Todo podría empezar con el continuo roce de sus manos camino del amanecer. Sin miradas de por medio. Ignorando si la experiencia es compartida o si para ella es un mero reflejo por el cansancio acumulado durante una noche de bailes y pastillas. El tacto de sus dedos, devorándose en movimientos circulares, hasta llegar a sentir un orgasmo epidérmico de origen desconocido. Un ovni sexual. Al llegar a casa, tras girar en la segunda estrella a la derecha, el hormigueo seguiría sacudiendo el menudo cuerpo mientras intentaba procesar lo acontecido. La acaba de conocer y la pizarra vuelve a mostrar el problema matemático con el que tantas veces se ha topado.
Problema:
La maduración afectiva es un proceso que evoluciona desde la dependencia completa de la infancia hacia la autonomía plena de la vida adulta.
Ecuación:
Romper la tendencia a prolongar la estadía en la adolescencia.
Solución:
En proceso.
Se recostó en la cama superior junto al móvil por si llegaba algún mensaje que corroborara las posibles soluciones que dibujaba mentalmente en el estrellado cielo. La dosis de realidad llegaba desde abajo, donde los ronquidos de los niños le recordaban sus responsabilidades. Aunque los padres se gastaran una millonada en carritos de bebé ultramodernos todo seguía igual. Los putos críos, de vez en cuando, seguían cayéndose sin que nadie se diera cuenta y él, ayudado por sus petulantes amigas, representaba su papel más amargo. Un ejemplo más de la superioridad del cromosoma XX. Resopló, espantando la idea de ahogar al más nuevo con la almohada y, tras escribir un WhatsApp, guardarlo y no enviarlo, se durmió.
Unos besos en la Torre de Babel y un polvo mágico inesperado fueron su despertar. Tenía que acabar con esto. Ella no era ella y nunca lo sería. Se habían encontrado al final del túnel y la necesidad de ambos por atención y cariño permanente pese a no tener horizontes estables, había resultado en una relación no exente de toxicidad. Más aún cuando ella parecía haber olvidado el pacto inicial. Los hilos dorados aún sin recoger ocultaban la tristeza enfurecida de su mirada que él ya no era capaz de sostener. Esperó cobardemente a que se marchara para levantarse y buscar la respuesta a su no mensaje. Nada.
— ¡Despertar Fortunate Sons! —vociferó presa de la frustración —. Hoy toca sangre… y qué decepción sería vernos regresar a todos— las últimas palabras escapándose de puntillas ajenas a cualquier esbozo de empatía.
Observó las cicatrices que recubrían sus manos, jeroglíficos grabados en piel como única pista del paso de los años. Recuerdos de las peleas de una vida que habían costado ya numerosas bajas.
Atrás habían quedado los días donde los conflictos se resolvían cuerpo a cuerpo, respetando códigos no escritos de honor que garantizaban justos desenlaces. Los cocodrilos se habían metamorfoseado en multinacionales dirigidas por piratas que conservaban sus relojes de bolsillo como símbolo del poder. El engranaje de escape que regía las vidas de millones de apellidos que se acostaban con una sonrisa cada vez que lograban repetir sus días con desesperante exactitud. O los antaño adorables caníbales que habían permutado su gusto alimenticio por un odio visceral a todo lo que fuera opuesto. La barbarie se había apoderado de las calles, donde ideologías o color de piel eran utilizados como tiques de feria con derecho al disparo. No se buscaban ya osos de peluche o algodón de azúcar, sino un mezquino instante en cualquier red social. Y qué decir de la naturaleza, harta de todo y todos, escupiendo fuego y viento contra los pilares de nuestra civilización mientras, desde su caballo de Troya, los agentes patógenos redefinían el futuro desnudando nuestras miserias y llevándose tanto a inocentes como culpables.
Los chirridos de Nunca le trajeron de vuelta. Puto pájaro, bien que movía el culo para llevar a los pilotos despistados a destinos seguros junto al fuego del hogar. No recordaba haber visto ni una sola pluma de su mísero cuerpo el día que él llegó aquí y aquí se quedó.
—Que te jodan— espetó espantando al hartazgo como a esa mosca de la cocina que nunca desaparece.
Repasó, cambiando el orden jerárquico de las neuronas, los acontecimientos de la noche anterior mientras el agua y jabón jugaban con su cuerpo imberbe.
Un local con claras referencias a El Café de Jimy donde ella, con ese look andrógino similar a Patti Smith en la portada de Horses y un discurso claro e inteligente tamizado por un dulce acento extranjero, intentaba ver más allá de la persona que tenía en frente. Él mostrando su sonrisa imperecedera, creyendo seducir con la espontaneidad y el amor por la libertad de un niño explorador. La realidad, un mediocre jugador de tenis corriendo de un lado al otro tras las rápidas bolas cargadas de efecto que ella lanzaba sin esfuerzo. La fatiga mental por permanecer en la zona protegida empezaba a reclamar medicina.
—Háblame de tus necesidades—le dijo — ¿Qué buscas en la vida?
Pregunta de manual con trampa. La diferencia ente los demás y él en un momento como ése era que ellos sabían que todo era fingido, mientras que para él lo fingido y lo real eran exactamente lo mismo 1.
—Es complicado. Yo soy de los que deja que sus sentimientos vayan tomando las diferentes decisiones que se van presentando. A veces funciona. Otras no. Pero la cabeza nunca ha sido mi mejor consejera. Tiene demasiadas fobias.
Golpe a golpe, un partido maratoniano en tierra batida a la espera de ganador.
Recogió la toalla mojada del suelo de la habitación y la colgó en su percha correspondiente. Un acto reflejo construido a partir de las quejas que ella, ajena al significado de santuario, había descargado a lo largo de los años contra su persona. Antes de descender en busca del resto de las almas perdidas, se permitió el capricho de revolver las sábanas. Pequeñas victorias que engordaban su famélica autoestima.
Durante el trayecto ella entraba y salía al ritmo de la música que le llegaba desde atrás. El trato era que ellos podían seleccionar el playlist en la ida y él escogía la banda sonora que acompañaba la vuelta. A pesar de que, en no pocas ocasiones, la falla generacional producía desplazamientos de las placas tectónicas amenazando desastre, su promesa por reducir las dosis de intransigencia seguía sin caducar. “La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor” 2 dijo una vez el único acólito que un día pudo regresar gracias a ella. Fue su favorito y quiso regalarle una oportunidad envenenada. Al principio las cosas le fueron muy bien y luego, como él ya advirtió, muy mal. Crecer no era tan sencillo.
Subieron el volumen, por entusiasmo o provocación, al inicio de la siguiente canción. Esta vez se dejó llevar. No sentía la necesidad de iniciar un debate sobre la naturaleza e implicaciones de los gustos musicales. Nunca llevaban a buen puerto y tenía otras rutas que explorar.
No sé si tu boca está besando a otra
En estos momentos
En estos momentos
Ella de un lado al otro de la pista, con los ojos cerrados, obligando al resto de danzarines a esquivar la estrella fugaz. Él pidiendo un deseo cada vez que pasaba por su lado. Siempre el mismo por una cuestión de probabilidades y generosidad mal entendida.
Y no sé, si tus ojos ya se olvidaron de mí
Y los pensamientos
Se fueron con el tiempo
—Abre la boca—dijo en tono juguetón mientras colocaba una pastilla debajo de su lengua —. No te asustes, no estoy en nómina de la clínica Lacuna Inc.
—Me fío de ti Clementine—respondió gratamente—. Puedes borrar a una persona de tu mente. Sacarla de tu corazón es otra historia 3 —. Por ahí no le iban a pillar. Menos aún cuando hacían referencia a pequeños tótems que le protegían de lo cotidiano.
Tras dos besos incompletos todo se volvió fluorescente. Si los fuegos artificiales que surgieron tras la mesa desde la que el DJ de los dientes de oro realizaba su sesión en completo trance eran reales o no poco importaba.
Y me pregunto
Qué hubiera pasado
Si estuviésemos juntos
Aún enamorados
Sentados en la húmeda acera de un bordillo a pocos metros del local. El manto blanco de la niebla, cada vez menos habitual, va escondiendo lentamente todo lo que les rodea dejándoles encerrados en una burbuja ajena al resto del mundo.
—Tengo frío y hambre—dijo ella dejando escapar un hilo de vaho que rompió con sus manos— ¿Conoces algún sitio cerca donde comer algo?
No te puedo llevar, pensó, soñando implicaciones a lo que no sabía descifrar.
—Hay un sito de tacos, muy auténtico—contestó—. Está a pocos metros de aquí. El tipo que lo lleva asegura que es descendiente directo de Pancho Villa. Vete tú saber.
—Mmmmh…me encantan los tacos. Sobre todo, el de cochinita pibil.
—Yo soy más de tacos al pastor—río.
Las paredes estaban decoradas con diversas fotos de la revolución mexicana, máscaras de lucha libre y algún que otro objeto relacionado con el Día de los Muertos. Detrás de la barra dos figuras kitsch escoltaban al dueño, Rafael. Una de Jorge Negrete y otra de la Virgen de Guadalupe. Todo muy folclórico.
—A una le rezo—solía decir a cada nuevo cliente que daba con sus huesos en La Taquería De Tocho Morocho —. A la otra le pido. Adivinen ustedes —.
Escogieron una pequeña mesa al fondo del local que, afortunadamente para él, estaba vacío.
Y me pregunto
Qué hubiera pasado
Si estuviésemos juntos
Aún enamorados
Yeh yeh
—No es fácil—afirmó mientras apuraba la cerveza —. Yo tengo una vida, la verdad… no sé… aún no me creo que esté aquí sentada contigo. No me reconozco. Jo, qué vergüenza…
— Mira, no sé quién eras antes de hoy, sólo sé que nunca había sentido algo así, tan distinto, en tan poco tiempo —la cortó al notar en sus palabras el inicio de una despedida—. No soy yo quién para sacarte de tu lado de la carretera — prosiguió en su continuo déjà vu — pero nada en este mundo va a impedir que siga haciendo autostop hasta que decidas llevarme o pasar de largo.
Y así cruzaron, intentando no perder el equilibrio, durante media hora por el cable tensado que iba de sus labios a los de ella.
Todavía yo te espero
Aunque yo sé que tú no vas a volver
Todavía yo te quiero
Aunque yo sé que eso me puede joder
Le abrió la puerta del black cab y…
… dos de los más pequeños ya habían caído. No recordaba sus nombres por lo que no le dio una mayor importancia. Las bolas de cañón digitales partían las nubes a su alrededor en un juego interminable con final escrito. El olor del miedo por las causas perdidas impregnaba el aire que respiraba mientras los gritos de unos y otros crecían exponencialmente. Sentía como el hastío excavaba a manos desnudas un túnel por donde florecer.
El sonido de un tono de notificación congeló el instante. El contenido lo quebró:
Si me pidieras volar tengo miedo a saltar. Por favor no lo hagas. Todo lo que me imanta a sé que al final me destruiría. No cambies. O sí. Gracias por hacerme sentir tan especial. Con eso me quedo. No necesito descubrir la realidad. “Tú que vienes a rondarme amárrate a mí. Tú que vienes a rondarme arrímate aquí”… qué pena que no pueda ser. Besos.
Presa del desánimo terminó con la pantomima y nadie le importunó. Regresó con la sola compañía del silencio, sin mirar atrás. Sin contar los cuerpos.
Se curó las heridas de la batalla con las lágrimas surgidas por la decepción. El gozo por los tiempos de conquista seguía estrangulando una y otra vez los compromisos que implicaban el cuidado de una relación. Buscó ese dolor que calmara estos viajes infinitos de ida y vuelta. Encontró, a su falso pesar, el canto de las sirenas del pasado que acompañaban las notas de su flauta justificando la partida para una nueva bienvenida o reconciliación. La peonza que gira y gira por siempre jamás.
Todo podría acabar cuando, como un niño arrepentido en busca del pecho de su madre, entró y se acostó a su lado en silencio.
A ella le gustaban tanto sus lágrimas que alargó un bonito dedo y dejó que corrieran por él 1
1 Barrie, J.M. (27/01/1904) Peter Pan y Wendy
2 Kurt Cobain.
3 Gondry, Michael. Eternal Sunshine of the Spotless Mind. 2014