El efecto Mozart, relato de la escritora cubana Teresa Dovalpage

     Los jardines de La Tropical, a las nueve de la noche de un sábado habanero, secretan música y sudores. Allí se apilan los danzantes frenéticos que se quedarán para ver salir el sol, dándoles duro a los zapatos, raspando el caldero de la diversión hasta que suelte el fondo. Un aguacero que cayó a media tarde ha dejado la atmósfera pesada. Pese a la carga iónica, todavía no se ha formado una buena bronca. Las escasas trifulcas se disuelven en palabrotas, sin llegar a los pescozones.

Diada de la madre y la hija pródiga

—Ah, pero para que veas tú cómo son las cosas, el día después del ataque a las torres, justo cuando estaba preparando mis maletas para venir, tuve una revelación, un satori. En medio del olor a humo y a carne humana vuelta chicharrón que lo impregnaba todo, comprendí que estaba viviendo de prestado. Me dije que cualquier día podía caerme en la cabeza un avión o un cohete espacial o un asteroide y que no valía la pena seguir esperando para satisfacer los dictados de mi vagina, o los anhelos de mi corazón. Y me sentí dispuesta a apostar por la relación. A comprometerme. A llevarme a Maiviz de aquí, para empezar una nueva vida, juntas en Nueva York. Si me deja luego, al carajo, que me quiten lo bailao. Pero yo sé, lo sé en el fondo de mi pecho, o en las bolsas de mis ovarios, donde se saben bien las cosas, que no me va a dejar.

Visa poética para Chihuahua

Vaya, me invita de palabra porque el pasaje, si no es por Carmen Julia, hubiera tenido que sacármelo del trasero. No hay manera de hacerles entender a los extranjeros que aquí el peso no está devaluado, como en México. No, señor. Está invaluado, no sirve para nada, es el anti-dinero. Para las cosas importantes —como los viajes— o te buscas los dólares o te aguantas los dolores. 

El día que volví a ayer, adolescencia y periodo especial en Cuba

Quince años después, en el noventa y cinco, La Habana se debatía en medio del período especial, un tiempo surrealista en que los ómnibus se convirtieron en camellos y las íntimas en trapos viejos. La carne de res se transmutó en pasta de oca y el pan con algo en pan sin nada. La falta de vitaminas nos volvió más pálidos que el personaje de Lugosi y los cines oscurecieron sus pantallas; no había electricidad para Abbot, Costello, Delon o sus sucesores en el favor del público y de las fancitas.

Cubanoteca

Yo necesito un abogado, urgente. Y trata de que sea un tipo especializado en inmigración, ¿oíste? Ah, y mándame dinero. Estoy en Tijuana y no me queda ni un centavo partido por la mitad. ¿Qué tú dices? Hazme el favor, mima, ¿qué Cuba ni qué barbas ni qué ocho cuartos? Lo que hace falta es que me mandes mis papeles, vieja, algo que diga bien claro que soy americana, officer.

Por culpa de Candela

Un hombre en camisa de rayas y bluejeans desteñido venía hacia mí con los brazos abiertos, pisoteando las margaritas tiernas de un césped verdemar. Yo, muy vestida de blanca novia, con velo y cola y corona de azahar, corría a su encuentro. Ya íbamos a encontrarnos, ya se oía a lo lejos la música de Wagner y el coro de las ninfas cuando un violento aullido del teléfono me hizo trizas el matrimonio.

¿Corruptora de menores, yo?

…Mi yerno se puso a velarnos y nos agarró una tarde asando maíz. No le voy a dar detalles pero fue bastante… embarazoso, vaya. Lo que aquí llaman compromising. En cueros en pelota los dos, y el muchacho con esa gloria de rabo más parada que un asta de bandera. Figúrese usted.

Crónica de un viaje astral a la cubana

En los años noventa, allá en La Habana, un grupo de amistades nos reuníamos para meditar y alguna que otra vez, intentar irnos de viaje astral, que era el único tipo de viaje permitido. “Los patafísicos” está inspirado en esas experiencias. ¿Funcionaba? A saber…
 En estos tiempos de cuarentena, quizá valga la pena intentarlo de nuevo.