Una pierna seis centímetros más larga que la otra o una más corta, según se vea la pierna medio llena o medio vacía.
Ni vaquero ni zambo; ambas piernas metidas hacia dentro; si al menos fuera simétrica su imperfección…
De meniscos y ligamentos mejor ni hablamos, acabarían calcinados; la columna echa una ese.
Un pastel de cuerpo coronado por la guinda de una mente de un niño de ocho años… tirando por lo alto.
Su hermana le bautiza por el nombre de un pajarito inútil y feo del Mato grosso que anda siempre alelado y en los días grises irremediablemente empanado.
Según Pelé, categórica e indudablemente, el mejor jugador de todos los tiempos en su posición. Aún considerado hoy como el mejor regateador o driblador de la historia del fútbol. Con los dos juntos en la alineación jamás perdió Brasil un partido. La mezcla imparable de los posiblemente mejores jugadores amateur y profesional de la historia. Epígono y comienzo de dos eras. Según Tostao, el Chaplin del fútbol.
Como nadie ha dicho mejor que Eduardo Galeano en su “Fútbol a sol y sombra y otros escritos”, Garrincha ejercía sus picardías de malandra(1) a la orilla de la cancha, sobre el borde derecho, lejos del centro; criado en los suburbios, en los suburbios jugaba.
Y es que cuando el fútbol era un arte y no una profesión normalizada, existía la posibilidad del fuera de serie, de un verso libre que aún no rimando con el mundo no fuera del mundo excluido, de una estrella que brillara y que no sólo rompiera el molde, sino que ni siquiera conociera el concepto de molde.
Prosigue Galeano: cuando Garrincha empezó a jugar al futbol, los médicos le hicieron la cruz, diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo.
Si a eso unimos que era pelín despreocupado, la tarde del Maracanazo se fue a pescar y no siguió el partido, el día que probó por Flamengo se largó a mitad del entrenamiento porque perdía el tren y cuando fue a echar suerte en el Vasco de Gama se le olvidaron las botas. Pero el caso es que el día que tanteó por Botafogo, ya con diecinueve años, se regateó hasta al utillero y el entonces defensa central del equipo y de la selección brasileña Milton Santos (a quien apodaban “La enciclopedia del fútbol”), que fue desde entonces su hermano mayor, le echó el lazo: pero el primer día, jugando él con los reservas, me hizo un ‘caño’. Pedí que le hicieran titular inmediatamente, no quería enfrentarme a él.
Aunque tampoco es de extrañar que no se le acabara de ver mucho futuro en esto del fútbol, ya que nunca lo consideró más allá de un juego. A fin de cuentas el día de la final del mundial del 62, que le consagraría como el mejor jugador del Mundial, Garrincha despertó resfriado y con una fiebre de 39 grados, lo que obligó al doctor a suministrarle un arsenal de analgésicos para levantarle de la cama. Minutos antes de entrar en la cancha, aún grogui, el mismo tipo que había marcado cuatro goles en ese Mundial, preguntó al seleccionador Aymoré Moreira: Maestro, ¿hoy es la final?, a lo que técnico y jugadores le respondieron en coro que sí. Cándidamente el genio simplemente replicó: Ah, con razón hay tanta gente.
Sigue Galeano: Nunca hubo un puntero derecho como él. En el Mundial del 58 fue el mejor de su puesto. En el Mundial del 62, el mejor jugador del campeonato.
Garrincha llamaba a todos los defensas Joao porque no tenía ni idea de contra quién jugaba ni cómo se llamaban sus rivales. Lo que más le marcó del mundial del 58 fue descubrir la existencia del transistor, aunque el que adquirió lo revendió por un dólar a su divertido masajista porque en Brasil no le iba a servir de mucho ya que, aun siendo un invento formidable, todas las emisoras se escuchaban en sueco. Cuando se convirtió en el mejor jugador del mundial del 62 le preguntaron cuál fue el equipo que más le había costado ganar y contestó, mirando a sus compañeros como buscando ayuda, que ese que llevaba en la camisa una cruz de San Cristóbal, de lo que el fascinado plumilla acabó deduciendo que se refería a Inglaterra.
Preguntado en otra ocasión por su mejor jugada se despachó así: La jugada que más recuerdo fue en Italia, en 1958, cuando nos preparábamos para el campeonato Mundial de Suecia. Creo que fue contra el Juventus. Agarré la pelota “con la punta, a la altura de la mitad de la cancha. Empecé a gambetear a todos los que me salían, hasta el arquero. Llegué solo frente al arco, porque había dejado a todos atrás. Entonces tomé la bola con las dos manos. Ya no tenía gracia seguir”.
Apodado en Brasil “la alegría del pueblo”, dice Galeano que Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría.
En aquella famosa imagen del partido contra Checoslovaquia en la que su marcador checo se pone frente a él con los brazos en jarra desesperado ante tanto regate, una vez acabado el partido su entrenador le comentaba que si no recordaba que le había avisado de todas las cosas que hacía… a lo que el disciplinado y sarcástico defensa replicó que sí, que lo recordaba perfectamente, pero que había olvidado indicarle cuándo las hacía.
Vinicius de Moraes, el poeta y diplomático brasileño amigo de Neruda, autor de Orfeo Negro, uno de los padres de la Bossa Nova y compositor de la Garota de Ipanema, le escribió este soneto
El ángel de las piernas chuecas (2)
A un pase de Didí, Garrincha avanza:
El cuero junto al pie y el ojo atento.
Dribla a uno y a dos, luego descansa
Como quien mide el riesgo del momento.
Tiene un presentimiento, así se lanza
Más rápido que el propio pensamiento,
Dribla uno más, dos más, la bola alcanza
Feliz entre sus pies, los pies del viento.
La lleva, así la multitud contrita
En un acto de muerte se alza y grita
En unísono canto de esperanza.
Garrincha, el ángel, oye y dice: ¡goooool!
En la imagen la G chuta en la O
Dentro del arco entonces la L danza.
Fumador empedernido desde los diez años y dipsómano hasta su último aliento. Sostenía que él no vivía la vida sino que la vida le vivía a él. Galeano concluye su radiografía diciendo de Mané, como le llamaban sus amigos, que no era un ganador sino más bien un perdedor con buena suerte y que la buena suerte no dura, ya que mientras Garrincha regatea la leyenda Mané murió de su propia muerte: pobre, borracho y solo.
- Expresión coloquial del habla del río de La Plata: persona que delinque o vive de manera deshonesta. “más callado que el cine mudo, con cara de malandra.” (Mario Benedetti. De su cuento Corazonada)
- Del libro “Siete poetas del Brasil”, traducción de Eduardo Langagne. El libro fue coeditado en 2012 por Círculo de Poesía y el CECAP.