A veinte metros de la muerte, un mes después la vida sigue adelante, abrazándonos y quemándonos con todo el hielo de esta madrugada.
CIUDAD
Durante tres años estuve trabajando todos los domingos y festivos del año en una empresa de oxígeno y aerosolterapia a domicilio, no cargaba botellas a los hombros pero pasaba diez horas recibiendo pedidos, quejas y haciendo albaranes infinitos para todo Madrid. Fueron días de libros de Cortázar, apuntes de derecho procesal, bocadillos de ternera con pimientos verdes y almacenes en un polígono al final de la calle Embajadores…
Una de esas noches la vi llegar.
Llevaba un vestido ceñido, rojo, del mismo color que su cabello rizado. Medias negras, tacones altos. Un ramo de flores amarillas.
Era el segundo día de los muertos y aquel, supuse, era su disfraz.