatía. Sin ella nunca entenderemos al solitario, lo compadeceremos y trataremos de remediar su mal cuando éste ni siquiera existe. Así que sí, es diferente estar solo que sentirse solo. La soledad es tan perjudicial para una persona necesitada de compañía, como la ausencia de la misma para alguien que quiere estar solo. Podemos sentirnos más o menos solos, podemos percibirlo como un estado pasajero o permanente, podemos amarlo o evitarlo. Cada uno se enfrenta a la soledad como la siente y en eso nadie tiene que opinar.
Sólo estoy segura de una cosa: es necesario disfrutar del silencio.