Y tal como afirmaba Viñó, este premio, y todo lo que le rodea, es el mascarón de proa de un panorama editorial, de una cultura, de una sociedad y de un país que hace mucho tiempo que convirtió el cinismo en moneda de cambio para la más precaria de las convivencias.
Todo esto ya de por sí es malo, pero peor aún es ver la nómina de premiados y finalistas que se amontonan, década tras década. ¿Alguien se acuerda de alguno?

Alegato por la horizontalidad, las redes y el paradójico libre mercado al que nos conduce la ruptura de los canales tradicionales. Vuelta al trueque y la ausencia de gurús autoproclamados con sus tijeras de podar.

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