El amor humano de Federico

Federico García Lorca - El amor humano de Lorca - profesorjonk

Cuántos Lorcas en la figura del poeta granadino se nos aparecen. Porque todos somos muchos. Y Lorca era un ser complejo, de múltiples aristas, en el que la alegría y la fiesta de su persona parecían ocultar al hombre de la angustia existencial, al “asesinado por el cielo”, de su poema Vuelta de paseo, de Poeta en Nueva York. Yo amaba a todos ellos, desde niño, sin entender aún al sombrío, al “caído”, al hombre que, aunque sepa los caminos, no llegará nunca al amor. Aunque mi bautismo poético fue con Miguel Hernández y su Rayo que no cesa, Lorca fue, desde muy pronto, el hermano al que escuchaba las canciones en la radio de mi padre: anda, jaleo, jaleo, el romance sonámbulo, la casada infiel.  

Hay el Lorca que denuncia la injusticia de los poderosos, del capitalismo, y la connivencia e intolerancia de la iglesia católica (Grito hacia Roma, de su Poeta en Nueva York). Federico siempre estuvo al lado de las razas malditas (gitanos, negros, judíos) y combatió la injusticia social desde sus versos y desde la calle. Ahí está La Barraca, su ambicioso proyecto de llevar el teatro de los clásicos al pueblo. Y tuvo por única bandera la libertad:

¡Que no baile el Papa!

¡No, que no baile el Papa!

Ni el Rey;

ni el millonario de dientes azules,

ni las bailarinas secas de las catedrales,

ni constructores, ni esmeraldas, ni locos ni sodomitas.

Pero el hombre vestido de blanco

ignora el misterio de la espiga,

ignora el gemido de la parturienta,

ignora que Cristo puede dar agua todavía,

Como muchos alumnos de mi generación, yo crecí con la imagen de un Lorca falseado por la dictadura, cuando ésta llegaba a su fin e interesaba ofrecer a un Lorca folclorista, verbenero, el poeta del Romancero Gitano. Lorca llegó a odiar su “gitanismo”, mal entendido por la crítica y por muchos de sus lectores.

Y esta angustia mía,

para hacerla viva,

he de decorarla

con rojas sonrisas.

Pero hay un Lorca alejado de la alegría que lo confunde, a nuestros ojos; un alma en los brazos de la angustia y la libertad. Un Lorca maldito, en palabras de Francisco Umbral. Hablo de su yo profundo, más allá del social aceptado en su época. Incluso las únicas imágenes de video de Lorca nos lo muestran en la sonrisa entusiasta de los tiempos de La Barraca. Puede que ningún otro amigo personal del poeta supiera verlo en las horas sombrías, esas que Vicente Aleixandre, en su libro Los encuentros, nos deja ver con palabras memorables sobre el granadino:

<<Yo le he visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esta sabiduría que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, que “antiguo”, qué fabuloso y mítico!>> Y más adelante, proclama: <<Ardiente en sus deseos, como un ser nacido para la libertad.>>

No, no. Yo no pregunto, yo deseo.

Voz mía libertada que me lames las manos.

Me gustaría traer aquí al Lorca más íntimo, más desnudo, más doliente, ese que venía ya con tres heridas, como el famoso poema de Miguel Hernández. Es el poeta que canta a la infancia perdida, a la pureza de su niñez en la vega de Granada, del poema 1910 (Intermedio), “Aquellos ojos míos de mil novecientos diez/no vieron enterrar a los muertos.”, a su “voz antigua” del Poema Doble del Lago Eden:

¡Ay voz antigua de mi amor!

¡Ay voz de mi verdad!

¡Ay voz de mi abierto costado,

cuando todas las rosas manaban de mi lengua

y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!

El poeta que en estos versos pide su amor humano y que sólo quiere decir su verdad de hombre de sangre:

Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,

quiero mi libertad, mi amor humano

en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.

Y es el hombre que pasea solo por las calles de Nueva York, con el desgarrón afectivo del desamor, con la tragedia íntima de la diferencia, viviendo su homosexualidad abiertamente, sin tener que esconderla, como en España, en casa de amigos, el ejemplo de Aleixandre, o velarla ante su familia.

Cuesta admitir, con el hígado y todas las neuronas, que un ser no pueda expresar su íntimo desahogo con la vida y el mundo. Que unos pocos, esos que acusan y llevan a la hoguera del menosprecio, de la burla interesada, de la autoafirmación de una masculinidad de caverna, puedan silenciar de golpe el derecho a ser distinto y bueno y noble y sagrado. Por eso, hoy recuerdo ese verso de Federico, que la vida no es noble, ni buena, ni sagrada. El hombre que, como el niño, quería estar, en el último banco:

Quiero llorar porque me da la gana,

como lloran los niños del último banco,

porque yo no soy un poeta, ni un hombre, ni una hoja,

pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado.

Podemos convenir que, a su regreso de Nueva York, Lorca ha cambiado. Como dice Aleixandre, no es un ave llena de colorido, sino <<con un corazón apasionado, y una capacidad de amor y de sufrimiento que ennoblecía cada día más aquella noble frente. Amó mucho, cualidad que algunos superficiales le negaron. Y sufrió por amor, lo que probablemente nadie supo. Recordaré siempre la lectura que me hizo, tiempo antes de partir para Granada, de su última obra lírica, que no habíamos de ver terminada. Me leía sus Sonetos del amor oscuro, prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor, en que la primera materia de la carne, el corazón, el alma del poeta en trance de destrucción.>>

Contrapunto del Federico “exteriorizante” y “luminoso”, había un ser que pocos habían visto: <<Pero yo gusto a veces de evocar a solas otro Federico,(…): al noble Federico de la tristeza, al hombre de la soledad y pasión que en el vértigo de su vida de triunfo difícilmente podía adivinarse. (…) ¿Qué te duele, hijo?, parecía preguntarle la luna. “Me duele la tierra, la tierra y los hombres, la carne y el alma humana, la mía y la de los demás, que son uno conmigo”. Y añade: “Su corazón no era ciertamente alegre.” “Era capaz de toda la alegría del Universo: pero su sima profunda, como la de todo gran poeta, no era la de la alegría.>>

Si Lorca era una fiesta en la Residencia de Estudiantes, también es verdad que se quedaba solo mientras sus amigos, entre ellos, Buñuel y Dalí, se pierden en la noche madrileña. Son famosas sus bromas, cómo representaba su entierro en su cuarto, y hasta Dalí le pinta un dibujo de su funeral. Lorca era siempre el centro en cualquier reunión social y lo fue a lo largo de sus treinta ocho años, tocando al piano, recitando, imitando, un hombre con plurales dones, y gestó también una falsa apariencia de diletante, de showman. Sí, Federico era la Fiesta.

Retrato de Federico García Lorca y Salvador Dalí - El amor humano de Lorca - profesorjonk
Salvador Dalí y Federico García Lorca, la Residencia de Estudiantes y los círculos virtuosos

Pero hay un Lorca, insisto, menos conocido, que se asoma a otros altos barandales, desde donde canta su misterio, su tragicismo, su sabor de vida y de muerte. Porque Federico también es un poeta, sobre todo, de la muerte, desde sus primeros libros y su teatro, que va metiéndose en su poesía hasta su último poemario, Diván del Tamarit. Se ha dicho que éste es un libro de amor -su primer libro amoroso-, en un poeta fuertemente erótico, y así, nos habla de amor en las Gacelas, pero se va transformando en un libro de muerte. Sólo hay que empezar a leer las Casidas. En Casida de la mano imposible, pide una mano amiga, aunque pase mil noches sin lecho, una mano para tener un ala de su muerte. Y en Casida de los ramos, encontramos ese coro de velados niños que esperan la muerte del poeta:

Por las arboledas del Tamarit

han venido los perros de plomo

a esperar que se caigan los ramos

a esperar que se caigan ellos solos.

(…)

Por las arboledas del Tamarit

Hay muchos niños de velado rostro

a esperar que se caigan mis ramos

a esperar que se quiebren ellos solos.

Poeta de la muerte, del erotismo cósmico, telúrico, y del amor. Tal vez son sus Sonetos del amor oscuro, el testimonio más hermoso de un hombre que quiso vivir su libertad y su homosexualidad en duelo de mordiscos y azucenas. Puro y ardiente monumento al amor, como había dicho Aleixandre. No me resisto a recorrer algunos de esos once sonetos en versos ya memorables:

La urgencia amorosa, pasión hecha en el Soneto de la girnalda de rosas:

Pero ¡pronto! Que unidos, enlazados,

boca rota de amor y alma mordida,

el tiempo nos encuentre destrozados.

El temor a perder al ser amado en Soneto de la dulce queja:

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua y el acento

que me pone de noche en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento.

Con eco de San Juan de la Cruz en El poeta pide a su amor que le escriba:

Llena, pues, de palabras mi locura

O déjame vivir en mi serena

noche del alma para siempre oscura.

La única verdad del amor, que es eterno mientras arde, en El poeta dice la verdad:

Que no se acabe nunca la madeja

Del te quiero me quieres, siempre ardida

Con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pide

Será para la muerte, que no deja

Ni sombre por la carne estremecida.

                                                                     ———

Este Federico íntimo, tan sol y luna al mismo tiempo, tan visceralmente raíz amarga, este nieto de Verlaine y Baudelaire y los poetas malditos, fue acallado porque no se aguantaba su voz. Sí sabían, perfectamente, más allá de las rencillas y envidias entre familias de la vega granadina, de su apoyo indiscutido a la causa republicana (en la denuncia fue acusado de espía ruso), de su homosexualidad, de su fama internacional, que estaban silenciando la voz de la libertad, del progreso de un país, de la cultura como única arma en manos del pueblo.

A las cinco de la tarde de un 16 de agosto fueron a buscarlo. Nadie, ni los Rosales, ni Manuel de Falla, pudieron hacer nada. Como cuenta Ian Gibson en su biografía, hoy resuena en mí, y en estas fechas, aquella frase miserable de Juan Luis Trescastro, el compinche de Ramón Ruiz Alonso, que anunció en la mañana del 18 de agosto, en voz alta, para que todos los presentes le oyesen, en el bar Pasaje: “Acabamos de matar a Federico García Lorca. Yo le metí dos tiros en el culo por maricón”.

Que la vida no es noble, ni buena, ni sagrada, había cantado el poeta. Y sin embargo, cómo nos creces, cada día, Federico, en todo el mundo, con tu voz de ruiseñor perseguido.


Artículo de Miguel Ángel Manrique, descubre su poesía en Profesor Jonk – Miguel A. Manrique