Ni soñando pudo siquiera imaginar el escritor irlandés Bram Stoker (1847 – 1912), refinado escritor que, al contrario de John Kennedy Toole, aguantó convivir con la sombra de la falta de aceptación y la duda esperando tiempos mejores en los que que su novela “Drácula” (1897) se convertiría en récord total de ventas y adaptaciones a cine, TV, teatro, todos los formatos mass media continuando en plena vigencia popular siglo y cuarto después de su publicación.
La vida y milagros de un noble valaco del S.XIV, Vlad Tepes Drakulea, a caballo entre el héroe de la cristiandad que mantiene a raya a los turcos selyúcidas en el sur de la península balcánica y el villano desequilibrado que sembraba el campo de batalla con otomanos empalados de los que, cuenta la leyenda del personaje histórico real, bebía la sangre para absorber su energía vital, su valentía en combate y su determinación.
La obra de Stoker no profundiza en los avatares pasados del conde previos a su caída en desgracia con La Cruz y su transformación en un Nosferatu, una criatura de la noche. No, él toma como punto de partida de su libre adaptación del mito vampírico (al que ciertamente da carta de naturaleza en gran medida su misma creación) la llegada a su castillo de Poenari del abogado inglés Jonathan Harker para cerrar unas compraventas de inmuebles por todo Londres en favor de Drácula.

La presencia de Drácula en el 7° Arte es mayoritaria y continuada en el tiempo con respecto a presencias de resto de “monstruos” del cine clásico desde que en 1922 el alemán Willhem Murnau, referente del movimiento expresionista, alumbró la icónica y pionera “Nosferatu, una sinfonía del Horror” (1922), adaptación encubierta de la obra de Stoker (la productora, Prana Films, fue demandada por la viuda de Stoker que ganó el juicio que sentenciaba a la “hoguera” todas las copias que existiesen de la cinta, laudo imposible de materializar gracias a Dios…) en la que se sustituye el término “Drácula” por el de “Nosferatu” en el título y por el de Conde Orlock en el film (interpretado por Max Shreck, uno que forma parte de la Historia del Cine gracias a la película y en particular a esa escena de pesadilla de la sombra…
Sólo 9 años después el norteamericano Tod Browning rodaba para la Universal “Drácula” (1931), con el enigmático húngaro Bela Lugosi doblando papel, ya que en teatro y cine interpretó a Drakulea. Tal fue la simbiosis “personaje & persona” que se dice terminó sus días durmiendo en un ataúd. Sea como fuere, para el recuerdo la performance de Lugosi, a destacar la escena en la que baja las escaleras de la decrépita estancia otrora palaciega representada de forma magistral y brillante por Browning ( el mejor terror gótico de todos los tiempos se resume en esa tétrica ambientación y metraje) y se presenta a un estupefacto (y ya a esas alturas de film, bastante asustado) Renfield, para los anales…
La tercera adaptación imprescindible llega veintisiete años después: la modesta productora británica Hammer se da a conocer con la película “Horror of Drácula” (1958), de Terence Fischer, primera de una generosa lista de películas de terror clásico por las que será conocida y reconocida, elegancia, clase y distinción en decorados y diálogos amén un argumento más fiel a la novela de Stoker que los trabajos de Murnau y Browning. Los protagonistas Cristopher Lee y Peter Cushing, en los papeles de Drácula y el Dr Van Helsing respectivamente, bordan la interpretación que tiene su desenlace en la recordada escena de la cortina y la macabra descomposición del vampiro sobre el sello de su linaje familiar, el Dragón de los Drakul. A destacar también los títulos de crédito al comienzo, potente declaración de intenciones desde el minuto uno con la muy inquietante música del compositor de cabecera de la Hammer, James Bernard.
Veintiún años después la Twenty Century Fox encarga al alemán Werner Herzog una nueva adaptación de la cérea figura del conde transilvano y en particular del film de culto de 1922 de su “paisano” Murnau. Así nace “Nosferatu, fantasma de la noche” (1979), con el inefable Klaus Kinski y la francesa de etérea belleza Isabel Adjani en los papeles de Drácula y Lucy, dupla principal a la que da cuerpo y lustre la presencia del actor suizo Bruno Ganz en el papel de Jonathan Harker (el enfurecido y ciclotímico Führer de la también alemana “Der Untergang” (2004). Película muy desasosegadora por momentos, en la que la fusión de imagen, las 11.000 ratas que “invadieron” la ciudad de Wismar para el rodaje de la escena de la danza y el almuerzo en la plaza central, unidas a la solemne y elaborada religiosidad de la BSO de los vanguardistas en música con sintetizadores “Popol Vuh”, son buena muestra de la tensión permanente durante la misma.
Cierra esta breve reseña la versión definitiva del mito del vampiro, “Drácula, de Bram Stoker” (1992), del laureado Francis Ford Coppola con Gary Oldman, Winona Ryder y Keanu Reaves en los papeles del Conde, Mina y Jonathan Harker, en tanto Van Helsing es deformado hasta el histrionismo por un desfasado por excesivo para la ocasión Sir Anthony Hopkins. El film es una obra maestra audiovisual de suntuoso vestuario y excelente BSO del compositor polaco Wojciech Kilar más la canción principal “Love song for a vampyre” de la escocesa Annie Lennox. Desde el comienzo con ese guiño a Kurosawa hasta el desenlace con la victoria final de la Luz sobre la oscuridad, la película derrocha efectos especiales que a Murnau, Browning, Fischer y Herzog les estuvieron vedados y morbo y sensualidad en buena medida, a destacar la salvaje escena de la posesión de Lucy en ese laberinto a lo Hotel Overlook y desde luego el clip que se añade a continuación…
Entre estos cinco miembros de nuestro quinteto titular es dificil escoger pero ¿cuál sería vuestro MVP?, ¿Shreck, Lugosi, Lee, Kinski u Oldman?

Para los adoradores de Renfield en la versión de Coppola, os dejamos este relato titulado Tom Waits (nothing to do with it)