Maradona sí era una persona cualquiera
El más humano de los dioses, decía Eduardo Galeano…
En una época falta de referentes y de valores universales férreos, más allá de Amazon, Neftlix, las redes sociales, la autocensura, la inquisición social, la supervivencia y el día a día ( que no el partido a partido), es inquietante ver cómo nos agarramos a la cucaña de nuestros ídolos con pies de barro.
A mí lo que más me ha impactado de estos días es que dicen que Maradona ha muerto rodeado de soledad y deprimido. Lo cual contrasta con las diez cuadras repletas de personas para darle su último adiós en la Casa Rosada. El hombre solo y el mito arropado. Como la vida y la inmortalidad mismas.
Maradona es el héroe trágico por excelencia. El niño pobre que logra triunfar en el ring del campo de fútbol, pero que se siente indefenso fuera de la cancha de juego cuando está huérfano de balón.
Y es que Maradona llevaba demasiados años huérfano de balón. Un cuarto de siglo largo, un instante para el mito, una eternidad para el hombre.
Oficialmente el balón le murió en 1997, aunque prácticamente ya lo estaba desde el 90, ya que quitando un paréntesis de juego en el Sevilla el 92 y el 93 ( gran parte del traspaso lo pagó la actual empresa Mediaset, de Silvio Berlusconi) con el que jugó 29 partidos escasos (a sumar un par de partidos oficiales y cuatro amistosos con Argentina), encadenó un rosario de suspensiones, tras su primer positivo por cocaína el 17 de marzo de 1991 en un Nápoles Verona, que tuvo su punto álgido en el Mundial del 94, donde firmaría su última obra maestra con la albiceleste, contra Grecia, antes de dar de nuevo positivo ante Nigeria.
De Maradona se ha dicho que era un revolucionario, un verso libre, un rebelde, pero paradójicamente donde únicamente se sentía libre era en un terreno de juego, triunfando en un lugar delimitado donde hay reglas, mientras que en la cancha de la vida, ese lugar donde el campo no tiene puertas y las reglas se diluyen, se sentía atrapado o perdido, que al final es lo mismo, porque las peores bridas son las que no se ven. Confundiendo, como tantos, el juego con la vida y la vida con un juego. Y es que, no lo olvidemos Maradona no era más, ni menos, que un mortal que fue un genio del fútbol.
Otra cosa es que en el fondo de nuestra vanidad y nuestra miseria deseemos y empaticemos con dioses que nos recuerden a lo peor de nosotros mismos. Dioses populares que compartan nuestras debilidades. Que no sean ejemplares. A los que les baste su genialidad. A los que les gane su arte pero les pierda su vida. Nos resultan más fáciles de asimilar porque apaciguan nuestras flaquezas. Dioses humanos, demasiado humanos. Firmaría por ver a Nietzsche y a Galeano platicando sobre el tema.
Quizá por eso haya sido tan fascinante el endiosamiento de Maradona sin obviar, por supuesto, el carácter tan vehemente y excesivo del pueblo argentino para con sus muertos. Es asombroso cómo nos gusta un buen entierro. Desfilar. Rendir homenajes. Empaparnos en el mito para ver si nos transpira algo. Es cómodo alabar al mito, es jodido convivir con la persona. Es preocupante constatar la falta de valores y la fe mal entendida.
Yo creo que por eso nos abruman los ídolos como Nadal o Federer, nos resultan odiosos en su perfección y ejemplaridad. Son una especie de empollones del deporte que siempre sacan un diez y que nos recuerdan la cultura del esfuerzo, de la humildad, de la corrección, de nunca sacar los pies de tiesto, de lo vital y políticamente perfecto. Nos duelen y nos intimidan.
Porque en el fondo eso a ninguno nos gusta. Nos hace sentirnos inferiores. No nos atrae el esfuerzo, nos gusta el resultado, el que nos digan que somos geniales y que logramos las cosas porque tenemos un don natural. Sacar dieces leyéndonos las cosas dos veces. Guiñar un ojo a la más guapa o guapo del lugar, y que ineluctablemente caiga rendida o rendido a nuestros pies. Eso es lo que mola.
Se están oyendo muchas opiniones de diferente gramaje y pelaje sobre el genio: mucha gente está diciendo estos días que Argentina es un Estado fallido, que Maradona era un referente para el pueblo por lo que logró, que sin entrar a valorar su vida es innegable lo que aportó a la de muchos, etc., etc.
Tengo sentimientos encontrados. Yo fui uno de esos niños que creció en el mundial 86. En esa dualidad del genio puro y del canalla pícaro del Inglaterra Argentina.
Somos una generación educada en el estudia, fórmate, trabaja, por un lado, pero no olvides que esto es para listos, que hay que ser un espabilado por el otro. Y también en el que vale vale y al final el que es bueno es bueno y ya está.
El fútbol es el epítome de esta forma esquizoide de ver la vida y Maradona su profeta. Alguien que era un elegido y ya está. Y hacer un dios de alguien así se me antoja de todo menos justo por más que sea popular, del y para el pueblo.
Muchas veces me pregunto por qué es el deporte Rey en nuestro y en tantos países… eso de que el fútbol es un deporte de listos, de pillos, siempre me ha dado mucho miedo.
No sé; el otro día viendo los homenajes en Argentina a un tipo que fue un genio en lo suyo pero nada ejemplar en su vida, me hizo meditar en aquello de que es posible que un mito salve a la humanidad, aunque sea por un rato, pero que sigue siendo imposible que la humanidad salve a un hombre.
No estoy de acuerdo con el gran Calamaro ni con aquella canción que me he hartado de corear en los bares. Maradona sí era una persona cualquiera. Maradona sí era un muchacho que, desgraciadamente, no supo gestionar ese don celestial de jugar bien al balón, cuando tuvo que aparcarlo, para darse de patadas con la vida real, esa en la que la afición se convierte en un coro de venenosos e interesados aduladores, esa en la que no están Ruggeri ni Brown para cubrirte las espaldas.
Descanse en paz el hombre. Que sigamos disfrutando del legado del futbolista. A mí me sigue emocionando cuando veo sus jugadas, y lo que más me emociona es que eso lo logró una persona cualquiera.
Maradona
(Periódico El Día, 27/1/2000)
Érase una vez que Dios bajó a los arrabales, desmadejado, sucio, descalzo y casi lunfardo.
Erase que se tatuó a sudor y barro en un muchacho que llevaba más de mil toques seguidos a un bote de Pepsi Cola con la pierna izquierda, porque la derecha la utilizaba sólo para apoyarse.
Érase que le otorgó el don celestial de tratar bien el balón.
Érase que lo mimó y lo convirtió en un hombre a un balón pegado.
Érase que le esculpió una mano en su pie izquierdo y se la enfundó en un guante blanco de seda.
Érase que su balón se convirtió en la mejor biblia para predicar en el callejón.
Érase que Dios le puso a su profeta una camisa albiceleste (qué color si no), le grabó un diez a la espalda y se lo llevó a México a que escribiera la epístola más hermosa.
Érase que llegó el Mundial de fútbol de México ´86, que Argentina se enfrentó con la Albión y que Dios depositó su biblia más bella en el guante, más albo que nunca, de su profeta.
Érase que Maradona la acarició, la mimó, se la cosió al guante y echó a correr esquivando a todo aquel ser que trató de quitársela de modo más o menos artero.
Érase que cumplió su misión divina y depositó su mensaje suavemente en el fondo de la red, la red que ha pescado más hombres en la era moderna.
Érase que puso a todo el mundo en pie.
Érase que todos fuimos argentinos por un instante.
Érase que no había pobres ni ricos.
Érase que se embriagó, nos embriagó y nos hizo felices.
Érase que, a un grupo de niños, que crecimos viendo el Mundial ´86, nos enseñó qué es el Arte mejor que mil profesores libros o mil profesores, y érase que para pagar eso no hay dinero en este mundo.
Erase que Dios volvió a los cielos y que el profeta se quedó en la tierra, se hizo hombre, se hizo nombre, se hizo niño y le quitaron el balón.
Y érase que a un niño no se le puede quitar un balón.
Ayer vi a Maradona en el periódico. Da igual qué ayer. De ahora en adelante le vamos a ver durante muchos ayeres.
Maradona se ha convertido en una especie de Tántalo moderno. Todo en él es un balón. Su tripa de embarazada es un gigantesco balón.
Sus dedos y sus piernas están hinchados como balones.
Yo no sé si es culpa de su incultura, de ese representante suyo que dicen que es tan malo como algunas de las películas de su genial homónimo, o de la velocidad a la que ha vivido.
Sólo sé que ahora se le está esnifando la muerte, y que tan sólo deseo que la regatee con esa zurda de oro que tiene en el lado del corazón, le regalen un balón y vuelva a hacerme soñar con su genialidad.