Cuestionario Proust 1.0: Agustín Fernández Mallo

 

Proseguimos con nuestra serie de entrevistas/cuestionarios con diferentes personajes del mundo de la cultura.

Para ello nos basaremos en el cuestionario que realizó Marcel Proust y que grandes personajes de la historia han contestado, desde Oscar Wilde a David Bowie. Nos hemos permitido la licencia, perdón por el sacrilegio, de pasar algunas preguntas por la chapa y pintura del siglo XXI, aunque la mayoría siguen siendo exactamente igual que las ideadas por el escritor de la famosa magdalena.

 Que si Generación Nocilla, Generación Mutante, Afterpop, Patrulla X o Comando G, lo mismo nos da. Llámenlo como deseen, no sé si con el beneplácito o no de los miembros incluidos, pero al final lo que queda es el talento y su obra. Y nuestro protagonista de hoy puede presumir en ambos casos sin tener que sonrojarse, mientras enciende un cigarro contemplando una constelación formada por campos de radiación multicolor (no sé si existe tal cosa, pero no jodamos una imagen tan Denis Villenueve).

 En 1967, en la ciudad donde Hércules derrotó al tirano Gerión, nace Agustín Fernández Mallo.  Lo imaginamos, ya desde pequeño, comprobando diversas teorías científicas con su recién adquirido Quimicefa. Estos juegos le llevarían sin saberlo, años después, a adquirir una licenciatura en Ciencias Físicas. Pero el arte en todas sus formas también estuvo presente, ya fuera con una escoba frente al espejo interpretando una canción de The Stooges, rodando con su super cinexín una versión casera de Los 5.000 dedos del Dr. T o escribiendo en un cuaderno de escritura tipo carta de Enri (con el mapa de España en la tapa trasera) su particular homenaje de Final del juego de Cortázar.

 No es común, desde luego, encontrarte con escritores que sean, a su vez, científicos. Tampoco conozco muchos científicos. Ni escritores. Pero seguro que no es común. Y esto se deja ver en su concepción literaria que le ha llevado a ser uno de los puntales en la regeneración de la narrativa de nuestro país. Una batidora donde mezcla, con un manejo del lenguaje endiablado, quarks y leptones con Borges, el cine americano, la cultura Pop y Punk y el jamón ibérico de pata negra.

  Como poeta, a él debemos el término poesía postpoética que, años después, en 2009, desarrollaría en el ensayo Postpoesía: hacia un nuevo paradigma. Un mapa del tesoro donde encontrar las diferentes conexiones entre el arte y las ciencias y un claro aviso a la necesidad de la poseía nacional de tomar el pulso al presente si no quería entrar a formar parte de la lista de especies en extinción.

 Sus poemarios son el resultado y respuesta, desde Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, Creta lateral Tavelling o Carne de píxel.

“Sentarse a observar cómo el amarre de una barca se rompe, verla reducirse a lo lejos, y no hacer nada mientras son tus dedos los que se trenzan. Ya digo, y no hacer nada, me dijo el monigote de la puerta W.C.”

Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus.

En 2006, a partir de las fragmentaciones de una nebulosa creada en junio del 2004, tras ser atropellado por una motocicleta en Tailandia y obligado a permanecer en la cama del hotel durante 25 días a base de analgésicos, televisión y lecturas varias, nace, tras alcanzar 10 millones de grados, une nueva estrella en el firmamento literario nacional, Nocilla Dream (Candaya). Un viaje conceptual, que tendría tres actos (Nocilla Experience en 2008 y Nocilla lab en 2009), donde somos testigos directos de la búsqueda del autor por reordenar y dar forma a una voz literaria en constante evolución. Y es que el disco duro de Agustín Fernández Mallo es un pozo sin fondo. Utiliza toda la información y conocimientos como munición que descarga en cortas ráfagas de trayectorias imposibles. Un territorio donde la realidad y la ficción permutan constantemente sin saber cuándo entramos o salimos de la fase R.E.M.  Entrar en sus páginas equivale a llevar un Seat  124 sport a 200 kilómetro por hora, con Siniestro Total sonando a todo volumen, mientras nos desviamos de la autopista para coger la Carretera Perdida de David Lynch. El paisaje es difícilmente descriptible. Quizás las respuestas estén en los párrafos no escritos que nuestro cerebro completa. Quizás simplemente hay que dejarse llevar. Cuando finalmente pisas el freno sólo queda una cosa clara. Nunca habríamos llegado al final de ese acantilado.

 Su siguiente novela, Limbo (2014, Alfaguara), supuso un nuevo paso adelante, sin renunciar al camino ya recorrido. Agustín Fernández Mallo nos habla de la soledad, la pareja, el miedo o la muerte optando por una narrativa más tradicional (engañosamente) desde la que seguir explorando bajo la superficie del ser humano. Una vez más nos enfrentamos a una lectura que exige al lector, nunca a través de la intimidación, su colaboración.

  En 2018 llegaría la que, hasta hoy, es su última novela, Trilogía de la guerra (Seix Barral). Fue galardonado con el Premio Biblioteca Breve y The New York Times lo seleccionó como uno de los mejores libros de ficción del año.  Estamos ante su obra más ambiciosa, donde su poética alcanza las cotas más altas creando un artefacto absolutamente perfecto. Tres lugares heridos por la sombra de la guerra, la Isla gallega de San Simón, Nueva York (con Vietnam de trasfondo) y las playas de Normandía, donde los vivos y los muertos comparten espacio en el presente y en el pasado. El autor encuentra en las ruinas el verdadero significado de la historia en mayúsculas y minúsculas.

 Agustín Fernández Mallo es, a su vez, un ensayista majestuoso, como lo demuestra el anteriormente mencionado Postpoesía: hacia un nuevo paradigma y Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad). Y sorprendente es la deconstrucción de su amado Borges con El hacedor (de Borges), Remake (Alfaguara 2011).

 En noviembre del año pasado llegó a las librerías su nueva apuesta, junto a Bernardí Roig y Fernando Castro Flórez, Wittgenstein, arquitecto (Galaxia Gutenberg).  Un libro-objeto donde descienden a tres manos a las cuevas inexploradas del cerebro del filósofo. En el verano de 2017, Agustín Fernández Mallo escaló, trazando una estricta línea recta, la pared que une el fiordo de Skjolde (Noruega) con la cabaña que en 1914 el filósofo construyó. Fue en este lugar donde concibió Tractatus, uno de los libros de filosofía más importantes del siglo XX. Esta experiencia detonaría, junto a la de sus compañeros de aventura en la otra casa de Wittgenstein, la creación de esta obra de arte. Esta caja de pandora se completa con la banda sonora de Juan Feliu, donde adapta el Concierto para la mano izquierda de Ravel (a Paul Wittgenntein) y las cinco películas de las acciones artísticas llevadas a cabo.

 Por último, mencionar a Revinientes, el proyecto doméstico y sonoro que forma junto a Pilar Rubí. Música conceptual arropada por unas prodigiosas letras/poemas que no dejarán a nadie indiferente.

 Y una vez recorrido su mapa estelar, donde nos dejamos tantas cosas por contar, @profesorjonk/J. Félix González-Encabo y @jdiazdeceriojackson lanzan al espacio estas preguntas.

Pregunta poco original pero casi obligatoria en estos tiempos, ¿cómo está viviendo la pandemia tanto a nivel personal como creativo? ¿Son tiempos más para la ficción, el ensayo o la poesía?

Bueno, no ha variado mucho mi cotidianidad. Quienes escribimos, de algún modo estamos siempre confinados. Está claro que no es lo mismo, pero te adaptas más fácilmente que otras personas. Lo que sí ha cambiado es la cancelación de los viajes, ahora todo es vía pantallas, pero como no me gusta viajar, pues no me molesta tanto. Aunque hay que reconocer que viajar te permite interactuar con la realidad de un modo muy particular, que nutre las ficciones. Estoy escribiendo de todo, novela, poesía y ensayo. Por ejemplo, durante el confinamiento estricto del año pasado escribí un breve ensayo, La mirada imposible, que será publicado en marzo por la editorial Wunderkammer.   

¿Cuál es su manera de trabajar? ¿Las ideas surgen de forma natural y directa o necesita masticarlas en su cabeza y que maduren antes de desarrollarlas?

Aparece una idea en modo de metáfora, que es como un horizonte hacia el que de algún modo comprendes que has de ir, no sabes por qué, ni qué te encontrarás allí, pero has de ir. Y todo eso dejo que madure en mi cabeza, sin escribirlo, hasta que llega un momento y sin mucha idea de los detalles ni qué caminos tomar me pongo a escribir. Al llegar al final te das cuenta de que nada de lo que creías que iba a ocurrir, ocurrió, pero sí otras cosas, y eso es lo bueno.

¿Se siente forzado a experimentar en la ficción o es algo no meditado que surge inconscientemente?

No, es algo inconsciente, eso pertenece al carácter de cada cual, y se hace sin propósito determinado y sin darte demasiada cuenta. Si te empeñas en experimentar y en hacer algo nuevo porque sí, probablemente no harás nada de todo eso. Las cosas han se aparecer de modo natural, acordes con tu cultura, tus intereses más profundos y tus emociones, con tu ámbito simbólico, doméstico y físico

¿Cómo llega al punto, durante el proceso de creación, en el que da por finalizado un trabajo? ¿Normalmente acaba satisfecho del resultado o siempre acaban apareciendo pequeñas grietas que uno desearía haber cubierto?

Llegas al final cuando el texto que estás escribiendo ya no te dice nada nuevo, cuando te das cuenta de que ni él conversa contigo ni tú con él. Es algo tan natural como cuando quedas con un amigo para tomar algo y llega un momento en el que se siente que la reunión ha terminado y que cada uno ha de regresar a su casa. En mi caso, me gusta dejar cosas que ni yo mismo entiendo desde un plano estrictamente racional pero en las que creo que hay verdad profunda en el plano metafórico, algo que le puede dar al lector la apetencia de completarlo o incluso continuarlo. Como por ejemplo ocurre de un modo muy claro en mi última novela, Trilogía de la guerra (Seix barral)

¿A qué tipo de público se dirige Fernández Mallo?

A ninguno en particular, tengo lectores de toda clase de culturas y edades, tanto en el ámbito hispano como en otras lenguas. Supongo que eso es bueno.   

¿Por qué se sigue diferenciando la cultura entre alta y baja? ¿Está de acuerdo con esta distinción?

Porque en cierto modo son diferentes. Esto lo abordo detalladamente en mi último ensayo, Teoría general de la basura (Galaxia Gutenberg). Lo importante no es que exista o no exista la baja y alta cultura sino que todos los productos culturales que han perdurado y que perdurarán son los que ponen en diálogo ambos polos, lo popular y lo culto. Es ese intercambio de materiales y símbolos lo que hace grande a una obra. Si una obra parte de lo popular y no sale de ahí tendremos algo que se diluirá; es a lo que llamamos moda o vacuo folclore. Si una obra parte de lo culto y no sale de ahí, tendremos lo que llamamos la erudición académica, que tampoco tiene demasiado interés para la sociedad en general.  Lo interesante es poner en contacto ambos extremos, así hizo Freud, Marx, Duchamp, Lucrecio, etc. Por eso sus obras se releen y se reinterpretan, de algún modo siempre son actuales. 

¿Es la inmediatez enemiga de la cultura?

No necesariamente, cada cultura y obra tiene su tempo.   

¿Es la añoranza de la juventud analógica un acicate para crear o un suicidio lento en sí mismo?

No sé, la nostalgia siempre es mala, ese querer estar allí a donde es ya imposible regresar, y eso no te deja avanzar. Mi mentalidad ante las cosas es moderna en el sentido de arriesgar e ir hacia delante. Ni siquiera me detengo a pensar en mis supuestos éxitos, pues en ese caso me quedaría atrapado en una nefasta espiral de nostálgica autocomplacencia. 

¿Principal rasgo de tu carácter?

La curiosidad.

¿Qué cualidad aprecias más en un hombre?

El mismo que en una mujer, la honestidad.

¿Y en una mujer?

El mismo que en un hombre, la honestidad.

¿Qué esperas de tus amigos?

Fidelidad, por supuesto.

¿Tu principal defecto?

La impaciencia.

¿Tu ocupación favorita?

Escribir acerca de ideas que me emocionan.

¿Tu ideal de felicidad?

Ver la televisión.

¿Cuál sería tu mayor desgracia?

Quedarme sin televisión.

¿Qué te gustaría ser?

Lo que soy y lo que seré, que no sé qué será pero seguro que me gusta. Me conformo con lo que tengo, me adapto al entorno. En todo lugar, del barro puedes hacer oro.

¿En qué país desearías vivir?

En el que ya vivo, el mío propio, que es suma de todos los lugares del mundo en los que he estado. 

¿Tu color favorito?

Ninguno en especial. Pero sí sé el que menos me gusta, el rojo.

¿La flor que más le gusta?

Ninguna flor me gusta, ni ninguna planta.  

¿El pájaro que prefieres?

Creo que todos, me chiflan.

¿Tus autores favoritos en prosa?

Uff, no sé, cientos: Borges, Marguerite Duras, Thomas Bernhard, Don DeLillo…

¿Tus poetas?

También multitud: Valente, Pizarnik, Lezama Lima, y todo así. 

¿Un héroe de ficción?

Ninguno, nunca me ha atraído toda esa patraña de la heroicidad.

¿Una heroína?

Ídem, ninguna.  

¿Tu músico favorit@?

Entre otros muchos, David Bowie, Tom Waits, Björk, etc

¿Tu pintor preferid@?

No hay uno en particular, pongamos Turner.

¿La película de tu vida?

Diré dos: Annie Hall y Carretera Perdida.

¿Tu héroe/heroína de la vida real?

Cualquier persona que me haga ampliar el conocimiento del mundo.

¿Tu nombre favorito?

No lo sé, pero el mío no, seguro que no.

¿Qué hábito ajeno no soportas?

Por ejemplo chasquear los dientes.

¿Qué es lo que más detestas?

Aparte de los así llamados “libros de autoayuda”, la mentira con fines lucrativos.

¿Una figura histórica que te ponga mal cuerpo?

Cualquier predicador o predicadora, toda esa gente que, falsamente humilde, se cree tan virtuosa como para conducir a un rebaño.

¿Qué virtud desearías poseer?

La templanza, sin duda.

¿Cómo te gustaría morir?

Sabiendo, siendo consciente, de que me estoy muriendo, sólo así creo que podría valorar lo vivido. 

¿Cuál es el estado más común de tu ánimo?

Una clase de emoción y reto que no sé cómo se llama, pero que aparece cuando estoy ante algo que no entiendo. 

¿Qué defectos te inspiran mayor indulgencia?

La burricie.

¿Tienes una máxima?

Preocúpate por ser mejor tú mismo, que ya con eso el mundo será mucho mejor.

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