“Do you know what they call… a quarter puonder with cheese… in Paris ? They don´t call it a quarter pounder with cheese? No, they use the metric system, they don´t know what the fuck a quarter pounder is. And what do they call? They call it… eh, royale with cheese. Royale with cheese? That´s right. What do they call the Big Mac. A Big Mac is a Big Mac but they call it le Big Mac. Le Big Mac, ahah! What do they call a Whopper? I don´t know, I didn´t go to a Burger King”
(John Travolta – Samuel L. Jackson, Pulp Fiction)
Yo tenía una musa con la que vivía en la universidad, compartíamos piso, noches de fiesta, supuestos estudios y el dinero de nuestros padres. A principio de 1995 la llevé una noche de miércoles a los cines Zamora -o los otros, no recuerdo, eran dos cines multisalas que había entre las calles Toro y Zamora, arterias comerciales del viejo Salamanca. Nos sentamos, aparecieron dos yonkies dando un palo en una cafetería de Los Angeles, fundido en negro y unas letras in crescendo hacia el centro de la pantalla que anunciaban Pulp Fiction mientras tronaba el surf rock de Misirlou (de Dick Dale y los Del-Tones), bienvenidos al viaje del tío Quentin, agárrense a la butaca. Al día siguiente, en vez de ir a clase de derecho laboral, administrativo o cualquiera de aquellas vainas, me metí solo en la sesión de media tarde para repasar y saborear. Para intentar comprender. Supongo que por ése y muchos otros tics ella escapó y yo la dejé marchar, no estaba preparada.
La cuestión es que de vez en cuando asistimos a la Creación de algo grande, a los astros alineados en torno a los 20.000 dólares que un dependiente de videoclub -algo hubo antes de Netflix- ganó haciendo de Elvis Presley en Las chicas de oro, descarado y convencido en segunda fila entre sebosos y paupérrimos Elvis que podrán decir que asistieron al “levantamiento” del proyecto, que dirían ahora los emprendedores. El tipo se gastó todo en una película barata junto a grandes actores de cine independiente que se pusieron a tiro y un tal Harvey Keitel al que un productor loco, Lawrence Bender, no tardó en convencer para actuar y coproducir.
Más bien fue el guión de aquella joya llamada Reservoir dogs lo que cautivó al maduro Keitel, que pasaría a ser una de las caras más conmovedoras de la colección de cromos para frikies de las películas de Tarantino, con aquel Sr. Marrón y el Sr. Lobo de Pulp Fiction, un tipo que “arreglaba problemas” y viajaba en un coche rápido que se pagaba con ello.
Cuando termines te invitamos a leer Dotonbori, una historia ruidosa en un país tranquilo
Francia que, aunque algunos sigan sin creerlo, es un país maravilloso, acogió la película con rotunda aclamación en el festival de cine de Cannes y a partir de ahí todo fue distinto. ¿Cómo no iban a adorar los franceses a ese psicópata Sr. Rubio que bailaba lo mejor que sabia improvisando, cortando una oreja a un policía rehén y hablándole a la oreja antes de tirarla y limpiarse desdeñosamente la mano. Sólo por eso Michael Madsen y Stuck in the middle with you, de Stealers Wheel, ya están en nuestro imaginario colectivo, no ruedes más, no es necesario, ya estás en el olimpo y no querías el papel…
Quentin Tarantino quedó lanzado al estrellato, podría haberse partido la crisma, pero decidió rodar ese artilugio de perfecto reloj suizo que es el guión de Pulp Fiction. Cuando Harvey Weinstein, leyendo el guión y antes de involucrarse en la distribución a través de su compañía Miramax, preguntó a Lawrence Bender, también coproductor de Pulp Fiction, si estaban locos matando a Vincent Vega -ese adorable matón de tercera semiacabado y bordado por John Travolta, ¡sí!, ¡el que hacía películas con bebés que hablaban pero que antes fue el puto Tony Manero!- a mitad de película, suponemos que cuando le calmaron y terminó de leerlo debió lanzar el manuscrito estupefacto y loco contra la pared -imaginamos a Tarantino imprimiéndolo y no dando un triste archivo digital-, como los piratas que descubren por fin el tesoro buscado y lo celebran eufóricos de manera insospechada.
Cuando Weinstein acudió al set de rodaje que Tarantino había montado para la escena del Jack Rabbit Slims, salido de lo más hondo de su imaginación, con aquellos descapotables de colores con mesa dentro, aquellos carteles de películas, aquellos camareros y camareras clónicos de las grandes estrellas del rock y el cine y los eternos Uma Thurman y John Travolta bailando You never can tell, de Chuck Berry. Cuando acudió allí debió pensar que no merecía ser parte de la historia del cine o quizás sí aunque sus delitos sexuales le dejarían una imagen de marca repudiable y merecida décadas después.
A lo largo de nuestra vida todos encontramos el reflejo de nuestras caras en el agua y la horma de nuestro zapato. Como Tarantino, a quien entregó la Palma de Oro en Cannes el inmenso Clint Eastwood -maestro absoluto del cine que tanto ha marcado a nuestro chico de videoclub con aquellos spaghetti western de Sergio Leone y Ennio Morricone-, como Tarantino que en su última entrega Érase una vez en Hollywood hace un bello homenaje al western crepuscular, al final del cine de estrellas, a la alegre vida truncada de Sharon Tate y a las estrellas que siguen pululando cuando se les da un personaje de nivel, como Leonardo di Caprio y Brad Pitt. Incluso al poco tiempo después fallecido Luke Perry, icono adolescente de principio de los 90 cuando Tarantino sin duda consumía series juveniles de la edulcorada vida en LA, aderezadas con música de REM, mientrás pergeñaba el baño de sangre de Reservoir dogs. El tío Quentin, nuestra querida batidora pop. Por cierto, de la música de sus películas no hablaremos por falta de tiempo y espacio, vean nuevamente cualquiera de ellas. That´s all, folks.
(PD : Clint Eastwood explica la reacción del jurado en Cannes al ver Pulp Fiction, más cálida que la de la desesperada que gritó ¡Quelle baude! ¡Putant fait chier! cuando se entregó el premio. Meses después, Forrest Gump y Robert Zemeckis arrebatarían a Tarantino el Oscar a la mejor película de 1994, pero ningún fan loco aparecería en escena vestido de Zed en actitud amenazadora)
“Whose chopper is this? It´s Zed´s. And who´s Zed? Zed´s dead, baby, Zed´s dead”
(Bruce Willis, Pulp Fiction)