Carreño tiene la cara angulosa, morena y agujereada. Su dentadura amarilla es como un piano maltratado por el tiempo y su risa es escandalosa y febril. No le importa tener pocos dientes a su edad: unos treinta y cinco. Sin duda, el tahúr repartió las cartas y los ases fueron a las manos de siempre.
– Estaba en Las Ramblas de Barcelona y me echaron las cartas. El de Marsella no; el brasileño, que es el bueno aunque más peligroso. Me dijo: ” Muchacho, nunca he visto a nadie que me saque tres comodines. Tú vas a tener estrella, victoria y luz pero el dinero no lo verás. El poder no está hecho para ti “. Y aquí estoy, sin un duro porque no lo quiero. Yo he prescindido de los bienes terrenales. Sólo necesito tabaco, café, mis walkman y un saco de dormir.

De acuerdo, padezco una miopía galopante pero no creo que sea para tanto, pensó Jeremías Bullwright al no ser capaz de distinguir los cuadros azules de su cuaderno. Sólo entonces y obligado por la necesidad limpió las gafas con la parte interior de su camisa, no fueran a quedar microorganismos sonrientes a plena luz del día.
Se había levantado dos horas después de despertar, cuando ella se incorporó sobre la cama vistiendo lo que a él le pareció un pantalón blanco, ceñido y planchado, para darle un beso escueto y tierno.
El olor de ella.