El córner de las letras: Miguel Hernández, Elegía del guardameta

Murió con tan solo 31 años en un reformatorio para adultos de Alicante al que fue trasladado desde Ocaña (Toledo) cuando se le conmutó la pena de muerte.

Entró midiendo uno ochenta y pesando ochenta kilos, pero se fue consumiendo por la pleura mal tratada y el hambre.

Salió cadáver, con los pies por delante, un 28 de marzo, como uno más, junto a otros tres internos.

Aquel día que hacía su debut la banda de música del reformatorio y tocaba por primera vez una marcha fúnebre.

Miguel fue peor futbolista que poeta. Jugaba en un equipo de vecinos de Orihuela conocido por el nombre de la Repartiora, desconocemos si llamado así por su defensa leñera.

Miguel Hernández, segundo abajo por la derecha, fino estilista apodado “caracol”

Miguel jugaba de extremo derecho y le llamaban barbacha, una especie de caracol que se estila en la zona, de lo que se deduce que, aunque sus compañeros decían de él que era fuerte y cumplidor, no debía ser el Cafú ni el Robben de Orihuela.

Lo que sí sabemos es que, en un momento dado de un partido, de esos que jugaban contra los Yankees o el Iberia, el portero, su amigo Lolo, se dio un tremendo trompazo contra un poste en cáñamo añudado, que parece ser no estaba homologado por la UEFA, ni era de aluminio reforzado.

Lolo no murió, pero sí que se le abrió la cabeza como un sexo femenino. Miguel Hernández decidió escribir entonces una divertida y guasona, remedo de la más épica Oda a Platko de Rafael Alberti, elegía de madera, dedicada a su amigo, imaginándole muerto y otorgándole galones de sampedro portero del cielo.

Por ella circulan silbatos (grillos) de plata compostura (lo que viene siendo como mucho de latón) soplados por los promotores de la fe futbolera; esos árbitros quienes, a pesar de sus dudas y las objeciones de las fieras del campo, deciden en pro de su físico y de su conciencia.

Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?

En ella se evocan esos campos de dios pintados con tiza y trufados de piedras y espigas, aún no de porterías con redes sin nudos de polipropileno, sino de puertas con nudos de redes de pescadores. 

En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.

Una de las mejores empresas del mundo de fabricación de redes de fútbol es de Callosa de Segura (El León de Oro). A ocho kilómetros de Orihuela…

Esos campos por los que rondaban las moscardas, esos infames mosquitos de negro y oro, al olor de la carne muerta para depositar sus larvas; al acecho de esa portería que custodia Lolo, cual Yashin treinta años antes, con sus ocho brazos de araña parda.

Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.

Miguel Hernández anticipa con Lolo, la araña parda, al mítico Lev Yashin, la araña negra

En ella transita ese balón descosido que escapa por sus costuras de cuero de vaca para, en el mejor de los casos, herir al que lo remata, y que bota esquivo e impredecible.

Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.

Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.

Miguel Hernández no conoció balones más fiables que éstos

Esos saques de esquina con forcejeos, agarrones traicioneros, de penes barutos en pantalones imposibles, y de roces poco elegantes.

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.

Y allí está Lolo, prototipo de guardameta anónimo, jugándose el tipo para realizar esa parada soñada que no saldrá en ningún periódico, ese escorzo imposible de anguila resbaladiza, de instante glorioso y eterno reservada a quien solo sujeta por un instante el aire.

Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Por esta elegía cruza como el rayo el pobre Lolo, ejecutando su acrobacia sin parangón, derecho hacia la muerte sin reparar en ella, cumpliendo con su deber de cancerbero, para acertar de pleno con el inmisericorde poste. Para abrirse la testa como una fruta prohibida, como una granada de pena.

Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.


Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.

Cromo número 17 de la colección de cromos de fútbol de los años 20 que dice así en su reverso: Plongeón: el portero, por ocupar el lugar más comprometido del campo, discrepa del juego de sus compañeros. Tal ocurre, por ejemplo, en el “plongeón” así llamado porque se tira al suelo con el fin de impedir que la pelota pase su marco, deteniéndola con la parte del cuerpo que le ha sido posible.

Y allí queda sobre el alpiste, como único testimonio la gorra de Lolo, como trofeo fúnebre de su gesta y su guante ya sin mano felina, que no podrá abortar con las yemas ya ningún gol imposible.

Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.

Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.

Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.

Y así se queda, triste y sola la Repartiora, huérfana de portero, sin atrapabalones suplente que pueda rellenar tamaño agujero, con un hueco tan grande como el cielo, porque Lolo ha fichado por el equipo celeste y se ha marchado, ya para siempre, en busca de encuentros mejores.

Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.

A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

Elegía al guardameta, de Miguel Hernández, en BPE en Teruel “Javier Sierra” Twitter