Thanks: cuento a Oxford, sus librerías y Escritores

librería Blackwell en Oxford, Javier Marías

Le sorprendió sobremanera ver abierta la librería de viejo un domingo; a fin de cuentas, no existía una combinación más mortecina y aburrida que la de Oxford y un domingo. Siempre pensó que los domingos eran unos días infames que había que dejar transcurrir y pasar de puntillas, pero es que allí alcanzaban la categoría, como escribió en algún sitio Baudelaire, de domingos desterrados al infinito.

Se acercó decididamente y optó por entrar derecho al sótano en el que había encontrado tantos tesoros a precios ridículos; nada más atravesar el vestíbulo dudó por un instante, atravesado por el súbito temor de que estuvieran haciendo inventario, concluyendo algún pedido urgente, o colocando alguna caja llena de tesoros adquirida a precio de saldo a alguna descendencia iletrada de un hombre culto…

Pero la sensación de incipiente fastidio se disipó en cuanto vio a Miss Alabaster con su inmenso Libro Mayor haciendo una de sus pulcras y prolijas anotaciones con esa letra de niña aplicada que contrastaba con su pelo gris inmaculado y siempre impecablemente alborotado, mientras Mister Alabaster contemplaba, como quien mira un plácido crepúsculo, con una mano dócil apoyada en el hombro de su mujer, la pantalla del circuito cerrado de una televisión que hacía mucho tiempo fue el último grito, el horizonte de libros que se sucedía leve e imperturbablemente por las maderas nobles de los estantes polvorientos, combados y atestados, tan solo interrumpidos por alguna escalera o cajón facilitador del acceso a algún otro horizonte aún más recóndito.

Hizo un leve ademán de saludo para no emborronar la postal de los Alabaster y atacó los dos tramos de escaleras. El sótano estaba vacío, lo que agudizó su ansia de ojeo, ya que, como compartía con tantos coleccionistas, la caza siempre era más grata e incisiva en soledad y sin visibles distracciones.

Allí se sentía pura y básicamente feliz, y su felicidad se iba haciendo plena, según iba cobrando piezas: la única edición íntegra de la traducción de los diecisiete tomos de las 1001 noches de Sir Richard Burton, capitán Burton para los amigos; los tres libritos de Arthur Machen que tanto tiempo llevaba buscando, incluida la inencontrable edición americana de Bridles and Spurs; y un par de piezas de caza menor que sirvieron de broche para completar una partida memorable.

Estaba contemplando absorto sus piezas, cuando de pronto percibió al matrimonio Alabaster a su espalda. Se giró y se puso frente a ellos sonriendo un poco ruborizado; parecían divertidos por el inocente sobresalto que le habían provocado.

Oxford es un lugar tranquilo donde nunca pasa nada más allá del discurrir ordinario de la vida, lo cual, aun siendo todo para cualquier mortal, no es digno de ser reseñable mucho más allá de ser escrutado y diseccionado por una novela de Javier Marías.

Se quedó sorprendido por las palabras de Miss Alabaster, hacía mucho tiempo que no pasaba por allí y aunque él sabía que ella sabía que era español, pensó que no le recordaría y mucho menos que le identificarían, por lo que solo acertó a sonreír algo bobaliconamente y a cabecear de un modo fallido, ante la desconcertante aparición del matrimonio, en algo que pretendía remedar a una reverencia y que hizo a los Alabaster renovar su diversión.

Se dirigieron al piso de arriba y, mientras contemplaba cómo miss Alabaster le envolvía una edición princeps de Hauntings de Vernon Lee en ese papel crudo y áspero con el que solo se envuelven libros en las librerías de viejo inglesas, atisbó como Mister Alabaster le extendía un libro y una hermosa pluma.

Era una edición de su libro Vidas Escritas, un libro que Javier había escrito hacía años en el que mezclaba biografía y ficción de hasta veintiséis escritores que le habían fascinado de un modo u otro. Se dispuso a firmar el ejemplar, cuando al buscar la página en blanco vio que estaba lleno de firmas originales de todos sus biografiados; allí se concentraban las rúbricas, algunas decididas, otras firmes, otras elegantes, otras delicadas… de Sterne, Conrad, Stevenson, Rilke, Rimbaud…

Entre aturdido y excitado miró boquiabierto a los Alabaster, triple e impasiblemente divertidos por aquella tarde para, sin saber qué decir, limitarse a rubricar el libro mirándoles casi como pidiendo perdón cuando empezó a firmar, pero sintiendo una paz y un sosiego ascendente según concluía su trazo, cada vez más seguro y decidido, que al concluir desembocó en una placentera e irrefrenable sensación de paz consigo mismo.

Se despidió de los Alabaster, salió de la librería y se sentó en un banco cercano. Encendió un cigarrillo y se puso a hojear al azar uno de los libros. De reojo miró a la librería, de la que solo quedaba una escueta placa que recordaba que había estado abierta durante 50 años hasta su cierre en el año 2000. Una placa en la que sus dueños, el matrimonio Alabaster, expresaban su gratitud con un somero “Thanks” a Todas las Almas que habían pasado por allí.


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