Las vagabundas follamos mejor
Con nuestro aliento bohemio,
Con nuestras piernas golfas,
De puerto abierto,
La corriente marina os atrae
Es cierto
Las desplazadas follamos mejor
Nos dan igual el mundo
Y los tabús de lo supuestamente correcto
Os decimos qué nos gusta
Y qué no
Todo directo
Concreto
Nos gusta que nos den por culo
Y lo admitimos
Y lo anunciamos a los cuatro vientos
Somos sucias
La calle nos ha curtido la piel y el corazón
Somos la rebeldía encarnada
Somos cada mujer en realidad,
Deseando gemir y gritar,
Sólo que nosotras no deseamos:
Hacemos
Ebrias de locura
Ebrias de verdad
(y un poco de whisky)
Con nuestro aliento bohemio y
Nuestras piernas golfas,
No podéis evitar anclar
Aunque sean esporádicas las visitas
Pesa más un culo que un poema
Pesan más unas piernas abiertas
Unas nalgas
Unas nalgas bien grandes
No pueden ser planas
Pesa más un pezón
Un desnudo
Una foto
Pesa más un culo que un poema
Pesan más unas buenas tetas
Yo lo intento
Es una pena
Relato 3
—¡Joder, qué duro estás!—gritaron las dos mujeres al unísono, untándome de saliva. Traté de mirarme en el espejo, para ver cuál sería el reflejo del hombre más feliz del universo, pero me echaron hacia atrás para hundirme en el agua de la bañera. Ambas reían a carcajadas y me metían mano bajo la sábana del agua.
Rebobinemos un poco. Sara y yo llevábamos varios años juntos y la idea, sorprendentemente, fue suya.
—Cariño, me gustaría proponerte algo…
Yo estaba demasiado ocupado jugando a un videojuego como para prestarle mi atención más sincera, pero las palabras que dijo después hicieron que se me olvidara hasta de cómo se cogían los mandos.
—Me gustaría hacer un trío.
Yo la miré sin reconocerla.
—¿Qué?
—Lo que oyes. ¿Acaso los cascos te han dejado sordo? Me gustaría un trío.
Estaba algo a la defensiva, seguramente se sentía insegura por mi posible reacción. Apagué la consola y me levanté.
—¿Por qué?
—Joder, ¿tiene que haber un por qué? No sé, me apetece…
—¿Con quién?
La respuesta que quería escuchar apareció en mi mente como un flash.
—No lo sé.
—Creo que debería ser alguien de confianza.
—Sí, no quiero que sea cualquiera.
Nos quedamos en silencio mirando al suelo como si supiera la solución.
—Podría mencionárselo a Carla.
Se me cortó la respiración.
—Si te parece bien…
Intenté contener la emoción.
—Está bien, hablaré con ella.
Se dio la vuelta y yo me quedé allí plantado.
—¡Carla, ven!—acerqué su cabeza rubia hacia mis labios. Observé a Sara de reojo, la situación le daba morbo. Ambas desprendían el olor a mujer encendida.
Sara rodeó mi polla con sus dos manos mientras me besaba su mejor amiga. Recordé la primera vez que la había visto. Sara se había dejado el neceser en su casa y ella le hizo el favor de pasarse por nuestro piso para dejárselo. Llevaba un vestido apretado y una sonrisa pícara en la boca. Esa que ahora me mordía y me susurraba al oído. La había deseado nada más verla.
Carla se giró hacia la otra mujer y empezaron a besarse como si yo no estuviera. Frotaron sus cuerpos y jugaron con la espuma. Mi novia se incorporó y se abrió de piernas para que la otra probara su sabor.
—¡Qué bien lo haces!
—Te conozco mejor que nadie— dijo, y era cierto.
Aproveché su postura para colocarme sobre ella desde atrás sin que se lo esperara. Alzó la cabeza y soltó un gemido sorprendida. El agua rebotaba, como nuestros cuerpos entrelazados como en una cadena.
—¡Llevo fantaseando con esto desde que te vi! —chilló Sara.
Me sorprendió porque yo pensaba lo mismo.
Supongo que teníamos los mismos gustos.
Imagen de encabezado : Lisa Krannichfeld en Saatchiart