Una mañana, después de un viaje incómodo en camión, encontré un perro a unos pasos de la carretera. Estaba herido, descarnado, las fauces rojas y espumantes, tumbado bajo un árbol. Respiraba con dificultad. Tenía marcas de mordeduras en el cuello y el lomo. Supe que ese perro era yo. Al otro lado de una línea de arbustos, divisé una manada.