La muerte es bisexual
Es tan abierta de mente como de piernas
Le dan igual vuestras riendas y vuestras prendas y vuestras excusas y vuestras cestas y vuestras cabezas
Le dan igual vuestro sexo vuestras raíces vuestros cuerpos vuestras tiendas y vuestras espesas almas aún despiertas
escritoras
Sin censura: mostrad el beso.
Mostrad el pezón.
No seáis tan retrógrados como esta cuadrada y rosa aplicación.
Entrad en razón.
Que la niña quiere ser artista.
Que la niña quiere ser pobre aunque no sepa lo que eso significa.
Quiere vida, antónimo de seguridad y sinónimo de incertidumbre que desquicia. Quiere dejar la institución a la que sólo le importa lo que vaya a pagar sin importar ni su salud mental ni su integridad.
En un mundo en el que las vírgenes como tú terminan preñadas y dan a luz a nuestro creador.
En un mundo en el que un hombre barbudo y gordo trae regalos y los deja bajo el árbol multicolor.
En un mundo en el que bajo la capilla Sixtina,
-Miguel Ángel los vio-
los mismos pedófilos que formaron la Inquisición
organizan aquelarres en El Vaticano y lo hacen sin pudor.
Nada de lo que vaya a contar sobre este libro no se ha dicho ya. Y, sin lugar a duda, con más profundidad, belleza y conocimiento, teniendo en cuenta las numerosas críticas, comentarios y premios que ha tenido a lo largo de este año. Mario Vargas Llosa, Juan José Millas, Luis Alberto de Cuenca o Enric González son algunas de las personalidades que han mostrado su entusiasmo por este ensayo.
Carmen Laforet pertenece a una época en la que algunos perseguían la gloria personal, sobreexponiéndose como ahora, pero en la que el trazo largo del trabajo bien hecho y su verdad podían imponerse con el paso del tiempo. Ni su abnegado ejemplo ni la humildad de su lucha silenciosa parece que sean de esta época.