A los veinte años dormía bajo una sábana,
a veces el colchón estaba en alto
y a veces era la oscura balsa en el suelo
pero la sábana en el techo siempre decía nevermind.
Entonces teníamos padres como emperadores
a los que matar,
padres que nos herían con su ejemplo
y abnegación,
padres que esperaban obstinados
con el miedo a que nos disparásemos en el pie.
Entonces teníamos sueños grandes
pero no salíamos a buscar caminos,
sólo el ojo de buey de la ventana
abierta al mundo,
el ojo de buey
de los vinilos
y las hojas de las novelas
que paseábamos por la calle…
como si ellas siguieran mirando lo que lees!
Entonces éramos dulcemente cretinos
y las mujeres nos herían
y la sábana en el techo decía nevermind.
Entonces no sabíamos imaginar
cómo seríamos de viejos
y nos daba vértigo pensar en el momento
en que asumes las cicatrices y las haces tuyas,
entonces todo eran camisetas de rayas
y chaquetas tres cuartos de ante y cuero
y vaqueros negros
y zapatillas y bermudas tipo Cornell
y hombros cargados acodados a la barra
y mujeres a las que adorar cuando nos dejan
pero la sábana en el techo decía nevermind.