Como cada tarde, coge el cubo y el estropajo y camina los dos kilómetros que la separan del camposanto. Si el invierno ha sido generoso, el regato baja con agua y se ahorra comprar la botella de litro y medio en el puestecillo de flores. No es gran cosa, pero desde que tuvo que dejar de trabajar porque la tristeza la mantenía demasiado ocupada, la única holgura que se permite es la de la ropa.

¡Es tan hermosa! La miro por última vez antes de alejarme de allí con pedaladas rápidas y los dientes apretados por la rabia y la frustración. Lo he intentado. Lo he intentado todo, de verdad. Y lo repito en alto una y otra vez, cada vez más fuerte, como el mantra de un exorcismo, para eliminar de mi cuerpo esta pegajosa culpabilidad.

Sin censura: mostrad el beso.
Mostrad el pezón.
No seáis tan retrógrados como esta cuadrada y rosa aplicación.
Entrad en razón.
Que la niña quiere ser artista.
Que la niña quiere ser pobre aunque no sepa lo que eso significa.
Quiere vida, antónimo de seguridad y sinónimo de incertidumbre que desquicia. Quiere dejar la institución a la que sólo le importa lo que vaya a pagar sin importar ni su salud mental ni su integridad.

Nada de lo que vaya a contar sobre este libro no se ha dicho ya. Y, sin lugar a duda, con más profundidad, belleza y conocimiento, teniendo en cuenta las numerosas críticas, comentarios y premios que ha tenido a lo largo de este año. Mario Vargas Llosa, Juan José Millas, Luis Alberto de Cuenca o Enric González son algunas de las personalidades que han mostrado su entusiasmo por este ensayo.